Es una de las mejores de la historia. De eso no hay dudas. La fondista Gladys Tejeda Pucuhuaranga se convirtió en lo que alguna vez soñó: maratonista olímpica. En suma, Gladys edificó, ladrillo a ladrillo, su historia a fuerza de trabajo silencioso y permanente. La constancia, su constancia, forma una huella indeleble en su identikit de vida. En su hoja de ruta, sin embargo, el recorrido de la peruana nacida el 30 de septiembre de 1985 en Junín, ciudad emplazada al centro de Perú a poco más de 4100 metros sobre el nivel del mar, nada resultó sencillo.

En rigor, la perseverancia del pasado, que hoy se traduce al momento de correr, forjaron su carácter tenaz y, acaso, resiliente que hasta se sobrepuso a un dóping positivo en los Panamericanos de Toronto 2015 por consumo de diuréticos que aseguró emplear para tratar una insuficiencia renal.

El deporte siempre formó parte de su horizonte de expectativas. Fútbol, básquet y atletismo. Sin embargo, las prioridades en la numerosa familia Tejeda Pucuhuaranga eran otras. La economía familiar alcanzaba para comer y estudiar (y recibirse de maestra en 2007). No existían para la pequeña Gladys calzados al por mayor. Apenas uno o, como mucho, dos y no más. Incluso, corrió descalza en más de una oportunidad y eso no le impidió destacarse. Primero, en la escuela y luego en competencias de mayor nivel hasta que se hizo profesional en 2010. Corrió su primera carrera oficial en el Campeonato Sudamericano de Media Maratón y se quedó con la medalla de plata. Tras ese primer impacto sumó 10 medallas más, fue olímpica en Londres 2012 (quedó 43º) y Río 2016 (15º y mejor latinoamericana). Y, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, buscará ser top ten.  

Para ella, nada parecía ni parece imposible. Fue tan fuerte su dedeo deportivo que se aferró a él para seguir adelante sin que esas carencias le impidieran ser feliz. A su manera, se encargó de que aquellas faltas del pasado fueran un impulso, un combustible que la impulsaron a desarrollar su pasión por el atletismo. “Traspasé barreras y pude romper obstáculos para llegar a donde estoy y darme a conocer. Estoy agradecida a mi familia que se dedicó a mí, a mis maestros, a la gente cercana en Junín, que estuvo apoyando para no dejar el deporte. Fue muy duro, pero todo lo hacía por amor al deporte”, contó en 2019 tras obtener la medalla de oro en el maratón en los Juegos Panamericanos de Lima que simboliza, hasta hoy, la segunda mejor marca histórica entre las mujeres de su país, con 2h27m07s (está a solo 19 segundos de Inés Melchor, hoy retirada).

La templanza que hoy muestra Gladys al correr se gestaron a partir de su temprana resistencia para soportar largas rutinas de entrenamiento. Los kilómetros en la altura de Junín forjaron el carácter y el espíritu de Gladys. En sus palabras: “Sufrí bastante, recuerdo eso. La mayor satisfacción es haber llegado a cumplir muchos sueños. A pesar de eso disfrutaba mi deporte. Mis entrenamientos eran dolorosos, pero soportas todo cuando algo te apasiona. Así, los logros llegan. En la vida, muchas cosas se cumplen. Soy una persona de fe. Dios es grande y él nos hace el camino. Igual hay que luchar para lograr alcanzar la estrella al nacer. Y mi estrella era el atletismo y correr”.

En su pequeño cuerpo de 1 metro y 55 centímetros y 44 kilos, Gladys logró todo lo que alguna vez soñó. O mucho de lo que aprendió de sus padres. Tal vez hayan sido ellos, acaso, quienes encendieron ese fuego sagrado que tomó forma de maratonista total: “Ellos no buscaban excusas, no se cansaban, tenían un espíritu de mucha fortaleza. Y el maratón es uno de los deportes que nos prepara para la vida y nos enseña que no se puede abandonar en ningún kilómetro”.