Tiene 24 años, mide 1,42 metros y pesa 47 kilos. Lo suyo es pura potencia y una exquisita elegancia. Revolucionó el mundo de la gimnasia artística. Marcó un antes y un después luego de su irrupción en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Simone Biles es a estos tiempos lo que fue la rumana Nadia Comaneci desde mediados de los años ´70 hasta promediados los ´80: una verdadera estrella.

“Cualquier cosa que no sea mi mejor forma me saca de quicio”, declaró hace no mucho tiempo la gimnasta estadounidense que nació el 14 de marzo de 1997 en Columbus, Ohio. Su mirada está puesta en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, a donde llega como máxima candidata. Allí, Biles buscará superar su sublime actuación en Río de Janeiro, donde cosechó cinco medallas (cuatro de oro) y entró al panteón de realezas olímpicas, donde están Michael Phelps, Usain Bolt y Nadia Comaneci. Biles se exige, siempre. Y esa respuesta explica, acaso, el por qué se puso a llorar en el torneo clasificatorio de Estados Unidos, cuando una mala noche en las finales le dejó frustrada y furiosa.

El punto es que fue, es y será (hasta cuando ella lo decida) la motivación por la excelencia deportiva lo que llevó, lleva y llevará (otra vez, sí, hasta cuando ella lo decida) a Biles de nuevo al gimnasio tras tomarse un año sabático tras su distinguida actuación en Brasil. Con un pasado familiar complejo y oscuro, Biles fue criada por su abuelo y su segunda mujer (Nellie) dada la incapacidad de su mamá (Shanon Biles) por su adicción a las drogas y víctima de abusos sexuales por Larry Nassar (que abusó sexualmente a atletas, Biles entre ellas, bajo la apariencia de dar tratamiento médico), la estadounidense encontró en la gimnasia artística un refugio y ahora, junto con sus nuevos entrenadores Laurent y Cecille Landi, elaboró un plan de trabajo que no se limitó a recuperar las habilidades que le permitieron ser la mujer del mundo, sino que ahora el objetivo es consolidarse.

Biles, en acción

El físico de Biles es notablemente diferente al de la célebre Nadia Comaneci, que con sus movimientos en punta realizaba rutinas casi de ballet. Biles es pura potencia. Su revolución en la gimnasia (además de títulos al por mayor) se traduce también a dos movimientos que llevan su nombre y que hasta la fecha ninguna gimnasta ha igualado: Biles y Biles II. El primero, un doble-doble (doble mortal hacia atrás con dos giros) y el segundo, un triple doble mortal en suelo.

“Cuando alguien compite en busca de la perfección y mostrando sus habilidades, ello anima a otros atletas a entender que es posible y que ellos también pueden hacerlo”, contó Biles. “Siento que hemos llegado a un punto en el que la gimnasia es cada vez más difícil y un poco más peligrosa. Estamos andando en un territorio aventurado, pero es excitante ser testigo de ello”, agregó la gimnasta que, a los 8 años, fue descubierta por Aimee Borman, su entrenadora hasta no hace tanto. “Un día decidió que sería una gran gimnasta y desde entonces lo ha hecho todo para lograrlo”, dijo Borman a la revista Time.

En su adolescencia no hubo actividades extracurriculares o fiesta de gradución, sólo entrenamiento. En 2012, Biles decidió que en lugar de ir a la secundaria estudiaría en su casa para aumentar al máximo las horas de entrenamiento. Así pasó de 20 a 32 horas semanales. Un año después ganó su primer título mundial en programa completo.

Ahora, en Tokio 2020, Biles va por más. Incluso, en marzo pasado, sumó a su rutina el salto doble mortal, una pirueta que hasta Biles, sólo había sido ejecutado por hombres en competiciones internacionales: el Yurchenko. Se trata de uno de los movimientos de mayor dificultad en la gimnasia: Biles llegó al potro o mesa de salto de espalda, tras hacer una voltereta lateral en el suelo e impulsarse en un pequeño trampolín. Seguidamente, hizo un doble giro con las piernas estiradas.

Biles, la gimnasta que ya hizo historia pero que, en Tokio 2020, va por más. Mucho más.