Bien dicen que recordar es vivir, Carlos Turrubiates lo sabe a la perfección. Mostrando a la pantalla una foto del once titular que saltó a la cancha del Nou Camp en la final contra Puebla de la temporada 1991-92, el exjugador del León rememora el desgaste físico que acalambró a Francisco Ramírez y fue aprovechado por él para sumarse como delantero en la prórroga y anotar el primero de los dos goles que le dieron el título a los Panzas Verdes.

“Me acuerdo bien que Paco Ramírez se quedó tirado en su lateral y rodó hacia afuera de la cancha porque no podían entrar las asistencias. Salió para que lo atendieran. Allí volví a buscar con la mirada a Víctor Manuel Vucetich, mi técnico, para que me diera permiso de ir al ataque. Entonces me autorizó irme al frente. Después de que Ramírez salió, nace la jugada del centro de Marquinho donde Paco Uribe, Pablo Larios y Roberto Ruiz Esparza chocan entre los tres para dejar rebotada la pelota en el área. Yo llegué por la parte de atrás para empujarla”, describe a Bolavip México.

El segundo gol fue del legendario Aurelio Rivera en propio arco. El tan temido ‘Coreano’, conocido por ser un “suavecito” con piernas y tobillos rivales, tuvo el infortunio de interponerse entre el balón y su portería para sellar el campeonato leonés. Turrubiates festejó la falla de su adversario, sin embargo, al paso del tiempo, repara en que no apeló a un gesto más cortés con él tras ese accidente.

“No fui precisamente con él, pero sí saludé a los compañeros del Puebla. Fue un digno rival en una gran lucha. No fue fácil para ninguno de los dos. Nos llevamos al máximo esfuerzo y eso se valora en una final. Fuimos al límite de nuestras energías y terminó por ser favorable para nosotros”.

Ahora que León y Puebla vuelven a enfrentarse en una Liguilla, Turrubiates rescata un aporte de ambos equipos al futbol mexicano luego de aquella final: la preparación física. Después del desgaste que agotó a jugadores de los dos lados y propició que varios culminaran con calambres, los clubes empezaron a trabajar más con el acondicionamiento.

“Fue un parteaguas para buscar métodos distintos de entrenamiento no solamente en lo táctico sino también en lo físico. Se fueron desarrollando olas distintas de preparadores físicos para personalizar los trabajos, antes eran generalizados. Recordemos que Peñita (Martín Peña) era más chaparrito que yo, tenía diferente complexión y jugaba una posición distinta a la mía, así que sus necesidades eran otras. Los prototipos de preparación física eran parejos para todo el equipo. Eso cambió”.

Lo que no modificó para nada es su recuerdo de la celebración de aquel gol que lo convirtió en ídolo leonés y lo catapultó a ser uno de los defensas más cotizados de la liga. Corrió con dirección hacia las tribunas observando las miles de banderas ondeantes conteniéndose el llanto por agradecer lo mucho que valió la pena esa postal.

“Me vinieron flashazos de toda mi carrera. Fue muy difícil llegar hasta ahí. Recordé que me tocó vivir abajo de las gradas del estadio, que no nos habían pagado por un año. Fue un sufrimiento muy fuerte. La verdad fue tanta la emoción que me vacié, me fatigué. Fue demasiada euforia que me cansé”.

Si pudiera viajar al pasado, Turrubiates no se confesaría a sí mismo el desenlace de aquella final pero sí se vería a los ojos para comentarle a su yo más joven que busque convertir al mañana en un día especial, tan especial para no olvidarlo nunca. Tal como hasta ahora no lo olvida