Talentosa. Muy talentosa. Una mujer que en plena década de los años `70 se convirtió en ícono del deporte y del feminismo, un movimiento que ni cerca estaba de vislumbrar lo que hoy es un hecho, una realidad que se impone. Su importancia trascendió el deporte para erigirse como un faro para las miles y miles de mujeres que bregaban por un lugar, por un espacio, por un reconocimiento. Algo que aún hoy, por más que cueste entenderlo, todavía tiene resistencias. Esa era… mejor dicho, esa es Billie Jean King.
En verdad, su nombre real es Billie Jean Moffitt. Nació el 22 de noviembre de 1943 en California, Estados Unidos. Sus padres le inculcaron el amor por el deporte. Bill, su padre, era bombero y jugador de básquet. Betty, su madre, nadadora. Su hermano menor, Randy, jugador de baseball en la Liga (desde 1972 a 1983). Tempranamente, a los 11 años, como se destacaba en básquet y softball, su amiga Susan Williams la invitó a jugar al tenis y, a partir de ahí, todo cambió. Para siempre. Primero lo hizo con una raqueta prestada que pudo reemplazar tiempo después cuando se compró una nueva, producto de hacer varios trabajos por decisión propia. Sus primeros saques, drives, reveses, voleas y demás golpes naturales los dio en las canchas públicas de Long Beach. Tan convencida estaba que siempre le advirtió a su mamá que lograría ser número del mundo. No se equivocaba. No se equivocó.
Tuvo su bautismo tenístico en el Campeonato de Estados Unidos de 1959. Entonces tenía 15 años. Ganó su primer título en Dobles de Mujeres de Wimbledon, con Karen Hantze dos años después, en 1961.
En 1965 y tras casarse con Larry King, un estudiante de derecho, su apellido quedó modificado: dejó de ser Moffitt y pasó a ser Billie Jean King.
Logró su primer título individual de Wimbledon en 1966. Ganó las tres modalidades (single, dobles y dobles mixtos) en 1972. Y en 1979 sumó su 20º conquista en el All England, el emblemático pasto londinense, con Martina Navratilova como compañera.
En 24 años de carrera, la estadounidense fue una de las figuras principales en los años ´60 y ´70, justo cuando ocurrió la transición del amateurismo al ámbito profesional del tenis. El primer paso, por cierto, lo dieron los hombres y las mujeres se sumaron pocos meses más tarde, entre 1972 y 1973.
Billie Jean King se dio el gusto de ganar al menos una vez los cuatro torneos de Grand Slam, en un derrotero triunfal que se inició en 1966 en el Abierto de Gran Bretaña y se cerró en el mismo court central del All England Lawn Tennis and Croquet Club de Londres en 1975.
En esos nueve años, la estadounidense ganó seis veces Wimbledon (1966, 1967, 1968, 1972, 1973 y 1975), cuatro US Open (1967, 1971, 1972 y 1974), un Abierto de Australia (1968) y un Roland Garros (1972). Doce títulos grandes logró esta leyenda que, mientras se lucía en las canchas, iba a cambiar la historia del tenis el 20 de septiembre de 1973.
Robert Larrimore “Bobby” Riggs había sido un referente del tenis en las décadas de los años´30 y ´40. Nacido el 25 de febrero de 1918 en Lincoln Heights, el barrio más antiguo de Los Ángeles, California, en los tiempos en los que King descollaba, estaba retirado y se dedicaba a jugar con sus amigos y a vivir una vida de dandy. Épocas en las que su lengua parecía filoso (hoy sería considerado un misógino empedernido) Riggs planteaba la supuesta superioridad de género masuclino. “Quiero probar que las mujeres son malas y apestan”, repetía en un intento por parecer gracioso y transgresor. Y agregaba: “Las mujeres estadounidenses son las más privilegiadas y todavía no están satisfechas, quieren más; hay que pararlas ahora mismo”. Por eso, pasados sus 50 años y sin el físico que lo elevó al número 1 del mundo y a ganar 99 títulos en su carrera, Riggs estaba dedicado a otros menesteres. Antes de su retiro en 1959, Riggs ya era famoso por su apego al mundo de las apuestas e incluso como cospicuo estafador. Por caso, en 1939, llegó a Wimbledon, observó las cotizaciones de las apuestas, y se dio cuenta que nadie había ganado single, doble y mixto en el All England. Apostar ya era legal en Wimbledon. Riggs apostó 100 libras a su favor con la misión de alzarse con la triple corona. Ganó los tres títulos y embolsó 100.000 dólares, a diferencia de las 150 libras que obtuvo por ganar en la Catedral del tenis.
En 1973 decidió volver a jugar sólo para demostrar su supuesta superioridad. El primer desafío se lo hizo a la australiana Margaret Court, una de las grandes jugadoras de todos los tiempos (sumó 24 títulos de Grand Slam), a quien derrotó con facilidad el 13 de mayo de 1973, una jornada que se conoció como “La masacre del Día de la Madre”. Después de ese 6-2 y 6-1 contra la australiana, el ego y la prepotencia elevó a Riggs a otro nivel que lo llevó a desafiar a Billie Jean King, luego de que Chris Evert se negara a concederle un partido y, claro, trascendencia.
El partido ante King, entonces número 1 del mundo, se conoció como “La batalla de los sexos” y se disputó en el Astrodome Arena de Houston, Texas, en una atmósfera que se convirtió en un circo mediático. Era el duelo entre un machista contra una feminista que luchaba por la igualdad que su rival misógino despreciaba. El partido-espectáculo estaba garantizado desde antes de su inicio. Para King era una gran oportunidad para expresar abiertamente sus ideas y mostrarle al mundo algo que, por entonces, ya hacía ruido: las mujeres ganaban alrededor de ocho veces menos que los varones.
El 20 de septiembre de 1973 se jugó ante 30.472 personas que presenciaron el encuentro y la audiencia televisiva superó los 80 millones de espectadores. Récord total para aquellos tiempos.
En tres sets, Billie Jean King aplastó a Bobby Riggs por 6-4, 6-3 y 6-3. “No se trataba de tenis. Se trataba de lograr un cambio social. Eso lo tenía claro cuando entré en la pista”, dijo la tenista. El premio económico era sustancioso: 100.000 dólares. Pero había mucho más en juego.
Como correlato de esta historia, el Abierto de Estados Unidos de ese mismo año se convertiría en el primer torneo de Grand Slam que repartió el mismo premio en metálico para hombres y mujeres. En el libro que King escribió años después para reconstruir “La batalla de los sexos”, contó que perder ante un machista como Bobby Riggs supondría para las mujeres retroceder varios años en el tiempo. “Mi victoria podría frenar por lo menos 20 años el movimiento de liberación femenina”, contó King. Y agregó: “Sentí que tenía el peso del mundo sobre mis hombros. Pensé que si perdía podríamos retroceder 50 años, habría arruinado todo lo recorrido y afectado la autoestima de todas las mujeres”.
Esa victoria la elevó al status de abanderada de las mujeres y de un incipiente movimiento feminista que empezaba a dar los primeros pasos de una larga batalla por la igualdad.
Antes, en 1970, King había liderado la lucha de nueve mujeres que decidieron no participar de los torneos organizados por la Asociación de Tenis de Estados Unidos (USTA, por su nombre en inglés), con el riesgo de perder sus rankings o no jugar los Grand Slams, para crear un circuito femenino y, posteriormente, fundar la WTA, en junio de 1973, para independizarse del tenis masculino.
En 2017, su historia (en 2013 se hizo un documental sobre ese partido visagra) fue llevada al cine en una película protagonizada por Emma Stone y Steve Carell. “El tema de fondo es mucho más que un mero partido: significó el nacimiento del tenis profesional femenino”, precisó King cuando lanzaron la película en el Festival de Toronto.
Su impronta fue tan grande y decisiva que, desde 2020, la tenista estadounidense da su nombre al torneo más importante de países por equipos femeninos: la Copa Federación.
“Campeona en la pista y pionera fuera de ella, Billie Jean King es una activista por la igualdad que ha dedicado su vida a luchar contra la discriminación en todas sus formas. Los valores que ella representa simbolizan la filosofía de un campeonato que ha evolucionado hasta convertirse en la competición internacional anual por equipos más grande del tenis femenino”, describió la Federación Internacional de Tenis (ITF) al reaizar el anuncio oficial.
Antes, en 2006, el complejo de tenis que se ubica en el barrio neoyorquino de Queens empezó a llevar su ADN: el USTA Billie Jean King National Tennis Center. Por esto, se la considera como la “dueña” de Flushing Meadows. Ahora, hace unas semanas, recibió el Premio Legado Muhammad Ali, en los Premios Sports Illustrated (Tom Brady fue nombrado Deportista de 2021).
“Gracias a lo que conseguimos entonces, las mujeres empezaron a ser valoradas por su talento y no por sus piernas”, dijo años después de ganar aquella batalla. No se equivocaba. No se equivocó.