Muchas veces, cuando sos chiquito y tus viejos te incentivan a que cumplas tus sueños, te insisten en que perseveres para triunfar. Lamentablemente eso no siempre se da, diría en un 85% de las ocasiones no se da. Pero otras tantas, el esfuerzo y las ganas son tan grandes que termina pasando. Como le ocurrió a Gonzalo Ariel Montiel.
Desde chiquito, Cachete se paseaba con su abuelo por el Barrio La Esperanza mientras este vendía frutas. A veces a pie, otras tantas arriba del carro tirado a caballo, este pibe nacido el 1 de enero de 1997 iba pateando todo lo que se encontraba, piedras o botellas, mientras soñaba con ser, porque no, el homenajeado en su segundo nombre: Ariel Ortega.
Con las historias de su abuelo sobre el glorioso River Plate, Montiel comenzó a jugar al fútbol desde pibe en el club El Tala. Aca fue donde se empezaron a ver los destellos de quién sería una de las figuras más importantes en la historia del fútbol argentino. Habilidad que lo llevó a probarse a Huracán y Boca, aunque ninguno de estos quiso tenerlo.
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De golpe, casi como si el destino así lo quisiera, a Cachete le salió una prueba en River. No lo dudo, fue y quedó. Desde los 10 años defendiendo la camiseta del Millonario, Montiel se convirtió en un habitué dueño de la cinta de capitán; juegue en la categoría que juegue. Era un líder nato.
Pero no solo era líder por su gran defensa como marcador central, sino que también lo era por los huevos que tenía. Un carácter tremendo, serio y sin miedo a nada que forjó jugando en el barrio. Saliendo a la calle y metiéndose en cuanto torneo aparezca. Muchos de estos, sepan saber, que eran los famosos torneos de penales en donde Cachete empezó a patear.
Conociendo su pasado ya no sorprende ver su cara en el Estadio Lusail aquel 18 de diciembre. Para nada, mira si este pibe que un día pateaba penales que podían terminar a las trompadas por un gesto o cualquier exaltación se va a poner nervioso por enfrentar a un carilindo Lloris. De ninguna manera.
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River lo fue moldeando como jugador, pero la vida lo formó como persona. Cinco horas son las que viajaba Cachete para entrenarse en River; 620 en González Catán, Trafic desde Laferrere hasta Liniers y de ahí el 28 hasta Nuñez. A veces con su mamá, a veces solo. Nada lo detuvo.
Pensó en largar, es cierto, pero el destino no quiso. Justo se liberó un lugar en la pensión de River y ahí espero Gonzalo su lugar en Primera. El cual llegó, pero no como esperaba. A Gallardo no le gustaba el Montiel central, tenía que cambiar todo lo que aprendió en su vida para que el sueño no se corte. Y así lo hizo.
Puede ser una tontería, pero no lo es. Imaginen pasar toda su vida aprendiendo algo para que después les digan: “cambia todo esto por lo que necesito ahora”. Suena difícil, pero no para Montiel. No sólo se adueñó del lateral derecho del Millonario sino que también de la Copa Libertadores más importante en la historia del club siendo figura.
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Este rendimiento lo llevó a cumplir el sueño de jugar en Europa. Con buenos y malos momentos, el llamado de Scaloni para vestir la camiseta de la Selección Argentina siempre lo encuentra bien parado. Nunca falla y eso queya se enfrentó a leyendas como Neymar y Mbappé saliendo bien parado.
Un jugador hecho para grandes proezas. Como la que vivió el último domingo 18 de diciembre cuando, pese a no tener su mejor partido, se paró a un poco más de 11 metros del arco, con casi 30 millones de ojos mirándolo. Pero no tuvo miedo, firme como suele estarlo, Cachete solo pensó en una cosa: los torneos por el honor en González Catán. Transformó Lusail en la canchita del barrio, y no falló.