Pasaron 25 años. El 27 de julio de 1996, el mundo olímpico se detuvo. El Parque Olímpico de Atlanta fue el epicentro de un atentado que dejó dos muertos y más de un centenar de heridos. Era sábado y, a la 1.15 de la madrugada, un artefacto casero colocado en el Parque Centenario de Atlanta, en la base de una de las columnas que sustentan los altavoces y las luces que se utilizaban para los conciertos que se ofrecían en el Parque, estalló. Esa noche, justamente, la banda de rock Jack Mack and the Heart Attack se presentaba en el Parque
Como consecuencia de la explosión y la dañina onda expansiva murió Alice Hawthorne, una mujer de Albany de 44 años de edad, y Melih Uzunyol, de 38 años, de la cadena de televisión estatal turca TRT, quien sufrió un infarto cuando llegaba para cubrir la escena.
Horas más tarde, la ciudad cabecera de los Juegos amaneció desierta y completamente tomada por las fuerzas de seguridad. La Villa Olímpica permaneció toda la noche cerrada y en todas y cada una de las sedes se guardó un minuto de silencio en memoria de los fallecidos y la bandera olímpica ondeó a media asta.
A pesar del atentado, un rápido acuerdo entre el Gobierno Nacional estadounidense y el Comité Olímpico Internacional (COI) determinó no detener el desarrollo de la cita deportiva. El entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, que había estado unos días antes en Atlanta, expresó: “Este ataque es un acto vil de terror contra el espíritu olímpico. Sin embargo, pido y animo a todos los deportistas a que no se dejen intimidar y sigan Adelante con los Juegos”. En consonancia, Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del COI, afirmó que el Movimiento Olímpico no se dejaría “amedrentar por el terrorismo” y que los Juegos de Atlanta continuarían de acuerdo con el plan previsto.
Los hechos:
Un agente de seguridad, Richard Jewell, que estaba prestando servicio en el Parque Centenario, fue el primer sospechoso. Jewell había descubierto un extraño paquete y, por iniciativa propia, comenzó a evacuar la zona.
Las investigaciones determinaron, finalmente, que el agente Jewell no era el responsable del atentado y fue exonerado de todos los cargos tres meses después. Una voz que no se identificó y que la Policía definió como “tranquila” llamó desde una cabina telefónica pública al 911 y detalló que había una bomba en el Parque. Tras varios meses de investigación, se determinó que se trataba de un varón estadounidense blanco. Se trataba de Eric Robert Rudolph, un cristiano fundamentalista que cometió dos ataques más en la región durante los meses siguientes. Uno, en una clínica donde se practicaban abortos, y, la otra, en un bar frecuentado por lesbianas
Su objetivo en Atlanta, funesto y sin sentido, fue protestar contra el aborto, la homosexualidad y los ideales “socialistas” y “globalistas” que, para él, encarnaban los Juegos Olímpicos. Su misión de interrumpir los Juegos no logró su cometido, pero permaneció prófugo hasta 2003 cuando fue detenido en Carolina del Norte y sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Por su parte, Jewell, el héroe que logró sacarse la coraza de villano murió a los 44 años, el 29 de agosto de 2007, por padecer graves problemas médicos relacionados con un cuadro de diabetes. Su historia llegó al cine, en 2019, a través de una película dirigida por Clint Eastwood y basada en las memorias del propio guardia de seguridad y un artículo periodístico publicado por la periodista de Vanity Fair, Marie Brenner, titulado American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell.
La fiesta deportiva siguió su curso. Sin embargo, esa mancha enlutó a todo el movimiento olímpico por siempre.