La historia se repite en cada transmisión, los datos parecen calcados. “Empezó a jugar fútbol mixto a los cuatro años, cuando llegó a los 12 tuvo que dejar porque no había liga femenina y volvió ya de adolescente. Ahora juega en Primera”. Ellas están allí, pero en algún momento no pudieron estar. El sueño, en algún momento se detuvo. La pelota sigue siendo un deseo, la cancha un jardín prohibido. Ahora que ya dejó de ser un regalo de cumpleaños o Navidad sólo para varones, que los balones se amontonan también entre los bebotes y cocinitas -los clásicos regalos que aún hoy aparecencomoopciones sólo para niñas- es necesario que se sigan abriendo espacios para que ellas también jueguen. La pelota es de ellas, también.
El fútbol, el de AFA, el de las ligas de todo el país, el de las canchitas del barrio, el de los potreros, no sólo es un lugar de juego. Es un lugar que invita, incluye, es un espacio que intenta no sesgar, no discriminar, no mirar de reojo al otro. Hay lugar para todas. Si bien aún falta que se defina cuántos equipos integrarán la divisional C (Talleres sigue luchando por su habilitación) serán al menos 69 equipos en la Primera de AFA: 21 en A, 22 en la B y por ahora 26 en la C, con seis nuevos clubes que pidieron la afiliación.
Es cierto que, según Reglamento de Licencias de Conmebol que se presentó en el 2018, los clubes que deseen participar de las competencias sudamericanas deberán tener equipos femeninos propios o realizar convenios con otros clubes para tenerlos. Y, además, poseer una categoría juvenil femenina. En Argentina, y a partir de este 2022, los equipos de Primera tienen la obligación de presentar una categoría Sub 16, además de la existente Sub 19. Sin embargo, son muchos los equipos que lanzaron sus convocatorias vía redes sociales y webs oficiales buscando talentos de edades aún más jóvenes. Hay una apuesta a tener divisiones inferiores, algo que en el masculino existe desde 1950. Un fútbol competitivo pero también formativo. En todos los aspectos.
Son muchas, demasiadas, las historian que comienzan con un pedido “Dejen jugar”. A Emma en Coronel Suárez (la campaña se inició en 2021 y aún no puede). A Renata le pasó en Villa Gesell. A Juana Cángaro, jugadora de la Sub 17, le ocurrió en Mercedes. A Micaela en Mar del Plata. Comienzan en el fútbol mixto pero cuando crecen, el fútbol se convierte sólo en un lugar de varones. Aunque no son ellos los que las excluyen: las niñas no se sienten discriminadas por sus compañeros, juegan como pares. Pero sí por quienes toman las decisiones. Los que les dicen que no, que una nena no puede jugar con un varón, por mil razones/excusas. Y porque no se animan, o no quieren, tener un equipo femenino. Son cada vez más las niñas que quieren jugar, sólo necesitan ese espacio. Saber que hay un lugar para ellas.
Porque además, esos espacios no sólo tienen que ver con patear una pelota. Nace allí pero es mucho más que eso. El fútbol, se sabe, no sólo son 11 contra 11. Si la pelota puede sacar a un chico de la calle, a una chica también puede sacarla. Salvar una infancia, sin género que cuente.
Que en el fútbol femenino una jugadora pueda dedicarle un gol a su novia es un derecho ganado. Que haya una (y pronto debutará la segunda) jugadora trans es un derecho ganado. Que una jugadora (ahora el mínimo es 12, pero serán cada vez más) cobreun sueldo por jugar al fútbol es un derecho ganado. Que tengansus camisetas (ahora con nombre y número fijo), su vestuario, su cancha para entrenar, su cuerpo técnico, su control médico también lo es. Y verse, verlas, mostrarse porTV también.
Poder tener el corte de pelo que quieran, usar el talle de ropa que quieran (parece un detalle mientras en otros deportes las obligan a utilizar prendas mínimas al cuerpo), ni hablar de la orientación sexual que se les ocurra tener.SER. Y no ser juzgadas. Hay jugadoras que además son madres (sin importar si fueron gestantes o no), otras además son profesionales en otras áreas, muchas tienen otros trabajos y horarios que cumplir, o también estudian, en el colegio o la Universidad. Y cuando salen a la cancha, aún con las diferencias que esos contextos generan (porque son muy pocas las que hoy pueden vivir sólo de la pelota, está claro)ahí sí son 11 contra 11. Son iguales. Son pares. Ellas ylas que están en el banco. Y las que forman los cuerpos técnicos (ahora, al menos, con la presencia de dos mujeres de forma obligatoria en cualquier función) y las que están afuera, alentando apoyando, como hinchas, como amigas, como madres, hermanas, parejas.
Los movimientos feministas colaboraron muchísimo al crecimiento de esta disciplina. A concientizar. A abrir ojos y puertas. Sirvió como punta de lanza para reclamar por la profesionalización, la valoración de este deporte y sus protagonistas, de cuestionar privilegios y romper paradigmas. Entender cuáles son los derechos, las necesidades, y también plantear la búsqueda de equidad, de condiciones dignas y pares. Y a su vez el fútbol femenino abrió un lugar de unión para todas, de lucha, de compañerismo. Mostrar que no se trata de competir con el fútbol masculino, ambos pueden convivir y potenciarse, como lo demostró Racing con el entrenamiento mixto y la presentación de ambos planteles en el estadio. Sumar. Siempre sumar.
Faltan. Faltan muchos derechos por ganar. Hay muchas peleas que aún ni siquiera comenzaron. Lo importante es que la pelota está en juego.