“¿Qué sería del fútbol sin el hincha?”, se preguntaba Enrique Santos Discépolo hace más de 70 años en una de las escenas más emblemáticas de la película argentina “El Hincha”. Aquellos eran tiempos de cine en blanco y negro en los que el notable y reconocido actor y autor de tangos icónicos como “Cambalache” le daba vida a aquel entrañable personaje que personificaba en la película dirigida por Manuel Romero y en cuyo guión también colaboró.

Desde Discepolín, director teatral y dramaturgo, a “Pelota de trapo”, en la que el actor y luego director de cine Armando Bó era un jugador heroico y casi único. En esos años, entre 1940 y 1950, hasta Domingo Faustino Sarmiento tuvo su correlato cinematográfico con una frase que muchos, con los años, creyeron real: “Un consejo, míster: enseñe, a patadas, a trompadas, a empujones, pero enseñe”.

Sarmiento, por entonces superintendente de Escuelas (una especie de ministro de Educación o –en tiempos de Mauricio Macri, secretario), recibía en su despacho a Alexander Watson Hutton. El escocés buscaba un apoyo sustancial para enseñar fútbol en su escuela, Buenos Aires English High School, la cuna del mítico y arrollador Alumni de los hermanos Brown. La escena, en rigor, corresponde a una parte del guión que escribió Homero Manzi para “Escuela de campeones”, la película de 1950 sobre Alumni, el primer gran equipo en la historia del fútbol argentino.

Alumni, el equipo que marcó un ante y un después. Hutton creó el Club Atlético English High School, en 1898, y logró salir campeón invicto dos años más tarde, con 18 goles a favor y solo tres en contra. En 1901, fue renombrado como Alumni Athletic Club y en los siguientes 11 años, hasta su disolución en 1911, obtuvo otros nueve campeonatos que lo convirtieron en el club más ganador del amateurismo.

Pero, ¿ocurrió esa escena en verdad? La respuesta, a priori, es no. No hay pruebas ni documentos que lo prueben más allá de la imaginación de Manzi, un poeta, dirigente político, periodista, autor de tangos y milongas famosos, guionista y director de cine, que nació el 1 de noviembre de 1907, en Añatuya (Santiago del Estero), y que murió el 3 de mayo de 1951. De hecho, el periodista banfileño Víctor Raffo investigó largo y tendido para desarrollar y escribir el libro “El origen británico del deporte argentino”, y no encontró registro alguno sobre la relación entre el padre de la educación argentina y el deporte más convocante de la Argentina.

Sin embargo, en el devenir de sus páginas cuenta que Sarmiento sí tuvo relación con otros deportes. Como presidente de la Nación participó de su primera regata, en 1873, en el Tigre. Aquel día, lógico, como todo político, dio un discurso en el que ensalzó y enalteció a “los Britishers robustos de hoy”, además de hablar de “deportes varoniles” y de “Mens sana in corpore sano”.

Todo, para pedir “que la juventud argentina imite este ejemplo, para injertar en nuestra índole el amor a los elementos gloriosos que han hecho de vuestra nación lo que ella es: el padre del comercio, la riqueza y la prosperidad”. Dos años después, ya alejado de la presidencia pero sin perder su influencia política, Sarmiento fue declarado miembro honorífico del Buenos Ayres Cricket Club (hoy Buenos Aires Cricket & Rugby Club, -BACRC-) que temía un posible desalojo ante el anuncio de que se haría en Palermo el parque Tres de Febrero.

Allí, en las tierras que supo tener el BACRC, se jugaron los primeros partidos de fútbol y rugby en la Argentina.

Alumni, el más ganador del amauterismo

Cuando el fútbol logró sacarse de encima a las elites británicas que resistieron la avalancha popular lo más que pudieron pero, se sabe, no lograron vencer en dado que la pelota empezó a popularizarse y, este deporte se convirtió en pasión de multitudes y varios de los clubes pioneros eligieron nombres de barrios, de fechas patrias y de próceres. La identidad, en suma, empezó a formar las raíces de muchos de los clubes.

Por caso, San Martín tiene más de cien clubes con su nombre. Y el Sarmiento más conocido es el de Junín. Fundado en 1911, en 1980 ascendió a Primera y el equipo llegó a tener en sus filas a Ricardo Gareca (DT de Perú), Toti Iglesias (legendario goleador de Racing), el Lobo Fischer y el Hueso Glaría.

Y, claro, juega la Liga Profesional en su estadio construido en 1951: el Eva Perón. Toda una metáfora para unir al escritor del Facundo, cuya idea central era (y es) civilización y barbarie, con la precursora de darle voz y voto a quienes, por entonces, no tenían lugar para expresarse. Sarmiento, para quien la civilización se identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea lo que para ellos era el progreso; mientras que la barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho.

Sarmiento, más allá del deporte, ante todo, fue el prócer de la educación popular en la Argentina. Su búsqueda, en ese rubro un adelantado, fue imponer una verdadera inclusión social en un país que, de acuerdo al primer censo nacional de población desarrollado en 1869, tenía 1,8 millones de habitantes con la escalofriante cifra de un millón de adultos que no sabían leer ni escribir. Sarmiento estableció los cimientos de la escuela pública y, para ello, logró traer a Buenos Aires maestras desde de Estados Unidos. Una de ellas, Mary Gorman, fue abuela de la nadadora Jeannette Campbell, primera mujer que el deporte argentino envió a unos Juegos Olímpicos, en Berlín 36, donde ganó medalla de plata en los cien metros. Además, su modelo educativo incluyó el ingreso de la educación física de la mano del alemán Augusto Helman, designado por Sarmiento en 1872 profesor de dibujo natural y gimnasia.

“Una hora de mover los brazos, la cabeza a la derecha, a la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, a la voz del maestro, todos a un mismo tiempo y en perfecta igualdad, vale más que todos los preceptos de moral escrita”, escribió Sarmiento, en 1886. Justo dos años antes de fallecer, un 11 de septiembre de 1888.

Por eso, cada 11 de septiembre, desde 1945, en la Argentina se celebra del día del maestro.