Lo que genera este River es angustiante, doloroso y los hinchas no se lo merecen. No hay equipo en el mundo que juegue antes 85 mil personas todos los partidos en condición de local. En una Argentina donde no sobra un mango, la gente paga su cuota, su abono, su entrada y dice presente a la hora que sea y contra el rival que sea.

A los jugadores debería darles vergüenza, pero a veces están tan alejados de la realidad que no dimensionan el esfuerzo que representa ir a verlos. El Superclásico que jugaron el pasado domingo es inadmisible. River podía perder contra Boca, no iba a ser la primera vez ni tampoco será la última, pero encarar así el partido es digno de un equipo sin alma.

El clima en el Monumental estuvo caldeado en los últimos partidos y es cierto que cantar contra los jugadores nunca va a hacer que jueguen mejor, pero el hartazgo se entiende. No solamente por las derrotas, sino por la actitud, las pocas ganas de correr, de meter y de entender la camiseta que están representando.

Marcelo Gallardo también tiene su gran cuota de responsabilidad. Su figura es inmensa, la estatua ya está hecha y eso se lo ganó por un primer ciclo brillante, aunque también con algunos altibajos. El deseo todos los hinchas es que este sea uno más de esos momentos de tocar fondo, para salir más fuertes que nunca y así volver a tocar el cielo con las manos, tal como sucedió en aquel memorable 2018.

Pero la realidad indica que esta vez es diferente y no es por ser pesimista, pero este River es un equipito del montón, al que cualquiera se le anima en el Monumental. Jugadores sin jerarquía para vestir esta camiseta, falta de actitud y guapos de cartón que se creen que por pelearse con los rivales se van a ganar a los hinchas.

Para dársela de guapo hay que jugar bien al fútbol antes

El Superclásico del pasado domingo dejó algunas imágenes que estuvieron cerca del papelón y no precisamente en cuestiones que tengan que ver estrictamente con el juego. Ver a Martínez Quarta en esa actitud prepotente de querer empujar a los rivales en cada córner a favor o mismo a Giuliano Galoppo pegándole a Paredes cuando bajaba el ´Ole´ desde la tribuna y luego peleándose con Ayrton Costa.

No fueron los únicos, pero suelen ser los que lo hacen. Todos los que tengan estas actitudes deben entender que es más de guapo jugar bien al fútbol en La Bombonera con 50 mil personas en contra que tirar un par de empujones a los jugadores de Boca, porque encima todo termina en palabras y nadie se pelea. Guapos de cartón que nada tienen que ver con los verdaderos líderes de la historia de River.

Paulo Díaz colmó la paciencia del hincha y Martínez Quarta no se queda atrás

Es desesperante el nivel de la defensa de River, especialmente de Paulo Díaz -que había perdido el puesto- y de Lucas Martínez Quarta. Errores de coordinación, fallas individuales groseras y desatenciones propias de un jugador amateur. La jugada que grafica el pésimo año de los dos marcadores centrales es la del penal mal cobrado de Armani sobre Milton Giménez que luego Ramírez anuló a instancias del VAR. Tras un centro frontal sencillo, ambos decidieron no saltar a disputarla y el atacante de Boca ganó fácil, aunque luego se tiró ante un contacto del arquero.

Uno de los grandes problemas de Paulo Díaz y Martínez Quarta es que ambos creen que pueden hacer más de lo que deben y eso obedece a técnicamente no son jugadores limitados. El asunto es que abusan de eso y siempre quieren una más y ahí es cuando aparecen los errores y una falla en la última línea, casi siempre es gol del rival.

Portillo, Armani y Paulo Díaz. (Foto: Getty).

Miguel Borja no resiste análisis

Si lo de Paulo Díaz y Martínez Quarta es desesperante, lo de Miguel Ángel Borja ya supera cualquier tipo de análisis. Es difícil comprender que siga jugando en River después de un 2025 desastroso. No solamente no aportó prácticamente goles, sino que además jugó pésimo en casi todos los partidos en los que sumó minutos.

Para colmo, en su ADN está el querer ser el héroe o el salvador y eso lo demostró contra Gimnasia y Esgrima La Plata. El colombiano venía de fallar un penal clave contra Independiente Rivadavia por la Copa Argentina, pero no le importó y en el minuto final contra el Lobo, después de un partido nefasto de River, fue él quien tomó la pelota para buscar el tanto del empate, pero volvió a fallar. La responsabilidad es suya, del entrenador que lo dejó patear y de la falta de líderes ya que nadie le dijo que no era buena idea.

Miguel Borja. (Foto: Getty).

Las responsabilidades de Gallardo

Duele el alma, pero Marcelo Gallardo también tiene su cuota de responsabilidad en este presente de River. Algunas decisiones tácticas resultan muy difícil de entender, la no consolidación de un equipo, el varias permanentemente de esquemas, nombres e intenciones es preocupante.

Salió a jugar el Superclásico luego de informar su renovación de contrato por un año más. Esa decisión fue exclusivamente para sacar el foco del tema y dar un aire nuevo, pero el que apareció en La Bombonera fue el viejo River, no tuvo nada de nuevo y jugó como si se trata de un entrenamiento, sobre todo el segundo tiempo.

Gallardo no encuentra el rumbo. Lejos, pero muy lejos quedó aquel equipo presionaba alto, que recuperaba y volaba al área rival. Ahora es un equipo estático, con mucho espacio entre las líneas, con jugadores que no están a la altura y con cambios que no solucionan nada. Gallardo es responsable y el hincha de River lo sabe, aunque no se lo hace notar en la cancha porque el amor que hay por él es muy grande.

Marcelo Gallardo, caliente en La Bombonera con sus jugadores. (Foto: Getty).

Jugadores que todavía no entienden que están en River

Gallardo tiene su cuota de responsabilidad y de eso no hay dudas, pero muchos jugadores pareciera que no tienen noción de dónde están parados. River es un club gigante con una historia muy rica y no se le puede faltar el respeto. Kevin Castaño, por quien se pagó más de 13 millones de dólares, a veces pareciera que va a disputar la pelota como si estuviese jugando con amigos.

Matías Galarza Fonda, que poco se entiende qué méritos hizo para llegar a River, no comprende lo que representa llevar puesta esa camiseta. Se puede jugar mal un partido, le ha pasado hasta a los mejores, pero hay cuestiones actitudinales que no tienen explicación. Miguel Ángel Borja es otro de los que muchas veces juega sin saber dónde está y lo dejó más que claro con la actitud que tuvo de querer patear un penal caliente ante Gimnasia luego de haber fallado uno ante Independiente Rivadavia en la eliminación de la Copa Argentina.

¿Cómo se sale del pozo?

Va a ser difícil salir de este momento, pero lo mejor que le puede pasar a River es que termine su año futbolístico. Que se den los resultados que se tienen que dar para ingresar a la Copa Libertadores 2026 y una vez que concluya la actividad, será imprescindible hacer un análisis crudo y quienes tienen que hacerlo son los jugadores principalmente, el entrenador y su cuerpo técnico y también la dirigencia, porque absolutamente todos ellos quedaron en deuda, el único que salió indemne de este año horripilante es el hincha. Así que los jugadores ya saben, o empiezan a poner huevos y entender dónde están o mejor SÁQUENSE LA CAMISETA Y DÉNSELA A LA HINCHADA QUE JUEGA MEJOR.