Místico, creyente y trabajador. Tres adjetivos para reconocer de entrada a un argentino que da verdaderas alegrías a otros argentinos. Hoy es difícil conseguir a uno de esos en nuestro país, desde el lugar que lo veas.

Pablo Lavallen sale a pelear por los colores rojo y negro y es ahí donde se hace fuerte. Siempre dirigió equipos provincianos:  San Juan, Tucumán y Córdoba. En los tres salió más o menos ileso, pero parece que llegó a Colón para poner pie firme en la historia.

El Sabalero juega con la diferencia, no se preocupa mucho por la razón, ni el planteo. Para Colon las cosas pasan por otro lado: las ganas. Es bipolar. Por momentos juega bien, en otros no tanto, pero al primer descuido del rival pega fuerte. Sabe que sólo así puede cambiar la historia. 

Basa su juego en situaciones épicas, construye hazañas y se apoya en ese héroe que es el Pulga Rodriguez. Pablo se muestra optimista, se apoya en la gente y en Dios. Dicen que habla mucho con sus jugadores y que transformó el vestuario en una familia. 

Tiene que mejorar muchas cosas si quiere ser campeón de la Copa Sudamericana, mejorar el trabajo en la media cancha, afilar la contención, evitar la superioridad numérica, atacar en bloque y, sobretodo, creer que de verdad se puede cambiar el rumbo del destino. Así de callado le sacó dos millones de dólares del bolsillo a Atlético Mineiro arrebatándole la final, que siempre es poco cuando hay deseo.