De la guerra en Afganistán a luchar en las Artes Marciales Mixtas (MMA). De veterano de guerra “para hacerse hombre” a combatir de manera oficial como peleadora trans. Esa es la hoja de ruta más reciente de Alana McLaughlin (antes Ryan). Tras el rechazo de su familia, a los 20 años (hoy tiene 39), se alistó en el Ejército de Estados Unidos para combatir y, de ser necesario, morir para paliar el dolor que le causaba, en aquel entonces, no ser aceptada por los suyos tal y como Alana se autopercibía. De aquella decisión a este presente pasaron 18 años. En ese período de aceptación propia, una decisión sin dudas simbólica y valiente, Alana dejó las armas y las explosiones para probarse como la segunda luchadora trans (la primera fue Fallon Fox) que pelea en un evento oficial MMA. Se enfrentó a la francesa Celine Provost durante la velada de Combate Global, que se desarrolló el viernes 10 de septiembre, y obtuvo un triunfo por sumisión en el minuto 3.32 del segundo round.
“Sobre todo recuerdo la desesperación. Me criaron para creer que todo en mí estaba mal y que debería odiar lo que soy… mirando hacia atrás siento una gran lástima y compasión por quien era entonces”, contó tras su victoria. Su cruda historia indica que sufrió reiterados abusos sexuales durante su niñez por parte del círculo cercano de sus padres. Debieron pasar largos años hasta que sus progenitores aceptaran la verdad. La decisión familiar fue tapar, esconder debajo de la alfombra una realidad que, conforme el tiempo, se hizo tan grande que ya nada podía ocultar semejante aberración. Pero la fórmula “de eso no se habla” rindió sus frutos, en un principio, quedó al descubierto cuando les confesó que se sentía Alana y no Ryan. Para sus padres, pobre de ellos, lo suyo no era más que una confusión producto de los abusos. “Si pudiera hablar con mi yo de 15 años le diría que alcanzar la felicidad no es fácil, pero es posible. Esa niña quería morir porque pensaba que no tenía futuro. Le diría que siga poniendo un pie delante del otro y que luche con más fuerza, que aunque nunca será más fácil, ella se volverá más fuerte”, detalló al El Confidencial.
En 2003 se alistó en el Ejército de su país (ella procede e Rock Hill, una población de 70.000 habitantes del estado de Carolina del Sur) y terminó en Afganistán como parte de las tropas de ocupación estadounidenses. Formó parte de los Cuerpos Especiales durante seis años. “Luché, disparé, levanté peso, me dejé barba y monté una Harley y nada cambió. Seguía llorando hasta dormirme por la noche”, explicó tiempo después al ‘DailyMail’.
Pero tras ese período de “máxima masculinidad”, como suele imponer el obsoleto esquema tribal de los ejércitos, se sometió a una cirugía de pecho, de feminización facial y de reasignación de sexo. Nunca más vio a sus padres para iniciar una nueva vida, mediada por episodios de estrés postraumático debido tanto a los abusos que sufrió durante su niñez como a su experiencia en combate.
Su caso dio el salto a la prensa cuando en el 2016, el expresidente de los Estados Unidos Barack Obama, levantó la prohibición que impedía a personas transgénero servir en el ejército. Una medida que Donald Trump congelaría y que, a principios de 2021, Joe Biden revirtió. Pero más allá del Ejército, de ir y venir con las decisiones presidenciales, Alana recuperó todo su ser cuando empezó a asistir a un gimnasio. “Lo siento como una vía de escape. Es un refugio. En el gimnasio, mis compañeros de entrenamiento están trabajando conmigo para que todos mejoremos. En la jaula, sé que estoy a salvo. Hay reglas, todos los involucrados han dado su consentimiento para estar allí, y hay árbitros y médicos. Es un deporte peligroso, pero a veces es más seguro que navegar por este mundo”, admitió tras dejar de ser una aficionada de las artes marciales mixtas para probarse en combate. Y agregó: “Cuando subo al ring siento que he encontrado mi propósito. Me siento completa. Sé que cuando entro lo hago en mis términos y desafío a cualquiera que se interponga en mi camino para intentarlo”.
Para poder pelear, Alana se sometió a las condiciones impuestas por el estado de Florida (la lucha fue en Miami) para poder combatir estando en regla (esto incluye el cumplimiento de un tratamiento hormonal). “Sé que hay mucha gente que cree que no debería pelear. Algunos piensan, incorrectamente, que tengo una ventaja injusta. Miembros de la comunidad trans temen que les esté dando munición a nuestros detractores. Sin embargo, me he encontrado con un apoyo abrumador por parte de mis amigos y aquellos que han entrenado conmigo. Todos apoyan mi decisión y creen en lo que estoy tratando de conseguir”, precisó Alana McLaughlin que ahora también milita por la inclusión adentro de un ring.