Una estructura deportiva (futbolistas, staff técnico, dirigentes) se enfrenta a tres posibilidades para responder a una decepción o una frustración: la autocrítica, las excusas y la rebeldía. La primera es la más saludable porque es la que activa los sentidos para reconocer los errores y corregirlos. La segunda es un resorte usualmente dañino que a lo sumo se vuelve “positiva” cuando se transforma en una caricatura y construye un enemigo falso (generalmente la prensa) que posibilita motivarse ante la adversidad. La tercera es, literalmente, indispensable.

La historia clínica de Colombia diagnostica ausencia de rebeldía y exceso de caprichos. Durante la última fecha de Eliminatorias se acumularon citas a la falta de suerte. El azar es parte del fútbol, claro está, pero realiza pasantías. No gobierna ni dirige el juego durante 18 fechas, ni es la explicación a 7 cotejos en fila sin convertir goles. Es un argumento puntual, no la síntesis del veredicto. Cuando algo se repite, puede ser cualquier cosa... Cualquier cosa, menos casualidad.

 

Colombia debutó en las fases finales de una Copa del Mundo en 1962. Su siguiente participación fue en Italia 1990, cuando toda Sudamérica gritó aquel gol de Rincón contra Alemania y el equipo, más allá de errores individuales determinantes, ofreció una imagen colectiva reconocible, un estilo, una identidad. Esa camada, con el acoplado de talento juvenil que surgía en el país, sacó boletos consecutivos hasta Francia 1998. Luego, se estancó, se ahogó en la intrascendencia y no volvió a la cita máxima hasta que Pékerman se hizo cargo del pizarrón.

Colombia firmó sus dos mejores registros en Mundiales con José. Fue quinta en 2014 y novena en 2018. En Brasil aterrizó en cuartos de final con registro perfecto: 4 victorias. Se fue con apenas una derrota y una diferencia de gol de +8. Fue eliminada por el dueño de casa y, hasta entonces, máximo favorito. Tuvo al goleador del torneo: James Rodríguez, con 6. En Rusia, se despidió en octavos de final ante Inglaterra y por penales. La mejor Inglaterra de los últimos mundiales...

Sin embargo, el desgaste se estaba consumando. Un sector mediático erosionó la figura de Pékerman y provocó la consecuente crisis de expectativas entre la lógica y la sensibilidad popular alimentada a base de existismo ¿José tuvo errores? Claro que sí. La materia prima a disposición permitía soñar con más, pero no obligaba a soñar con más. Colombia normalizó el proceso clasificatorio y lo redujo a una asignatura que se aprueba con mínimo esfuerzo. Minimizó el hecho de que vio tres Mundiales seguidos por televisión y que no pudo ver a su equipo en la fiesta. Y hoy puede pagarlo carísimo: sabe que quizás no le alcance ni firmando un pleno.

Con la salida de Pékerman, Colombia se engañó. En su estudio de mercado ignoró la incidencia de perfiles y características y la relación con la materia prima a disposición. Pasó de un entrenador-docente (hasta con rasgos de maestro particular), y de estructuras tácticas lógicas como el argentino, a un técnico también capaz (Queiroz), pero con estilo opuesto desde el manejo de grupos y también desde lo estratégico, que en su currículum arrastra choques contra las principales figuras (Cristiano Ronaldo, por ejemplo) y que suele encarcelar sobre la raya a talentosos que necesitan la cancha de frente.

No existen etiquetas que garanticen el éxito, pero prescindir de la empatía futbolera es como correr hacia atrás con las ojotas puestas y no dejarlas en el camino. La persona se cae o pierde las ojotas. Al talento es mejor ordenarlo que limitarlo. Pékerman había conseguido las mejores versiones de jugadores talentosos y lúcidos por convencimiento, pero también por respetarles la naturaleza futbolera. No era una convocatoria a la anarquía del movimiento, ni a la libertad por sobre la responsabilidad colectiva, pero sí creaba escenarios en los cuales las virtudes no se evaporaban en funciones y zonas del campo que generaban incomodidad individual, para luego convertirse en perjuicios para el resto del equipo.

La decisión de incorporar a Queiroz, un entrenador cuyo conocimiento del fútbol sudamericano y de la idiosincrasia colombiana cotizaba por debajo de la de Pékerman, moldeó el terreno para que la primera duda se convirtiera en herida. El portugués no era un recién llegado. Su capacidad estaba probada ¿Cuál fue el problema? Los contextos. Para saber dónde va uno es necesario saber de dónde viene. No es un acertijo, ni una adivinanza. Es, simplemente, reconocer quiénes son tus mejores futbolistas, cuáles sus caracteristicas sobre el verde césped, cuáles sus personalidades fuera del campo, cuándo se puede producir un recambio generacional y, en base a ese combo, abrir la acuarela de opciones y optar por la que una más flechitas, la que llene mejor el formulario. Queiroz no era precisamente la opción ideal...

A ese cuadro crítico, Colombia le sumó una demora considerable para elegir entrenador, lo cual potenció el problema. Espasmódicamente ofreció destellos de su generación dorada, pero en contadísimas excepciones se presentó como un equipo que hiciera recordar a aquel que había sellado boleto a un par de Mundiales consecutivos. Un rasgo destructivo llamó al siguiente y se creó la tormenta perfecta en contra. Y ahora la tiene frente a sus ojos.

Sin Queiroz, Colombia recurrió a un viejo conocido: Reinaldo Rueda. La capacidad de Rueda tampoco está en duda, pero vuelve a surgir el foco indispensable de toda decisión: el contexto ¿Era un entrenador con contrato vigente y flojos resultados inmediatos la mejor opción ante una crisis integral?

Colombia pasó de Pékerman a Queiroz, y de Queiroz a Rueda. Es una pintura perfecta de confusión dirigencial. Es como tener a disposición una ensalada y no saber si echarle sal, dulce de leche o limón. Las dagas de James Rodríguez viraron de pases filosos o suntuosos tiros libres a reclamos por redes sociales. Esa carta unificada en el juego se transformó en varios partidos en un escenario irreal para estos tiempos, en el cual pareciera que los jugadores más destacados prefieren una pelota para cada uno de ellos, como si se tratara de un equipo de plaza y no de una selección nacional.

El carrusel estratégico provocó, por ejemplo, que un caballero del fútbol como Radamel Falcao confesara tras la derrota ante Argentina: “Realmente el entrenador quería que mantuviéramos el cero y agarráramos confianza con el paso de los minutos. Con el gol de Argentina, las cosas cambiaron y arriesgamos más”. Ante una circunstancia que imponía un salto de ambición desde la propuesta y desde el espíritu, Colombia optó por someterse a la versión que pudiera desarrollar el rival. Un adversario que no tenía a Messi, De Paul, Paredes y Romero. Al ser buena parte de la base la misma que potenció Pékerman y que debilitó Queiroz, lo que pasa con Colombia no es sorpresa, sino consecuencia.

Colombia aún tiene posibilidades de clasificarse a Qatar 2022. Recibe al segundo peor visitante de las Eliminatorias: Bolivia. Un equipo que no triunfó a domicilio, que perdió 6 de sus 8 partidos y que carga con una diferencia de gol de -19, la peor en esa condición entre todos los participantes. El plantel de Rueda cerrará la competencia ante la Venezuela de Pékerman. Sí: José puede ser “Freddy”, verdugo y karma. Sin embargo, el argentino no es mago, y pese a lo bueno que demostró en su único cotejo en casa ante Bolivia, sabe que conduce a una estructura que es la segunda peor como local en estas Eliminatorias. No parece para nada improbable que Colombia coseche 6 de 6... El problema es que una victoria de Uruguay y otra de Perú ya lo dejan out del Mundial por más que recoja el 100% de los puntos en juego.

El balance deficitario del fútbol colombiano excede a su seleccionado. En las últimas 5 ediciones de la Copa Libertadores, apenas un club cafetero superó la fase de grupos (Atlético Nacional, en 2017, eliminado por Atlético Tucumán en octavos de final). Si bien aparecen valores interesantes como Yaser Asprilla o Jaminton Campaz, el proceso de recambio no pronostica un nivel similar al de los James, Quintero, Zapata, Mina, etc. Colombia es una de las selecciones con mayor promedio de edad de la competencia.

En el partido contra Argentina, Colombia no presentó, entre titulares y suplentes, ni un solo jugador de 23 años o menos. Ospina tiene 33 años, Falcao 35, Cuadrado 33, James 30, por citar a los referentes. Duván Zapata y Muriel ya cumplieron 30 años y Borja tiene 29. La columna A y la columna B están en los lados equivocados de los 30's y de los 20's. Luis Díaz, abanderado de la próxima ilusión, ya tiene 25. Colombia fabrica joyas a pesar de no tener cimientos internos sólidos. Su competencia de ascenso es pequeña, por lo cual no aprovecha su territorio como podría. Cuenta con las condiciones para ensanchar la base, pero no lo hace.

El talento con el cual todavía cuenta Colombia provoca que uno no pueda descartar su clasificación e, incluso, que firme un muy buen Mundial. El interrogante, ante ese escenario, es si será capaz de volver a transformarse en un todo o si seguirá jugando al sálvese quien pueda. Lleva demasiado tiempo viendo todo blanco o todo negro, y esas son, simplemente, diferentes formas de estar ciego.