Casi abandona. Casi deja la actividad. “Si Dios y la vida me dieron la oportunidad de llegar tan alto, créame que la oportunidad de poder volver a estar en otros Juegos Olímpicos no la voy a desaprovechar para nada”, contó tras tomar la decisión de darse una oportunidad más. Cuando todo le costaba, cuando sentía que las cosas no le salían, en 2019, se tomó un período, un lapso para escarbar en sus raíces. Tal vez eso fue lo que le señaló que aún no debía colgar los guantes porque todavía sentía el fuego sagrado.  Descanso y meditación, como el reposo del guerrero, fueron suficientes para que todo se aclarara para Julio Castillo y regresara al ring.

Su sonrisa al portar la bandera, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, mostró su verdadera esencia. La misma que aprendió de sus tíos y primos, los responsables de haberse puesto los guantes cuando todavía era un chico. Su madre, María Torres, cuando supo de su gusto por el boxeo lo llevó a un gimnasio de la ciudad de Tena (provincia del Napo), convenció al técnico de la Federación Provincial y desde ahí empezó un sinuoso camino sobre el ring.

“Siempre me gustó el boxeo, pero no para dar golpes, más me agradaba ver cómo el boxeador trataba de que no le pegaran. Eso es lo que más me llamaba la atención. Vivía en el Coca (Francisco de Orellana) y me tocó ir al Tena (Napo) para entrenar con el profesor Cirilo López. Ahora está rumbo a la eliminatoria olímpica. Estoy enfocado y concentrado por demás, ahora se viene la eliminatoria, donde debo dar todo de mí”, detalló en una entrevista, en 2019, tras alzarse con la medalla de plata en el Mundial amateur de Rusia (categoría 91 kilos). Ese logro, sumado a la plata panamericana en Lima (también fue segundo en Guadalajara 2011 y en los Suramericanos de 2018), lo impulsaron, acaso como nunca antes, para poder ilusionarse y abrazarse a lo suyo.

En Tokio, uno de los abanderados de Ecuador que nació en el 10 de mayo de 1988, estará en sus terceros Juegos Olímpicos. A los 33 años, Castillo usa sus manos como su forma de expresión. Como antes, en el pasado, hizo como obrero de la construcción o como recolector de cartones en Coca (Francisco de Orellana). La hoja de ruta del pugilista no fue fácil. Él mismo lo reconoce y entiende que eso, seguramente, lo ayudó a templar su alma. De chico ayudó a su mamá. “Lo hacía con orgullo. Cuando me fui a Tena me dediqué al boxeo, pero regresé y seguía laborando. A los 18 volví de lleno al boxeo y quedé campeón nacional. Era tarde ya en edad (para ese disciplina), pero tenía ganas y me había enamorado de este deporte. Me sentía en deuda conmigo”, recordó el deportista que imagina un futuro como chef.

La Yula, tal como lo apodan desde cuarto grado de la escuela primaria, cuando en una clase de inglés pronunció mal el mes que lleva su nombre (él atinó a decir “yula”), un hombre movilizado por la pasión.