Inconformista. Provocadora. Decidida. Mujer de convicciones firmes, Suzanne Lenglen marcó una época del tenis a partir de su talento deportivo y un carisma lleno de histrionismo y amor de los adeptos al tenis. Tuvo una corta vida, nació en París el 24 de mayo de 1899 y falleció el 4 de julio de 1938. Apenas 39 años le bastaron para romper los estamentos de una sociedad que no pudo disimular sentirse atraída por una mujer que desafiaba los cánones y parámetros de aquel entonces.

“Simplemente arrojo la dignidad al viento y no pienso en nada más que en el juego”, dijo Lenglen sobre su estilo de juego. "Intento golpear la pelota con toda mi fuerza y enviarla donde mi oponente no está". No se guardaba nada. Incluso, hasta arrojaba la raqueta, insultaba y maldecía en cuotas iguales cuando las cosas no le salían como ella quería. Le gustaba fumar y prefería tomar brandy en lugar de agua durante los cambios de lado. Y su manera de vestir simbolizó una verdadera revolución. Su personalidad era tan atractivo y sugerente que llegaba a los partidos con un abrigo de piel largo y maquillada con lápiz labial rojo brillante. Usaba el pelo oscuro y recogido en un mechón corto, muy popular entre los flappers (de la década de 1920. Es decir, el nuevo estilo de vida de jóvenes mujeres que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial (denominado bob cut) y escuchaban música no convencional para esa época (jazz) que también bailaban. A partir del deporte, se convirtió en ícono de la moda y su estilo fue imitado por mujeres alrededor de todo el mundo. A su atuendo le sumaba pañuelos en la cabeza con encajes de diamantes, medias de seda y prendas que para la época se consideraban escandalosas. Lenglen exponía como nadie sus antebrazos con musculosas y sus pantorrillas a partir de sus movimientos danzantes dentro y fuera de la cancha. Y a su juego le adicionaba movimientos danzantes, saltaba en el aire como si fuera una bailarina.

Estadio Suzanne Lenglen, en Roland Garros (Getty)

En poco tiempo se ganó la simpatía de propios y ajenos. Fue una de las mejores jugadoras de la era pre-Open con sus títulos individuales de Grand Slam . Pero ella tenía un plus que hoy simbolizaría millones de seguidores en tiempos de redes sociales: en todas partes, la lealtad de sus fans era enorme. Todo un capital simbólico que la blindaba de las críticas y los enojos de quienes creían manejar el comportamiento y el buen gusto ajeno.

Hija de Charles y Anaïs Lenglen , su papá heredó una empresa de carruajes que vendió para que su familia se mudara al norte de Franci a. Pasaron los inviernos en la Riviera francesa en Niza , en una villa frente al Nice Lawn Tennis Club . De niña, jugó al diábolo, un juego que consistía en lanzar y equilibrar una peonza (una especie de trompo) en una cuerda conectada a dos palos. Lo realizó frente a grandes multitudes, situación que la ayudó a desarrollar una aptitud para el arte. Sin embargo, a los 11 años agarró por vez primera una raqueta de tenis y ese día quedó fascinada por el ir y venir de la pelota. Como si fuera un imán, Lenglen llegó, en seis meses, a la final de un torneo de primer nivel en Chantilly. Ese resultado llevó a su padre a inducirla a un entrenamiento riguroso para mejorar su nivel de juego. Su plan fue empujar el límite, incluso más allá de lo que podía su hija. Quería inculcarle a su juego agresividad y ahínco para luchar cada punto. No se equivocó, la joven Lenglen asimiló esos entrenamientos y supo desplegarlos en la canchas.

Suzanne Lenglen, siempre elegante (Getty)

A los 15 años, apenas cuatro años después de que empezara a jugar tenis, Lenglen se alzó con el Campeonato Mundial de Pista Dura, en París. Eran los inicios de 1914 y la Primera Guerra Mundial estaba por iniciarse y, con ella, el camino de Lenglen se vio deteniendo temporalmente. Sin torneos, la francesa continuó entrenando en el sur galo. Con el cierre de la Primera Guerra, en 1919, ganó el primero de sus seis títulos de Wimbledon. Ese triunfo la catapultó a la fama ya que, en medio del dolor y la destrucción en la que había quedado Europa, Lenglen se convirtió en símbolo de orgullo y optimismo para los franceses.

Durante los siete años que jugó tras la Primera Guerra Mundial, Lenglen perdió apenas un partido individual y tres sets en total. Mientras la mayoría de las mujeres sacaban de abajo, la francesa lo hacía de arriba como ya lo hacían los hombres.

En 1920, Lenglen se quedó con el primero de los seis títulos individuales en el Campeonato de Francia. Terminó esa temporada como número uno indiscutida del mundo y, entre 1921 y 1926, año en que se convirtió en profesional, luego de su única derrota, ganó 181 partidos de manera consecutiva. Logró tres medallas en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920 (oro en single y doble mixto y plata en doble femenino). Aquella derrota fue en Forest Hills, Nueva York. Se retiró ante Molla Mallory, tras estar 2-6 y 0-40 y advertir al juez que estaba enferma. El público no le creyó y la abucheó. Tanta ira le generó ese desplante que, en Wimbledon 1922, vengó esa caída y venció a Mallory 6-2, 6-0 en 26 minutos en la final más corta aún registrada. “Ahora, a la Sra. Mallory le he demostrado hoy lo que pude haberle hecho en Nueva York el año pasado”, desafió tras recibir el trofeo.

Se convirtió en tenista profesional y con esa decisión perdió la oportunidad de participar en torneos, incluidos los Grand Slams. Eran las reglas de esos tiempos que recién se abrió en 1968 con la era Abierta u Open. “Lo hice para escapar de la servidumbre y la esclavitud”, contó la propia Lenglen. “Tengo 27 años y no soy rica, ¿debería embarcarme en otra carrera y dejar aquella para la que tengo lo que la gente llama genio? ¿O debería sonreír ante la perspectiva de la pobreza real y seguir ganando una fortuna, para quién?”, agregó en una entrevista.

La escultura de Lenglen, en la entrada del estadio que lleva su nombre (Getty)

Con su paso al profesionalismo, Lenglen ganó 50.000 dólares para jugar en 38 partidos de exhibición en Estados Unidos . Se retiró en 1928 y se dedicó a trabajar en una tienda deportiva y dirigió una escuela de tenis. Si bien tuvo romances de alto perfil, jamás de casó. Diez años después de su retiro, en junio de 1938, le diagnosticaron leucemia y, al poco tiempo, se quedó ciega. Tres semanas después, el 4 de julio, falleció a los 39 años .

En su honor, la cancha número dos de Roland Garros (la uno es la Philippe Chatrier, por el hombre que elevó al torneo al sitial del showbiz) lleva su nombre. El estadio Suzanne Lenglen se construyó en 1994 y tiene una capacidad para 10.000 personas. Y, en su entrada, luce una escultura en relieve de bronce de la francesa en una típica pose suya mientras jugaba.