La entrevista se retrasa unos minutos y se disculpa. Más tarde le vuelve a sonar el teléfono y tiene que salir otra vez. Así es su vida en Tandil. Padre de cuatro hijos, se la pasa de acá para allá. Y nunca, nunca pierde la calma. Como cuando jugaba. Como cuando pensó que iba a quedar libre pero un golpe de suerte y de talento le hizo un click y su vida cambió para siempre. En un segundo. A Mariano Nicolás González todo le pasó demasiado lento al principio y extremadamente rápido después.

“Fue terrible. Terrible, porque me cambió ahí la vida. Yo pasé de ir al Coto de Avellaneda y que nadie me diga nada a que me empiecen a parar y me digan ‘¿vos jugaste ayer, vos hiciste el gol?’. Imaginate en Avellaneda, era todo una locura. Decí que no había celulares, ni fotos, ni nada. Pasé de ir a comprar cereales y después estaba firmando un autógrafo en la caja. ¡Y no tenía una firma de autógrafo! Entonces, sí, el gol a Boca me cambió la vida”, comenzó contando en exclusiva para BOLAVIP.

En Porto logró nada menos que siete títulos. Getty Images.

Tanto que cuando pensó que le iba a llegar el telegrama de libertad de acción, le estaban comprando el pase. Que después se iría a Europa y pasaría unos buenos años allí, jugando con los mejores. Que luego ganaría una medalla de oro con la Selección y cerraría una carrera impresionante, siempre con perfil bajísimo.

Mariano nació en Tandil hace 44 años. Llegó a Racing en el medio de un caos dirigencial, con un club que estaba en quiebra, un anuncio de cierre que no fue, manifestaciones en la sede, incertidumbre constante. El vivía en la pensión y lo único que quería era jugar a la pelota.

“Yo me acuerdo patente que llegué en enero y en marzo fue la historia de la quiebra y el bombazo de Lalín en la cara. Nos habían llevado y estábamos en la sede y era todo un quilombo. Dije, ¿cómo puede ser que me costó tanto llegar acá…? Aparte me había ido a probar 15 veces. En una había quedado en Racing un año antes y habían echado a todos los entrenadores y tuve que volver a ir a probarme, volver a quedar. Y una vez que quedo, se quiebra el club y pasa todo lo que pasa. Yo ya me imaginaba otra vez en Tandil. Estas cosas que están fuera de control, terminan formando la forma de ser y la personalidad”, analiza.

Ese perfil bajo, ese no darse por vencido que lo llevó lejos, empezó quizás ahí, en esos años duros, cuenta.

“Llegué a Buenos Aires con 16 años. Me fui de la comodidad de mi casa, más allá de que mi casa no era de ricos ni nada, pero vivía con mis papás y cuatro hermanos. Recontra contenido. Agarré el bolsito y bueno, te vas. Y después empiezan a pasar cosas. Me lesioné, me dejaron afuera, fui al Sub 20, me bajaron, no jugaba, se suspendió la Reserva, tuve que volver a Cuarta. Un montón de cosas que decís ‘che ¿me pongo a estudiar o sigo intentando esto del fútbol?’. También que tiene eso la carrera del deportista y del futbolista, a nosotros nos enseñan a aguantar, entonces vos empezás, ¿te lesionaste o te duele la panza? Y bueno aguantátela y jugá, y aguantátela y jugá, y aguantátela y jugá. Empezamos a aguantar cosas y cosas y cosas, se va formando una personalidad, una forma de ser que te ayuda a competir. Yo lo he pensado mucho, cuando un entrenador te dice ‘bueno, che, no jugás’, no te citan o algo así y decís me quiero matar. Pero tengo que aguantar, y por ahí te callás y sale bien, por ahí te callás y sale mal. A nosotros nos enseñan a aguantar. Eso es como una ley. Y te va marcando”.

Jugó en Santamarina hasta los 40 años. Foto Santamarina.

Antes de aquel título del 2001 con Reinaldo Carlos Merlo a la cabeza del plantel y bajo el polémico gerenciamiento de Blanquiceleste SA, Racing navegaba en un mar de dudas y con el riesgo del descenso latente. La presión de los 35 años sin títulos, los desajustes institucionales, los DTs que pasaban sin gloria y con pena y un grupo de pibes que saltaban a Primera como quien salta a un precipicio.

“Estuve con muchos chicos que llegaron a tocar Primera, Pucho (Osvaldo Barsottini), con Leo Tambussi, Javier Musa, que eran de la camada de Chiche Arano. En esa época donde el club era un desastre y ellos, por un tema de edad fueron los que tuvieron que jugar en Primera, un poco más chicos que el Polaco Bastía. De la edad de Diego Milito, cuando empezaron todos ellos era un quilombo, y nosotros tomábamos mate en la habitación y decíamos ¿qué va a pasar ahora? ¿qué va a pasar mañana? No sabemos si tenemos para comer, ropa, todo”.

Llegó Mostaza, el descenso quedó en el olvido, sumaron refuerzos para afrontar aquel torneo que terminó siendo la que cortó la racha sin título, el del Paso a Paso, en el 2001. Pero a Mariano no le tocó jugar. Quedó relegado y aunque simple vista podría pensarse que fue porque al DT mucho no le gustaban los pibes (prefería los jugadores con más experiencia), hoy el volante lo ve de otra forma y asume sus propias culpas y responsabilidades.

-Daba la impresión de que Merlo no te daba muchas chances…
-Cuando yo estaba en la Sub 20, tenía que dar el paso a Primera. Y justo ahí tengo una lesión, después del Sudamericano, me costó volver y se hizo muy difícil. Cuando sos chico lo primero que hacés es putear al entrenador. Pero después entendí que había cosas en las que tenía razón.

-¿Por ejemplo?
-Por ahí no las veía, porque jugaba en Cuarta y en Reserva y me daban la 10, entonces creía que no tenía que correr, que tenía que tirar caños, que era una de las estrellitas del equipo, entonces te vas confundiendo. Tengo presente que mi viejo me decía: “¿El fin de semana que viene vas a correr? Porque si no, no vengo”. Siempre me cagaba a pedos por eso. Yo decía “sí, voy a correr”, no corría nunca.  Y la verdad que Mostaza en un momento me lo dijo “vas tener que bajar a Cuarta”, porque en ese momento se había suspendido la Reserva. Iba a venir gente a jugar, que fue el equipo que se armó en el 2001 para salir campeón. Y yo ahí me di cuenta. ¿Qué estoy haciendo? Estoy pensando que me alcanza o que me sobra y me tengo que poner a correr. Entonces fue ahí donde empecé a entrenar bien, me tocó el profesor de Cuarta de que era Cóceres, del grupo de Miguel Micó y Sergio Saturno, un profe impresionante. Empecé a meterle ahí. Y empecé a cambiar la forma de estado físico, le sumé eso a las condiciones que yo tenía para jugar y ahí empecé a pelear de verdad con los profesionales. Y de hecho fue Mostaza el que me volvió a subir al plantel justo antes de que se fuera. Yo venía empujando mucho desde la Reserva, haciendo goles, y él me dijo “bueno, ahora sí”. Me hizo bien ese golpe también, ese cachetazo.

-Terminaste valorando ese sacudón.
-Sí, sí, claro. Era real eso también, que él prefería los jugadores grandes. Pero capaz que era por esto, porque no quería explicarle a un pibe de 20 años que tenía que correr; entonces traigo uno de 30 que no le tengo que explicar nada y está bien. Uno tiene esa forma de descargar, que la culpa es del otro para estar tranquilo, pero no decir me pongo a entrenar, me pongo a correr, es lo más difícil. Yo lo hablo ahora, que ya dejé de jugar. En ese momento me salió naturalmente, pero es muy difícil verlo. Yo asumí la responsabilidad, más allá de que lo odié en ese momento, estuvo bien. 

Ardiles y el gol a Boca

Se fue Merlo y apareció un tal Osvaldo Ardiles, campeón del mundo del ’78 y radicado en Inglaterra desde hace décadas. El Pitón que celebraba los goles con un sonoro “Yes” (acompañado por Julio Ricardo Villa), fue quien le terminó dando rodaje a un Speedy (el apodo nunca terminó de pegar demasiado) González que ya pisaba los 21 años y no había debutado en Primera.

Aquel gol a Boca que lo marcó para siempre. Foto RacingClubRetro

Lo que vino después de eso fue todo una montaña rusa de emociones que casi no se detuvo. Todo pasó, y lo relata Mariano con su propia voz aún sorprendida, en un instante.

“Ardiles nos sorprendió. Con una forma diferente, completamente diferente a la de Mostaza. Con mucha personalidad también, porque vos lo veías chiquitito pero con mucha personalidad. Así como decía de Merlo, yo tenía como un amor ciego también con él: me dio la posibilidad de jugar”.

-Te puso en Primera al fin.
-Tengo muy presente la forma en que me tocó jugar. Parece que fue ayer. Me acuerdo que fue el clásico Independiente – Racing en la cancha de River, nos ganan 4-1. En ese partido se lesiona Diego Milito, y lo echan al Chanchi Estévez. Estaban Gonza Bergessio y Nico Pavlovich de suplentes. Todo el mundo daba por hecho que iban a jugar ellos. Y el loco éste, yo no había ni siquiera ido al banco en Primera. Y me puso con Rosario Central y me puso de titular y jugué yo con Pavlovich. Y se generó en un tema porque Gonzalo era un jugador con experiencia. Después de eso fuimos a jugar Copa Sudamericana y me volvió a poner y empecé a jugar bien también y ahí él me bancó, y para mí fue una cosa increíble. A mí en lo personal me ayudó un montón porque me agarraba y me decía “vos tranquilo, despreocupate, dedicate a hacer lo que sabés”. Me daba la confianza para que yo me pueda desarrollar.

Un mes después, su primer gol. Y a Boca. En la Bombonera. Un 4 a 3 para Racing, histórico. Y él que pasó de comprar en el supermercado del barrio donde ya vivía en un departamento con otros compañeros a tener que practicar una firma para los autógrafos.

“Son situaciones que te cambian. Después de 5 partidos me citaron a la Selección. Pase de todo eso a hacer una entrevista, a que venga una marca y te vista, el club te quiere aumentar el contrato, que aparezca un representante… Un montón de cosas que hay que saber manejar. Lo pasé, lo traté de naturalmente y la verdad es que puedo decir que lo pude manejar bien”.

Quizás aquel golpe de Mostaza que le acomodó las ideas ayudó a que pudiera tomarlo con calma y no marearse. Pero el tren no se detuvo, al contrario, aceleró aún más. Y a la blanca y celeste se sumó la celeste y blanca.

Bielsa y la confianza

-¿Quién te citó en ese momento a la Selección?
-Estaba Bielsa, porque fue el cambio generacional, viste, después de la derrota en el Mundial 2002, fallida clasificación en la fase de grupo. Y ahí nos empiezan a citar a nosotros, yo justo recién arrancaba los primeros pasos en Primera, en el inicio del 2003 nos empiezan a citar a todos los del fútbol local y ahí entro yo.

En aquel entonces la Selección estaba en proceso de renovación. El Loco citó primero a una nueva camada de jugadores que luego se fue mechando con los de más experiencia que sobrevivieron a aquella fatídica eliminación en Corea y Japón.

Argentina y el equipazo que ganó la medalla de oro olímpica en 2004. Getty Images.

“Los jugadores del fútbol local eran la camada de los más chicos, los de mi edad, la categoría 81, de D’Alessandro, Lucho González, Nico Burdisso, sumado a Pocho Insúa, Diego Milito, el Chino Saja, Chino Garcé, Gaby Milito, teníamos todos 20, 21, 22 y después cuando un poco se calmó todo por la presión y todo eso, se empezó a mezclar con las camadas jóvenes de esa 2002, que eran Aimar, Riquelme, Heinze, Facu Quiroga, Dutscher, Scaloni. Y luego los grandes que eran el Ratón Ayala, el Kily González, Hernán Crespo, una mezcla que se va ahí acomodando y se encamina después para el 2006, la Selección que va al Mundial siguiente”.

Pasó del Coto a compartir concentración con jugadores europeos. Todo en un pestañeo.

“Si te ponés a buscar una imagen, fue como sacudir una botella de champagne y sacarle el corcho. Debuté a los 21, tarde, y yo había estado en la pensión con todos mis compañeros, todos jugaban en Primera y yo no había debutado. Había jugado el Sudamericano, había pasado un año, ya D’Alessandro era figura, ya jugaba a Tevez, yo todavía estaba sin debutar. Aparece esta chance, debuto, le hago un gol a Boca y a los 10 partidos me citan a la Selección y pasa eso. ¡Bum! Pasé de 0 a 100 en 3 segundos. Yo lo veía  como algo posible, como algo que podía pasar, yo ya tenía conocimiento de lo que era estar en el Ezeiza, en el precio, ser sparring, ya conocía a Bielsa. Pero me faltaba la exposición de demostrar que podés jugar en Primera.

-¿Cómo manejaste esa ansiedad de no haber debutado con 21 años?
-Difícil, pero creo que la personalidad también me ayudó. Estaba tranquilo, aguantaba, trataba de ponerme en el lugar del otro. Decir, “che, el técnico no me pone algo debo tener yo”. En el fútbol siempre tenemos una zanahoria adelante. Jugás el miércoles, jugás el domingo, jugás el miércoles, jugás el domingo en Reserva. Entrenás hoy porque mañana tenés que volver a entrenar y descansar y el miércoles hacés fútbol a ver si jugás… Estamos así, siempre corriendo atrás de la zanahoria y eso a veces te ayuda a enfocarte.  

-Demasiada calma…
-Sí. Porque tenía muy en claro lo que quería. Yo me veía jugando en Europa. Quizá me veía más jugando en Europa que debutando. Quizá eso me frenó un poco, pero lo veía así, lo sentía también. Sabía que a la larga o la corta iba a conseguirlo. 

-¿Cómo era la relación con Bielsa?
Yo creo que él veía más cosas de mí de las que yo veía. Es un gran reproche que tengo yo en mi carrera. El creyó más de mí de lo que creí yo. También lo veo como parte de un proceso, la inmadurez que yo tenía en ese momento. El me decía que tenía que mejorar, tenía que explotar más mis condiciones, y yo también con mi personalidad, por ahí me quedaba un poquitito, no lo aprovechaba bien y venía otro con menos condiciones que yo, y con las cosas más claras y me ganaba el puesto. Después pasan cosas, se va el entrenador y tenés que empezar a remarla, entran otros jugadores de otro gusto. Las oportunidades pasan, pero creo que él creía más en mi de lo que creía yo.

Campeón olímpico en Atenas 2004, campeón de Italia con el Inter, finalista de la Copa Italia (y semifinalista con el Palermo también), siete títulos con el Porto, campeón de la Copa Argentina con Arsenal. Y sin embargo cree que le faltó un poco más. Que quizá no llegó a su techo.

“No encontré el límite o no llegué a tocar el límite que necesitaba en ese momento para estar en la Selección y ganarme el lugar. La carrera del jugador es muy vertiginosa, te encontrás en situaciones con 20, 22, 24 años que no son comunes y es una competencia, entonces, el que está más preparado es el que sigue adelante”.

Racing, Selección y ¿Europa? 

A su vertiginosa carrera le faltaba un salto. Y llegó al poco tiempo. “En ese momento que yo subo, que jugué esos 15 partidos en Primera y me citan a la Selección, me venden también. De un momento para otro me dicen ‘che, te van a comprar el pase’. Y yo, imaginate que en julio, en las vacaciones de invierno, estaba tomando mate en la pensión. Ya vivía en un departamento pero estaba ahí que no sabía si no me hacían contrato, porque el contrato lo firmás en junio, y estaba esperando la carta del 30, la famosa carta de documento del 30 de junio que te decía: quedás libre o firmás contrato. Y en diciembre, a los seis meses, me están comprando el pase. Una locura. Después me quedo a préstamo en Racing, jugué un año y medio más, hasta que aparece el Palermo y me llevan”. 

Un grupo empresarial le compró el pase -todavía se podía- y en el medio de la vorágine terminó en Italia.

Corriendo a la par de Figo, en el festejo del Scudetto del Inter. Getty Images.

“Qué sé yo. Fue todo tan rápido, cuando empecé en la Selección, después me citaban todos los partidos, jugaba siempre, Copa América, Eliminatorias. No llegué a hacer más pretemporadas con el club porque siempre en verano y en invierno había partido. Iba, venía, iba y venía, iba y venía, jugaba, concentraba. Un día me dicen: ‘Apareció el Palermo, ¿querés ir?’. Sí, voy. Y aparecí en Palermo. Y jugué el último partido en Racing, me fui a la Selección, estuve dos meses en la Selección porque jugamos Copa América, después Juegos Olímpicos, después Eliminatorias. Y aparecí en septiembre en Palermo, había firmado en junio. Ya hacía dos meses que era jugador del Palermo y no conocía el club, no conocía a mis compañeros, y caí un día y a la otra semana jugamos. Es muy difícil pararse y pensar y decir vamos a poner un poco los pies sobre la tierra, dónde estoy, porque llegué ahí, vamos a ver una casa, que el auto, que viene mi mamá en avión, que viene mi papá, que viene mi hermano, que no sé qué, que mañana concentrar, que mañana jugar, se te pasó un año. No sabés italiano, lo tenés que aprender. Y ya estaba de vacaciones acá, en Argentina otra vez. Ni hablar otras, porque llegué en septiembre a Palermo y ya tenía la cuenta abierta, ya tenía depositados dos meses de sueldo, no había jugado y ya tenía plata que tampoco me imaginaba que iba a tener. Es muy difícil ponerse a pensar esas cosas”.

Así de rápido pasó todo. Y en el medio, después de 69 partidos y 9 goles, el Inter se lo quiso llevar. ¡El Inter! En aquel momento estaban Javier Zanetti, Hernán Crespo, Walter Samuel, Santiago Solari, Julio Cruz, Nicolás Burdisso, Esteban Cambiasso -por citar a los argentinos-. Pero además estaba Zlatan Ibraimovic, Materazzi, Luis Figo, Adriano, Toldo… Y un DT como Roberto Mancini.

Perdieron la final de la Supercopa Italia en 2006, fueron campeones de la Serie A en mayo del 2007, cayeron en la final de la Copa Italia. “Tuvimos ahí una fallida en Champions, que teníamos un equipazo y quedamos fuera con un empate con Valencia y la final de Copa Italia. Sí, pero fue un año muy bueno. Para mí, en lo personal también, fui como a ayudar al equipo. Y la verdad que terminé jugando un montón de partidos, eran todas figuras, pero tenían una edad y hubo muchas lesiones, muchas suspensiones. Fui encontrando el lugar y la verdad que me fue muy bien. Había ido a préstamo y hasta el último momento estuve ahí con que me compraban y no me compraban. Hasta que apareció el Porto y dije yo quiero ir a jugar un poco más y me fui“.

Antes de irse, sin embargo, recibió una ovación del estadio. En agradecimiento.

-Dicen que Luis Figo renovó en Inter gracias a vos…
-No sé si fue por eso, ja. Era el último partido de él, supuestamente se iba a Arabia. En el primer tiempo yo hago una jugada y me hacen un penal, no me acuerdo quién lo pateó, vamos ganando 1 a 0. Después 2 a 0, en el segundo tiempo hago otra jugada y me hacen otro penal, me queda la pelota a mí, ‘pateá, pateá, que te hicieron el penal a vos’. Me pongo para patear y la gente empieza a cantar ‘Figo, Figo, Figo’, Yo me doy vuelta para verlo y él me dice ‘no, no, pateá vos’. Y le digo ‘dale, dale, pateá vos, la gente está pidiendo’. Se dio el gol, una explosión y todo. Por ese gol no es que se quedó, pero quedó muy marcado el amor que la gente tenía por él. Y no sé si fue ese detalle o no, pero él decidió quedarse.

-¿Te dijo algo?
-Gracias a Marian, me dijo ahí, y pateó, lo fuimos a abrazar. Fue un detalle que
por ahí pasa desapercibido en ese momento, pero después tiene resonancia. Incluso ahí fue la fiesta del campeonato y había un locutor y estábamos todos saltando. Y el locutor para la música y dice ‘quiero saludar a Mariano que le dejó el penal’ y se armó también una ovación para mí porque le había dejado el penal. Y nosotros nos mirábamos diciendo ‘bueno, es un penal’, pero tuvo un peso después que tomó otra dimensión.

Con su hermano Pablo, que pasó por Racing y luego por varios clubes de Italia. Foto IG

Hay algo que los técnicos vieron en Mariano González que al parecer no es moneda corriente. Algo de esa forma de ser de ir siempre para adelante, de apoyar aunque no le toque, de unir al grupo. Y de su perfil bajo, ese que dice que quizás alguna vez le jugó en contra. Le pasó en Racing, en Palermo, en Inter, en Porto y después también. Y con Bielsa, en la Selección. Entrenadores que lo bancaron siempre y que él les respondió después.

“Me pasó en Portugal también. Los primeros seis meses de Porto fueron malos. Venía de Inter, con la cabeza de que iba jugar y llegué medio tarde, sobre el principio de campeonato, me costó entrar y me enrosqué en el técnico que estaba equivocado, que no me ponía, cada vez peor, los primeros seis meses fueron malos y me puteaba todo el estadio. Y el tipo la verdad que me adoptó, como que vio cosas y me ayudó a levantar, a levantar y después de esos seis meses empecé a arrancar y por suerte después me fue bien. Creo que tiene que ver con esa forma que tengo yo de tirar para adelante. Más allá de que me molestaba no jugar y que me enojaba, siempre con el objetivo grupal por delante. Y eso por ahí se ve o se transmite o los técnicos lo veían. Con este técnico al tercer año ya era uno de los capitanes, el cuarto año fui capitán. Era un jugador de equipo y solucionaba un montón de cosas que por ahí iban más allá de lo técnico, de lo táctico”.

Después de su paso por Europa, de reencontrarse con Lisandro López en Porto y ganar siete títulos, decidió volver al país. Pasó por Arsenal y luego por Estudiantes. Pero algo se rompió. Después de toda la locura algo lo dejó sin energía. “Mi situación futbolística en ese momento no era buena, no me había ido bien de Estudiantes, me había peleado con todos los representantes que tenía, ya estaba cansado un poco del sistema, de algunos manejos y surgió la posibilidad de jugar en Ramón Santamarina, que recién había ascendido”.

Santamarina es el equipo de Tandil, su ciudad natal. Armó el bolso y se volvió a casa. “Si estoy mal, qué mejor que volver a Tandil y encontrarme con mis amigos, mi familia y volver a jugar. Y me hizo re bien, después volví a jugar en Huracán, en Colón en Primera y jugué Libertadores y todo. Y después ya en el final de mi carrera, ya con 30 y pico, otra vez la posibilidad de venir Santamarina, ya estuve bien ahí, me vuelvo. Ya no tenía mucho interés en estar en el ruido, en Primera, no le veía sentido”.

Tenía 33 años. Venía de ser campeón en Europa. Pero se volvió a casa. No le pesó lo que pudieran decir. “No la pasé bien en Estudiantes y me di cuenta de un montón de cosas. La plata que me pagaban ahí no me alcanzaba para estar contento, estaba en un lugar que realmente no quería estar. Lo que quería era jugar. Pude identificar eso: ¿qué es lo que me haría sentir bien? Y estaba claro. Que Santamarina haya dado un salto para estar en B Nacional a mí ya me alcanzaba. Tenía la posibilidad de estar acá recuperando esa felicidad que había perdido y salió bien. Está bien, perdí de otro lado, por ahí en lo económico perdí plata, pero gané un montón de otras cosas que me llenaron mucho más que un contrato”.

Jugó 70 partidos en un año y medio, muy B Nacional todo. Recuperó su esencia y lo demás llegó solo. “La historia de Huracán fue terrible. Me encontré con el ayudante de Eduardo Domínguez en las vacaciones, en la playa, nos pusimos a hablar y cuando volví a Argentina me llamó. ‘¿Vos jugaste con Eduardo? Sí, somos amigos. ‘Porque necesitamos un jugador como vos’. Al otro día me llamó Eduardo, al otro día me llamó el presidente de Huracán, yo estaba sin club. Y pasé de B Nacional a jugar en Huracán, jugar Copa Libertadores. Hice un gol para clasificar en la Copa Libertadores. Después jugamos Sudamericana, me fue bien. Y estuve dos años en Huracán, increíble. Y a Colón también me llevó Eduardo. Cuando el fin tiene que ver más con la búsqueda de la felicidad es muy difícil que te salga mal. Si vos estás en coherencia con lo que querés hacer. Si me hubiese ido atrás de que me pagaban más, o porque es una ciudad más linda… Es muy probable que te salga mal”.

Tandil es, definitivamente, su lugar en el mundo. Por eso ahora, siendo papá de More, Cami, Vicky y Matteo, sus días se pasan entre partidos de hockey y fútbol, clases de gimnasia artística, idas y regresos de los colegios, juntadas con madres y padres de los compañeros de sus hijos, torneos de fútbol con amigos, asados y demás. No le fue fácil después de vivir tan acelerado bajar tanto la velocidad.

“Estoy muy lejos de tener aspiraciones con el fútbol. Estoy con proyectos personales de negocios que me interesan. Y haciendo mucha terapia de reflexión. Porque en un momento tenía tiempo, tenía mis inversiones, no tenía que salir corriendo para jugar, no quería saber nada con el fútbol. Y en un momento digo ‘pucha, tengo todo lo que quería tener cuando empecé a jugar’. Una parte económica resuelta, mi familia bien, mi viejos bien, mi hermano. Empecé a comer asados, ahora puedo comer. Y ya caminaba un poco por las paredes. Empecé con psicólogo, con un coach y otras terapias. A reformularme, a resetearme. Fui encontrando cosas que me ayudaron a estar mejor”. El famoso día después.

Hoy sigue aprendiendo cómo vivir sin esa vorágine que fue su vida durante tantos años. Se retiró a los 40, jugando en el club de su casa, de Tandil, siendo feliz otra vez. Y se quedó para ser fiel con ese sentimiento. Ese que lo llevó a tener siempre la cabeza bien puesta pese al ritmo frenético del fútbol. Ese que lo llevó a los técnicos lo bancaran. Ese que hoy lo convierte en un vecino más.