Si tuviéramos que pensar en un mal escenario para un club de fútbol, sostenido en el tiempo, no podríamos medirlo en términos de victoria y derrota, porque es inevitable que en el largo plazo todos van a perder más de lo que van a ganar. Real Madrid, por ejemplo, tiene 14 títulos de Champions en 52 participaciones. Quiere decir que el club referenciado como el más ganador de la historia fue derrotado en 38 oportunidades.

Cada nuevo torneo significa una ilusión que se enciende dejando atrás la alegría de un festejo o el dolor de una derrota. Nada que no sepamos. Con o sin argumentos reales –y en un fútbol argentino tan parejo- todos tienen motivos para esperar algo grande. Lo que lastima profundamente no es la derrota puntual que se olvida al campeonato siguiente: es ese letargo que se vive de forma sostenida al ver a un equipo que ni siquiera amaga con protagonizar. Que no llega ni a mitad del torneo con chances de pelear.

Que del segundo nadie se acuerda es un cliché sin demasiado fundamento. Ningún hincha se olvida de los torneos que su equipo pelea. Después, un resultado sumará en una tabla de estrellitas y la otra no. Pero sentirse parte de la disputa, poder sostener la ilusión inicial hasta el final sin tener que ver cómo otros juegan por la gloria, enciende el fuego sagrado de nuestro amor por este juego. Si esa llama no se enciende de vez en cuando, hay algo que nos falta.

Independiente es el club del fútbol argentino al que peor le da el resultado de la ecuación entre expectativas y protagonismo en los últimos 30 años. Uno de los más grandes del país, de los más ganadores, escuela de cracks ve como temporada tras temporada se vuelve incapaz de sostener la esperanza más que por un puñado de partidos. El fracaso deportivo de la institución se convirtió en algo enquistado, crónico, que trasciende cualquier proyecto político.

Si hacemos un repaso rápido desde 1994 hasta la fecha, nos vamos a encontrar con que Independiente consiguió dos títulos locales, el Clausura 94 y Apertura 2002. No existe peor registro para el club en el profesionalismo, ni siquiera cuando se disputaba un solo torneo por año en lugar de dos. Pero acá viene lo más impactante: prácticamente no ha peleado por ningún título. Tiene dos subcampeonatos Apertura 96 y Clausura 2000 en los que terminó a 9 y 6 puntos de River respectivamente, lejos de protagonizar hasta el final. Salvo la consagración con Tolo Gallego, en ningún otro torneo del Siglo XXI ha estado siquiera en el podio. Estamos hablando de 36 competiciones posibles. En todo este tiempo tampoco ha disputado finales de Copas Nacionales. El pecado no es no ganar, el pecado es no pelear.


El asterisco que debemos señalar es el Clausura 2010 en el que se le escapa un partido increíble contra Argentinos Juniors –finalmente campeón- en La Paternal 4-3 en la fecha 18 que hubiera significado llegar a la última con chances. Ese equipo también lo dirigía Tolo Gallego.

En el medio ha habido otros hitos deportivos. De un lado tenemos las dos Copas Sudamericanas ganadas en 2010 y 2017, dos oasis en medio del desierto. Pero en el otro tenemos el descenso de 2013 y las serias dificultades –partido desempate incluido- para volver a Primera División

El nivel de autodestrucción tras la gloria conseguida en el Maracaná de la mano de Ariel Holan es impactante. Son muchos los futbolistas por los que el club ha apostado sin éxito: Fernando Gaibor, Jonathan Menéndez, Braian Romero, Emanuel Brítez, Burrito Martínez, Gonzalo Véron, Cecilio Domínguez, Carlos Benavídez, Pablo Hernández, Ezequiel Cerutti, Guillermo Burdisso, Francisco Silva, Lucas Romero, Alexander Barboza, Sebastián Palacios, Cristian Chávez, Pablo Pérez, Andrés Roa, Leandro Fernández, Iván Marcone, Damián Batallini, Alex Vigo, Sebastián Sosa, Joaquín Laso, Leandro Benegas, Juan Cazares, Gerónimo Poblete, más los llegados para la actual temporada cuyos nombres no despiertan mayores expectativas y sus rendimientos hasta el momento justifican esa reacción.

En cuanto al tema entrenadores tras la salida de Holan se apostó por un Beccacece que parecía ser una continuidad, pero cambió de vereda a los cuatro meses. El proyecto de Lucas Pusineri no dio resultados inmediatos pero logró cierta estabilidad y varias virtudes que después mostró en Atlético Tucumán. Quedó trunco al año. A Falcioni también le dieron un año, lo cambiaron por Eduardo Domínguez –que venía de ser campeón con Colón- y lo volvieron a llamar para suplantarlo. El proyecto futbolístico de la gestión de Fabián Doman, con Pablo Cavallero de manager, apostó por Leandro Stilitano en el comienzo de su mandato.

Torneo tras torneo, el plantel se devalúa, la situación económica complica el proyecto futbolístico, que sin aciertos se convierte en una espiral que dificulta la situación económica. El presente del club no le puede devolver la pared a lo que su historia le demanda. No se trata ya de títulos, sino de sentir que es posible sostener una ilusión hasta el final. Porque el pecado no es la derrota. El pecado es ni siquiera ser parte de los que pelean. Independiente tiene una generación desencantada. Y argumentos no le faltan.