Tan contundente como cuando se erguía o contorsionava arriba de un tatami. Decidida y voraz. Amable y generosa. Sus pasos dejan una estela que se perpetúa por las apacibles calles cipoleñas. Su impronta somete a cualquier transeúnte, por más distraído que pase. Raudos y sigilosos se detienen para pedirle una foto en modo selfie o, tan solo, para saludarla o agradecerle. Y ella, a cada uno, le responde como si fuera el primero de día (sobre todo si son chicos). ¡Y no! Ya son varios, muchos los que saben de su presencia en Cipolletti, la segunda comarca en población del Alto Valle de Río Negro detrás de General Roca. Paula Pareto no pasa inadvertida. La hija de Aldo y de Mirta, la hermana de Estefanía y Marco, la tía de Juana y Justina trascendió el deporte para convertirse en la atleta argentina más importante de este siglo. No se trata de sus dos medallas olímpicas (oro en Río 2016 y bronce en Pekín 2008, además de dos diplomas) o de su título mundial o sus tres preseas panamericanas (una de cada tipo entre Río 2007 y Toronto 2015). Su palmarés, al igual que su dimensión humana, exceden con creces sus 1,48 metros de estatura. Para la Peque Parto, la vida es una “cuestión de causalidades” surcada por una irregular geografía que no resigna ni escatima del esfuerzo para traspasar metas y superarse. Sobre todo, a sí misma. De hecho, para Pareto el secreto de su éxito son sus afectos. Los reales, esos palpables y duraderos. Los mismos que celebraron cada logro deportivo con el mismo ahínco con el que lo hicieron cada vez que aprobaba una materia para Medicina. Los mismos (y no es una redundancia) que la ayudaron a comprender y asimilar la “espuma” y la “no espuma” que se produce entre un triunfo y una derrota. Porque, al fin y al cabo, “una empieza a aceptar las críticas cuando sabe y entiende cuáles son sus falencias”, dice Pareto en la charla que brinda en el Complejo Cultural Cipolletti, en el marco de la 10° Fiesta Nacional de la Actividad Física previa a la 36° edición de la Corrida Internacional de Cipolletti. Más de 500 personas quedan eclipsadas por el hechizo Pareto, el de una simple mujer de 36 años (16 de enero de 1986) que cautiva, enseña e inspira. “Las causalidades de la vida hicieron que yo fuera como soy. Mi primer título importante, por así decirlo, fue en Sudamericano de 2004, en el Cenard. Al año siguiente quedé segunda en un selectivo y como la chica que había clasificado no tenía los medios y yo tampoco los tenía. Justo le robaron el auto a mi mamá y ella me dijo que podían pagarme el viaje con la plata del seguro”, cuenta. Y agrega: “Terminó dándose todo muy bien y, por eso, siempre hablo de un equipo que nadie ve: la familia. Porque mi vieja me iba a buscar todos los días al Cenard, eran dos horas en transporte público. Por vender ese auto fui campeona panamericana y ahí me empezaron a tener más en cuenta. Esas causalidades son las que hacen que salga a matar o morir porque no es sólo mi esfuerzo sino también el de mi familia”.
-Hablás mucho de equipo en un deporte que, a priori, muchos pueden creer que es individual….
-El equipo es todo. El judo no es un deporte individual. No es individual porque cuando salís a luchar si no tenés un rival no le podés ganar a nadie. No se trata de mejorar tu marca, como puede pasar con el atletismo. Acá tenés un rival y atrás tuyo hay un equipo que trabajó para que mi cabeza esté bien en forma para rendir en ese momento al máximo. Atrás está mi familia, ellos son mi pilar más importante. Son la base, cualquier edificio sin una buena base no puede llegar alto. Lo mismo pasa en la vida, sin una buena base no podés llegar alto. Además de mi familia están mis entrenadores, mis compañeros de entrenamiento, los amigos del colegio que te bancan. Son esas pequeñas cosas que por ahí no luce y hace mucho a la persona.
-Viajemos en el tiempo a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Sin existir las redes sociales como ahora, con tu medalla de bronce se generó una especie de Pequemanía. ¿Fue difícil manejar ese incipiente y desmedido reconocimiento?
-Fue una locura y un gran aprendizaje. Aprendí a decir que no. Post medalla estuve horas atendiendo a los medios y dando notas. No estaba acostumbrada a eso, pero debí hacerlo y entender a saber decir que no porque no podía disfrutar de nada: ni de mi familia, ni de mis amigos ni del logro en sí. Uno trata de ser respetuoso porque el otro está trabajando. Hubo un contraste muy grande. Perdí por el bronce y toda esa espuma que se hizo en Pekín bajó. Me dolió en su momento, pero también quedó toda la parte linda, la real. Había quedado quinta, diploma olímpico y de repente aparecieron las críticas. No lo tomo como personal, pero eso te enseña y me quedo con el afecto verdadero. Y a Río llegué con otra perspectiva y ahí, realmente, aprendí a decir que no, a decir que atendía a la prensa una vez que terminara de competir. Entre los tres Juegos Olímpicos aprendí quiénes eran espuma y quiénes eran líquido. Hice notas en Río, pero con los que en Londres hicieron lo mismo que en Pekín, me esperaron, me respetaron, aquellos que entendieron cada momento. Creo que por eso mismo, la espuma y la no espuma, llegué totalmente tranquila a Río y con la cabeza relajada.
-Surge con esto el tema de la salud mental. En Tokio 2020, los casos de Delfina Pigantiello y de Simone Biles dejaron en carne viva un problema que merece ser tratado con cuidado.
-Sí. es importante saber dónde estás parado y entender tu realidad y la del otro. Cuando un periodista viene y te pregunta “¿te ves en la final?”, no sabe del deporte y, tal vez, no tiene por qué saber que los otros entrenaron tanto o más que vos. Y en judo no gana siempre el mejor. He ganado muchas competencias y no era la mejor. Sé que puedo perder la primera lucha con alguien que tal vez entró por la ventana. Y yo también le puedo ganar a otro de la misma forma. En mi caso empecé con el psicólogo en 2006 cuando no era como ahora, algo habitual. Si bien, al principio, no creía mucho pero fui por ese camino. Le dije de una al psicólogo que no creía, hoy es mi amigo. Creo que siempre hay que quemar todos los cartuchos. Es muy importante la preparación psicológica y mental. Hasta te diría que cuando vas a competir, a luchar, es súper importante. Te diría que es un 85% mental. Hoy las redes nos juegan en contra porque le damos más importancia que la que precisan. Es saber dónde uno está parado. Es saber que hay gente que te puede querer y otra que no. Tal vez te quiere sin conocerte o te odia sin conocerte. Es cierto que de 100 comentarios tenés 99 buenos y 1 malo y te quedás con eso. Eso es porque somos humanos y nos pesa que, tal vez, alguien no nos quiera.
-¿Es un tema de ego?
-Puede ser. He escuchado muchas charlas y creo que el humano no acepta la crítica. Sí la empezás a aceptar cuando sabés cuáles son tus falencias. Me han dicho que hago mal judo y yo no digo que soy una excelente judoca sino que voy para adelante como trompada de loco.
-¿Existe el miedo a ganar y el miedo a perder?
-Uno de mis entrenadores me dijo “gana el que tiene más ganas de ganar y menos miedo a perder”. Es tan simple como eso. Muchos chicos me preguntan si tengo miedo a perder y siempre respondo “obvio”. Tengo miedo a perder pero también tengo ganas de ganar. En ese equilibrio es donde centrás tu atención y dejo entrar a mi cabeza lo que yo quiero y lo que no quiero no entra. Entro pensando en lo que hacer para ganar y no en lo que tengo que esperar para perder. El miedo está y está buenísimo que esté porque sino no tengo adrenalina por lo cual, desde el punto fisiológico, no estoy activa. Ese miedo me motiva y me genera la adrenalina para estar atenta a todo. La clave es que ese miedo no te supere y que tengas más ganas de ganar con tus cosas que el miedo a perder. Depende de todo lo que hiciste para estar ahí. De todo lo que hiciste vos, de lo que hizo tu equipo de trabajo. Es el día a día lo que suma. El proceso es lo que vale. Y no es un día, dos días. Son meses. El Juego Olímpico es cada cuatro años y vos, desde que arrancás el ciclo olímpico tenés que tener una meta que, obviamente, no va a ser el Juego Olímpico: va a ser el torneo que viene. Porque el torneo inmediato es el que te va a permitir llegar. Si tu entrenador te dice que son 250 repeticiones, hacés 250 y no 150 porque el que sabe es el entrenador. Y el día que te ve más cansado y te pide 150, hacés 150. También está en confiar en el otro, en el equipo de trabajo. Me ha pasado que debí bajarme de alguna competencia y yo no quería pero debía confiar en ellos.
-Marcelo Bielsa dijo en una charla ante alumnos en Rosario que el fracaso es formativo y el éxito es deformante. Tomando esto, ¿ganaste más de lo que perdiste o perdiste más de lo que ganaste?
-Una vez escuché una frase que decía que el fracaso es la antesala del éxito y me encantó. Si no fracasaste nunca en tu vida no vas a ser exitoso. Tenés que conocer las dos para saber lo que es una y otra. Y no hacerte amigo ni del fracaso ni del éxito. Son totalmente pasajeros y subjetivos. Más de una vez gané y más de una vez perdí. Cuando perdí y no di todo, fracasé…
-¿Te pasó alguna vez?
-Sí. Y me sirvió. Lloré como dos horas seguidas sin parar. Sabía que no había dado todo y me sentía mal conmigo misma. Y ahí es donde fracasé. Muchas otras veces perdí pero di todo y me ganaron porque fueron mejores en la pelea. Para mí el fracaso es algo diferente, como en cualquier ámbito de la vida. Por ejemplo, si vos vas a un examen y te fue mal eso no implica que seas un fracasado. ¿Te sentaste y estudiaste todo lo que tenías que estudiar? Cuando me senté y no hice las cosas como correspondía, me la jugué pero ya sabía qué podía pasar. El esfuerzo no es negociable ni conmigo misma.
-En la previa de Tokio 2020 anunciaste que hasta ahí llegabas como atleta de altísimo rendimiento. ¿Fue complejo tomar la decisión y cómo fue ese tránsito hacia la última pelea?
-Fue una incertidumbre para todos. Sabía que iba a ser mi último Juego Olímpico. Llegué muy mal desde el punto de vista físico. Ya no me sentía bien entrenando y más de una vez me fui llorando de la importancia de no poder hacer un montón de lances que antes sí. Di todo, al 100%. Di más de lo que mi cuerpo podía. Volví feliz. Me fui en paz. Porque di todo. Dejé todo, cuerpo, alma, rodillas, hombros… estaba tranquila. No todo es una medalla en la vida, no todo es un objetivo sino es darte cuenta que ganás en todo lo que hagas si lo hacés bien y a consciencia.