Dentro de las frondosas y profundas historias que se narran en cada cita olímpica hay grandes campeones y récords, derrotas y caídas inexplicables. Pero también hay espacio para aquellos que no tocan el cielo con sus manos, no llegan al Olimpo que encierra alcanzar una medalla, un podio o, incluso, un diploma. Para algunos, se tata apenas participantes.
Sin embargo, cada uno de los atletas encierra en sí mismo una historia. Y por pequeña que sea, todas son dignas de contar y, por qué no, de admirar. Ese es el caso del remero Hamadou Djibo Issaka, más conocido como el remero principiante que participó de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Algo así como un héroe sin corona. Uno que no ganó nada (deportivamente) pero sí atrapó el corazón del público al medirse con los mejores del mundo en las aguas londinenses.
“La primera vez que me subí en un bote de remo, me caí al agua, pero como soy un buen nadador, no fue un problema”, contó en una entrevista Djibo Issaka, que nació 3 de julio de 1977 en Niame, ciudad capital de Níger. Un país sin litoral de África occidental que limita al sur con Nigeria y Benín, al oeste con Burkina Faso y Malí, al norte con Argelia y Libia, y al este con Chad, y cuyo idioma principal es el francés. Níger, uno de los países más pobres del mundo, no tenía tradición en el remo y, hasta hoy, cuenta con dos medallas (una de bronce en Munich 1972 y otra de plata en Río 2016).
Djibo Issaka recibió una wild card para los Juegos de Londres 2012 y su primera vez arriba de un bote fue apenas tres meses antes de aquellos Juegos Olímpicos.
Su historia, en verdad, se inscribe dentro de las ya tradicionales cartas de invitación que expide hace años el Comité Olímpico Internacional (COI). Vale recordar a Eric Moussambani, la anguila de Guinea Ecautorial, que en los Juegos de Sydney 2000 se popularizó y marcó un antes y un después entre las historias más emotivas y que hoy, en tiempos de redes sociales, tendría una penetración total en modo viral.
Último en todas sus series, Djibo Issaka no fue capaz de conducir su bote en línea recta en ninguna de sus series y quedó último, siempre. En el primer intento, terminó la carrera en 8 minutos y 25 segundos, a minuto y medio del ganador. En su segundo intento, otra vez, llegó al final con un tiempo incluso más lento: 8 minutos y 39 segundos.
Y allí sucedió lo maravilloso. Eso que puede surgir en un Juego Olímpico, la mayor cita deportiva del mundo, todopoderosa por excelencia. El público que miraba con cierto estupor a aquel desconocido remero decidió arroparlo entre sus preferidos. Algo así como la parábola del perdedor. Lo que en un principio fue críticas y hasta cargadas por su escasa preparación, se convirtió en un imán de popularidad. El apoyo del locutor oficial de la prueba cambió todo. “¡Puedes hacerlo! ¡Puedes hacerlo! ¡Puedes hacerlo!”, repitió una y otra vez. Así, la multitud lo arengó para transformarlo en uno de los héroes de los Juegos.
En la tercera presentación. Se desató la Issakamanía por más que empleara más tiempo en concluir: 9 minutos y 7 segundos, 42 más lento que su mejor marca. Impulsado por el calor del público, rompió la marca de nueve minutos con un tiempo de 8 minutos y 53 segundos en el último intento.
“Cuando estaba en la línea de salida, estaba contento de no haber volcado la embarcación. No tenía nada de técnica, fui todo fuerza”, contó Djibo Issaka para luego contar que, en realidad, lo suyo era la natación pero precisó que la Federación le sugirió que se pasara al remo para poder conseguir otra plaza olímpica por invitación para Níger. “No fue fácil terminar. Necesité mucho coraje para cruzar la línea”, sentenció el hombre que trabajaba como jardinero y piletero.