Brazo derecho en alto, con el puño cerrado. Bien alto, tanto como sea posible. Hacia el infinito y más allá. Un símbolo de resistencia, de lucha y de coraje contra el racismo y la dictadura. En verdad, contra toda forma de opresión. Un reclamo que ayer, por una de las semifinales de la Copa Libertadores femenina, brotó con naturalidad mayúscula. Corinthians goleaba 5-0 a Nacional, de Uruguay (fue 8-0), y Adriana, tras marcar de penal el sexto tanto, fue llamada “macaca”.
Así lo denunció el propio club brasileño, una situación que generó tumultos e intercambios entre las jugadoras. Tras la conquista y el forcejeo, las jugadoras del Timão celebraron con el puño derecho cerrado y extendido hacia el cielo en contra del racismo. Lo mismo hicieron al finalizar el encuentro, cuando el equipo se sacó una foto grupal y algunas de sus jugadoras sumaron el gesto de una rodilla apoyada en el suelo.
Del Black Power a Sócrates:
El puño en alto, ese símbolo de protesta tan espeso y contundente, tuvo su cénit en los Juegos Olímpicos de México 1968. El 16 de octubre de ese año llegó la final de los 200 metros llanos y los máximos candidatos eran los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos; mientras que el resto competía por la medalla de bronce. Al tiempo que todos los ojos posaban sobre los estadounidenses, nadie advirtió que el australiano Peter Norman se colaba en el segundo lugar. Apenas por una cabeza, Norman desplazó al tercer lugar a Carlos. Smith fue oro, con récord mundial incluido y, además, fue el primer hombre en bajar los 20 segundos (19.83 segundos). El australiano, con sus 20.06 segundos impuso el récord nacional, aún vigente.
Antes de la entrega de medallas, los estadounidenses pusieron en marcha un plan. Ambos se colocaron un pin del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos (una iniciativa contra el racismo en el deporte) y dispusieron a colocarse sus guantes negros para realizar una protesta que nadie esperaba. Pero Carlos había olvidado sus guantes en la Villa Olímpica. Ante esto, Norman le sugirió a Smith que le diera uno de los suyos, así los dos podrían hacer el gesto. Además, el australiano les pidió uno de los prendedores por los derechos humanos. El trío subió al podio, los atletas de Estados Unidos lo hicieron descalzos. Cuando comenzó a sonar el himno estadounidense cerraron los ojos, agacharon sus cabezas y alzaron sus puños (Smith el derecho y Carlos el izquierdo) para globalizar e inmortalizar el Black Power.
“La Estados Unidos negra entenderá lo que hicimos esta noche”, dijo Smith, quien aquella vez entendió que estaba sacrificando su carrera por un bien mucho mayor. Su puño derecho representaba el poder negro en Estados Unidos (el Black Power), y el puño izquierdo de Carlos, la unidad de la población negra. Mientras que la bufanda negra era el orgullo, y las medias negras sin calzado como símbolo de la pobreza de los negros en un Estados Unidos abiertamente racista. Cuando se retiraron el público los abucheó, pero su obra ya había quedado para la posteridad.
Sin embargo, en Brasil, ese gesto tiene un vínculo inexorable con Sócrates, el jugador del pueblo. Allá y aquí, sin más. “Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos. Si yo estuviera del otro lado, no del lado de la gente, no habría nadie que escuchara mis opiniones”. “Regalo mis goles a un país mejor”. “Ganar o perder, pero siempre con democracia”. Sus frases, con un ritmo y una cadencia contundentes fueron (y son) verdaderos golpes de KO. Tan letales como sus goles.
“Los futbolistas somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos más poder que sus jefes”, explicaba una y otra vez y lo puso en práctica en 1982, cuando junto con Walter Casagrande, además de Wladimir, Zenon y Adilson Monteiro, el entonces director deportivo del Corinthians, decidieron crear la Democracia Corinthiana para incomodar y oponerse a la dictadura militar de João Baptista Figueiredo (gobernó de 1979 a 1985), que prefería “el olor a caballo que el olor de pueblo” e impulsaba el Plan Cóndor que derramó sangre y fuego a lo largo de América Latina.
“Para mí, lo ideal sería un socialismo perfecto, donde todos los hombres tengan los mismos derechos y los mismo deberes. Una concepción del mundo sin poder”, reflexionaba el talentoso mediocampista y capitán de Brasil en el Mundial de España 1982 y México 1986. En base a eso defendió a ultranza la Democracia Corinthiana, una forma de gobierno autogestionada. Bajo el lema “Libertad con responsabilidad”, el club actuaba como una comunidad de personas en la que todos sus miembros, desde los titulares, suplentes o utileros hasta los más altos directivos, tomaban en conjunto todas las decisiones, y en la que todos los votos contaban por igual y, por eso, la mayoría, en consenso, mandaba. De esta manera, se establecieron los horarios de los entrenamientos, las comidas, las formaciones, los pases y traspasos, los despidos, las vacaciones o pedidos especiales. Absolutamente todo. Incluso se aprobó la libertad de acción del futbolista fuera de la cancha para permitir el derecho a fumar y a tomar alcohol. “El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo”, decía Sócrates para imponer sus ideas de una manera democrática y libre.
Fue tan fuerte ese movimiento político que, en las tribunas, los hinchas portaban carteles con leyendas como “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente”, “Derechos ya”… Y Sócrates y sus compañeros respondían dentro del campo de juego con títulos. “Esto es lo que todos quieren: que cada jugador sea un alienado. El jugador sólo tiene que jugar. No puedes pensar, ni participar, nada. No puedes ir a un bar a tomar una cerveza con amigos, no puedes ir a ver un show, una película, y mucho menos tener una opinión política. Porque todos saben que el jugador tiene una tremenda ascendencia política. Solamente el mismo jugador no lo sabe. Y siempre podan en la raíz. Si reaccionas, pierdes tu trabajo. Y si los máximos dirigentes lo quieren, ya no juegas en ningún lado”, sostuvo en la revista Placar en 1983.
Su manera de horadar a la dictadura se imponía dentro y fuera de la cancha y saltaba cualquier cerco de censura. Por caso, en noviembre 1982, cuando se asomaban las elecciones para gobernador, por más que aun faltara mucho para restaurar la democracia plena, el Corinthinas salieron al campor de juego con una remera que recomendaba “El día 15 vote”.
Y sus goles se convirtieron en dagas imposibles de anestesiar para una dictadura militar que se resistía (1964-1985). Cada conquista del volante era seguida por un gesto tan inconfundible como certero. Ponía el cuerpo recto con el brazo derecho que extendía más allá del límite de la cabeza, el puño cerrado y la mirada fija. Celebró así los goles durante gran parte de su carrera para mostrar su descontento contra la opresión y para pedir por la unidad.
El momento de mayor ebullición llegó cuando la Democracia Corinthiana se constituyó como uno de los brazos ideales para mostrar al movimiento civil de 1983 “¡Directas Ya!”, que reclamaba que las elecciones a Presidente fueran abiertas a todo el pueblo y que llegó a reunir más de un millón y medio de personas en las calles. “Si la enmienda se aprueba en la Cámara de Diputados y en el Senado, no voy a dejar mi país”, prometió Sócrates aquel día ante una multitud que clamaba por la sanción de la Enmienda Constitucional Dante de Oliveira, que permitía el llamado a elecciones para presidente de la República. Las presiones de los militares, apoyados por la Iglesia y gran parte del empresariado, logró que la Enmienda no se aprobara y, frustrado, Sócrates aceptó la oferta de Fiorentina, de Italia.
Se retiró en 1989 en las filas del Botafogo, club en el que empezó (además pasó por Flamengo, Santos), para volver a ejercer como médico y, más tarde, como comentarista deportivo. Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, su nombre completo. Padre de seis hijos. Murió el 4 de diciembre de 2011 después de sufrir una infección generalizada, producto de su adicción al alcohol. Murió un domingo, horas antes de que Corinthians saliera campeón. “Quiero morir un domingo y con el Corinthians campeón”, dijo a mediados de los ´80. Su deseo final se cumplió.