Aquella mañana del 12 de octubre de 2014, salvo él y un puñado de personas que creían en la chance de ganar, nadie, en su más remota convicción, pensaba que los africanos ingresarían en una letanía farragosa y hostil. Uno a uno, los corredores de la punta del Maratón de Buenos Aires entraron en un limbo, al tiempo que uno, un argentino, de pronto, empezó a correr más fuerte y más rápido. Hasta el medio maratón, Mariano Mastromarino corrió con su amigo Luis Molina. Las sensaciones no eran las ideales. De hecho, pasaron la mitad de la carrera en 1h10m y la planificación se le desvanecía como agua entre las manos.
Un maratón es una carrera tan larga y cambiante que, ese domingo de octubre de 2014, el Colo empezó a creer en sí mismo como nunca antes lo había hecho. “En el segundo pelotón de punta perdimos de vista a los africanos aproximadamente en el kilómetro 3 y no los vimos más. Iba sexto, corriendo a la par con Luis [Molina], con quien habíamos pactado correr en equipo hasta el kilómetro 30. Después, quedamos en que llegara primero el que estuviera mejor”, recuerda Mastromarino en conversación con BOLA VIP. Y suma: “Luis en el kilómetro 20 me dijo que no podía seguir al ritmo que íbamos (promedio 3m16s el km) y aguantó un poco más hasta que me despegué. Igualmente, no me sentía cómodo con el ritmo de carrera. Creo que debería haber ido un poco más rápido para no tener que ajustar tanto sobre el final”.
Al paso del km25, Mastromarino iba más rápido y más liviano. A los 30, aún mejor. Así llegó al km 35 y quienes estaban al costado, incluso aquellis que iban en bicicleta siguiendo a la elite, empezaron a alentarlo cada vez más entusiasmados. “Los tenés a 600 metros, dale que no dan más”, escuchó Mastromarino. Incrédulo, el Colo agudizó la vista hacia adelante y vio a sus próximas víctimas: Peter Muasya y a Julius Karinga (ganador en 2013), los líderes de la prueba hasta ese momento.
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Un lote reducido de keniatas, como zombies (algunos ya habían abandonado), luchaba por seguir adelante en un maratón que, para ellos, se había convertido en un infierno. Él, en cambio, iba fresco y, kilómetro a kilómetro, se sentía más y más consolidado.
Tanto que hasta quienes iban en el coche guía creyeron que se había colado y le pidieron que se corriera del circuito porque estaban corriendo una carrera. En ese momento, el Colo les mostró el dorsal 15 que tenía sobre su pecho hasta que se cansó siguió con su faena. “No esperaban verme ahí, a un argentino. Pensaban que me había colado y no. Yo seguí porque iba súper concentrado y no quería perder tiempo”, rememora Mastromarino. Y agrega: “Los metros finales los recuerdo como si fueran ahora. El sacrificio había valido la pena, después de haberme quedado dos veces afuera de los Juegos (de Londres 2012, en la prueba de 3000 metros con obstáculos). Ese día sentí verdaderamente que podía”.
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Mastromarino, por las calles de Buenos Aires (Foto Run)
Tras cruzar la meta, la alegría se amplificó como hacía tiempo no sucedía. Habían pasado 10 años del último triunfo de un argentino en el Maratón de Buenos Aires, cuando Oscar Cortínez ganó en 2004. “En el momento no le di importancia a lo que pasó durante la carrera, estaba súper contento por el triunfo. Pero, con el correr de las horas y los días, creció tanto lo que pasó que hasta tuve que quedarme un día entero atendiendo a los periodistas que llamaban y llamaban. Me dio mucha notoriedad y hoy lo agradezco porque esa exposición fue muy útil para nuestro deporte”, dice el marplatense a horas de que se inicie una nueva edición del Maratón de Buenos Aires este domingo 18 de septiembre. “Me dio una inyección anímica enorme. Salía a correr y sabía que lo que buscaba era posible. Es como que entré en un espiral positivo único. Después de Buenos Aires vino la medalla (de bronce en los Panamericanos de Toronto 2015) y la reivindicación de que lo de Buenos Aires no había sido una casualidad, sino que había hecho bien las cosas. Empecé a correr con una confianza que nunca antes no había sentido y llegué a tres campeonatos mundiales y a un Juego Olímpico (Río 2016)”, reflexiona.
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Mastromarino ya no estará debajo del arco de largada, pero sí esperará a los corredores en la llegada del Maratón de Buenos Aires 2022 (junto con otras glorias del atletismo argentino) para recibirlos. Con 40 años recién cumplidos, el atleta cambió de rol y ya no corre para trabajar, sino que lo hace por placer mientras empuja e impulsa a los corredores del Colo Running Club, su equipo de entrenamiento, y, también, a las futuras generaciones que buscan emularlo en la pista de Mar del Plata.
Claro, el Colo es parte de la Comisión Directiva de la Federación Marplatente de Atletismo. “Me involucré porque los cambios se hacen desde adentro y nuestra idea (con Marita Peralta, como presidenta) es tratar de mejorar todo lo que tenemos para potenciar a los chicos y que este deporte crezca”, asume Mastromarino, el hombre de la película que, hace 8 años, vivió una jornada vibrante, con el plus de una situación insólita, casi increíble, con su fantástica intromisión. Porque aquel 12 de octubre de 2014, un argentino pasó de intruso a ganador del maratón más importante de Sudamérica.