Miguel Ángel Russo forma parte de una raza especial. Hombres que le entregan su vida al fútbol, que son capaces de morir por el fútbol, como lo fue Diego Armando Maradona dirigiendo a Gimnasia, como lo es Julio Falcioni, como lo fue el Flaco Menotti estando hasta el último minuto estando cerca de la Selección Argentina. También como Carlos Salvador Bilardo, el Maestro Tabárez y Don Ángel Tulio Zof.
Estos hombres respiran fútbol, comen fútbol, toman fútbol porque su vida es la pelota. Y qué linda vida tuviste, Miguel. A ver, 14 años jugador de Estudiantes de La Plata, corazón Pincha, re contra identificado. Jugó las Eliminatorias para el Mundial de 1986 al lado de Diego y eso no se lo va a sacar nadie.
Y después, bueno, su carrera como entrenador que son palabras mayores: campeón de la Copa Libertadores con Boca, campeón con Vélez, ascensos con Rosario Central y con Estudiantes, campeón en Colombia. Una maravilla. Y muere como un guerrero. Muere con honor. Muere a lo grande, dirigiendo a Boca en el mismísimo Mundial de Clubes.
Murió como él quería, deseó y eligió: dentro de una cancha y dirigiendo, tal vez, al más grande de todos. A Boca Juniors, un club por el que él tenía devoción. Se va un grande. Yo creo, y ustedes lo saben, que Boca no debió exponerlo a esto, pero esa será discusión para otro momento.
Este es el instante para rendirle honores a un grande del fútbol argentino: Miguel Ángel Russo, que en paz descanses.
