El panorama no podría ser más determinante. Joel Embiid llega a esta temporada con una mochila más pesada que nunca y no precisamente por lo que hace dentro de la cancha, donde sigue siendo una de las mayores fuerzas dominantes de la NBA, sino por todo lo que ocurre fuera de ella. Las lesiones lo han perseguido durante casi toda su carrera y, aunque cada vez que vuelve demuestra que su talento sigue intacto, la paciencia del entorno y del propio cuerpo parece estar llegando a su límite.
La encrucijada que vive Embiid: de estrella a olvidado por lesiones
El talento jamás estuvo en discusión. Embiid, de 31 años, tiene los recursos técnicos, la inteligencia y la presencia física para ser el mejor jugador del mundo en cualquier noche. Sin embargo, el problema radica en su disponibilidad. A lo largo de los últimos años, las temporadas que parecían prometer consagración terminaron en frustración por las mismas razones: rodillas, pies o meniscos que no le permiten mantenerse en pie cuando más lo necesita su equipo. Por eso, más allá de las estadísticas o los premios individuales, este año se presenta como una especie de ultimátum.
Esto, sumado a la presión que implica haber sido MVP y aún no haber podido trasladar ese nivel a los playoffs, hace que su situación esté bajo la lupa como nunca antes. La NBA es un escenario implacable, que premia la constancia tanto como el talento. Y aunque Embiid siempre haya sido una figura capaz de cambiar un partido por sí solo, de poco sirve si no puede estar presente en los momentos que definen el destino de una franquicia. En la última temporada, por ejemplo, promedió 23.8 puntos, 8.2 rebotes y 4.5 asistencias, números impresionantes que refuerzan su dominio, pero que pierden peso cuando se recuerda que solo pudo disputar 19 partidos de fase regular.
Para ponerlo en perspectiva, otros jugadores de su generación han logrado construir legados a partir de su continuidad. Nikola Jokic, por ejemplo, consolidó su dominio en la liga justamente por su capacidad de estar disponible cada noche y mantener un rendimiento sostenido. Embiid, en cambio, debe lidiar con la sensación de que cada temporada puede ser la última en la que su cuerpo le permita competir al más alto nivel.
La realidad es que el camerunés sigue siendo un fenómeno de la naturaleza, pero la NBA no espera por nadie. Su última oportunidad no pasa por demostrar que es capaz de dominar, sino por probar que su cuerpo puede resistir el ritmo de una campaña completa sin traicionarlo. De eso dependerá si su historia queda escrita entre los más grandes o si su legado se resume en lo que pudo haber sido.
