No debe existir sensación más linda, más llena de adrenalina y pasión, para todo aquel que se jacte de ser futbolero, que la de ir a ver a tu equipo de visitante. Recorrer la ciudad, el país, el continente y hasta el mundo (para los más privilegiados) siguiendo los colores que uno ama puede resultar una experiencia tan enriquecedora como inigualable.

Es por eso que los últimos episodios que se vieron cada vez que a un equipo argentino le tocó jugar en Brasil inundan de tristeza e indignación a todos, pero más aún a aquellos que alguna vez tuvimos que “bancar la parada” en las siempre hostiles tribunas visitantes en tierras brasileñas. Ya sea en el mítico Maracaná de Río de Janeiro, en el histórico Morumbí de San Pablo o en cualquiera de las ciudades de aquel país, que últimamente muestran un triste denominador común: la violencia, la represión y la inseguridad.

Este martes, en el esperado clásico entre brasileños y argentinos en el Maracaná por las Eliminatorias, se dio un nuevo capítulo del maltrato que suelen recibir los argentinos por parte de fuerzas brasileñas, aquellas que, paradójicamente, deberían estar velando por su seguridad por tratarse de una absoluta minoría.

La brutal represión a los argentinos en el Maracaná (Getty)

La brutal represión a los argentinos en el Maracaná (Getty)

Pero lamentablemente, la historia no es nueva y mucho menos desconocida para nosotros. Basta con ir apenas unas semanas atrás, cuando luego de una emboscada de la barra de Fluminense a un grupo de hinchas de Boca en las playas de Copacabana, la Policía de Brasil arremetió sin ningún tipo de reparo contra los fanáticos argentinos en la previa de la final de la CONMEBOL Libertadores.

O simplemente remontarse a este mismo torneo, cuando los hinchas de Argentinos Juniors y los de River (ambos también con Fluminense como rival) la pasaron feo antes, durante y post partidos en el Maracaná.

Hinchas de San Lorenzo (ante San Pablo) y de Defensa y Justicia (frente a Palmeiras) también tuvieron muchos problemas con la Policía este año y, más atrás, no está de más recordar la barbarie que se dio en 2012, cuando Tigre no salió a jugar el segundo tiempo en el Morumbí también ante San Pablo luego de la cobarde agresión de la Policía al plantel del Matador en el vestuario.

Represión policial, zonas liberadas para atacar a todo lo que no hable portugués, ninguna distinción entre hombres, mujeres o niños y violencia sin control son el único denominador común en cada una de las visitas de cualquier combinado argentino a Brasil. Verdaderamente lamentable.

Hace mucho tiempo que ir a ver fútbol como visitante a aquel país se convirtió en sinónimo de peligro. Tristemente, salir ileso y preocuparse únicamente por el resultado deportivo en una de esas excursiones al país del “jogo bonito” se volvió una verdadera utopía.

¿Y acá qué pasa?

Entre tanta indignación, una de las cosas que suelen destacar aquellos que vivieron en carne propia la hostilidad de viajar a Brasil a ver fútbol es que “ellos”, al visitar la Argentina, sí reciben el trato que debería siempre tener el público visitante.

Cordones policiales infinitos, calles cerradas en varias cuadras a la redonda y caravanas prolijamente organizadas para que no haya cruces con hinchas argentinos suelen caracterizar a todas las visitas de fanáticos brasileños (y sudamericanos en general) a las canchas de nuestro suelo.

¿La solución es dejar de ir? Difícilmente se le puede pedir a un fanático futbolero que le ponga un freno a su pasión (que de razón poco entiende) y que se quede mirando el partido por televisión si tiene la chance de subirse a un avión y acompañar a su equipo. Sin embargo, la travesía últimamente se parece más a un drama belicoso que a una novela de amor y sentimiento como debería ser.

Lamentablemente, el histórico triunfo en el Maracaná (otro más) que rompió el invicto de 65 partidos de Brasil por Eliminatorias seguramente haya quedado en segundo plano para algunos de los hinchas que viajaron. En la tierra del “jogo bonito” y de la “cidade maravilhosa”, hace rato que lo deportivo termina siendo casi anecdótico.