Arabia Saudita sacudió al mundo del fútbol. La victoria es la más importante de su historia y rankea alto para cualquier selección asiática. Sin menospreciar al triunfador, el valor de este resultado está dado por el tamaño del equipo que perdió. En el camino de la Scaloneta este percance no estaba contemplado. Y es hora de entrar a boxes, que todavía quedan un par de vueltas.
El equipo argentino no sobró el partido, pero le faltó oficio para manejarlo. El rival tuvo tres virtudes sobresalientes: conocimiento de sus limitaciones, efectividad y también capacidad para presentarles a los de Scaloni una vía rápida llena de trampas. Arabia Saudita engañó al equipo nacional. Le propuso un camino que pintaba sencillo, pero lo alejó del propio. Si no tengo mejores armas que el oponente, por lo menos tengo que elegir el terreno.
Así quedaron los números de Scaloni
Líneas bien juntas y adelantadas superpoblaron el mediocampo, la zona de la sumatoria de pases. Y liberaron el espacio para poner a correr a los atacantes. Parecía tan fácil tirar un pase largo y dejar mano a mano a un compañero que esa fue la única búsqueda. Con el partido 1-0 para Argentina (por un penalcito de VAR+reglamento) parecía que los asiáticos estaban al límite. Y lo estuvieron, aunque zafaron por milímetros: tiraron bien el offside, pero el riesgo era grande y las posiciones adelantadas muy finas.
Era el primer tiempo y el equipo de Scaloni no encontraba triangulaciones, estaba acelerado, ansioso. Los bochazos largos se repetían para jugadores que no tiraban diagonales. Molina-Di María, por un lado, y Tagliafico-Papu Goméz, por el otro, se molestaban. El resto quedaba lejos. Paredes no retrocedía para, al menos, ser él el que hiciera el lanzamiento. No había un central zurdo que pudiera tirar cruzado ese pase de 6 a 7. Esa etapa se cerró con la sensación de que lo único positivo era el resultado.
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El complemento necesitaba que el equipo sacara el audio de Whatsapp de la velocidad 1,5 o 2. Pero la reacción del rival vino tan rápido que la ventaja se escurrió como arena entre los dedos del desierto qatarí. Dos ataques donde los saudíes lograron ventaja en el espacio entre Molina y Romero, dos remates cruzados, dos mazazos inesperados. Milagros inesperados. De la ansiedad se pasó a la confusión. Lisandro Martínez reemplazó a Cuti, Enzo Fernández a Paredes y Julián Álvarez a Papu Gómez. Dos piezas fundamentales del River campeón de 2021, en roles totalmente distintos. El volante de Benfica es uno de los jugadores con mayor capacidad para llegar desde atrás, pisar el área y convertir. Fue relegado al rol de volante central, sin posibilidad de romper líneas. El delantero del City no se movió por todo el frente de ataque, sino que fue wing izquierdo. No logró aparecer casi nunca por sorpresa y con ventaja.
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Argentina terminó repitiéndose en desbordes de Di María pegado a la raya y con pierna cambiada, sin demasiado peso en el área. Las intervenciones de Messi fueron esporádicas y con poca determinación. Un par de intervenciones que volvieron figura al arquero Al Owais no debería ser consuelo, ni distorsión: el partido del equipo fue decididamente malo.
Todo el recorrido previo, las rachas, los invictos, hasta la Copa América se quedan en el predio de Ezeiza. Nada de eso juega los partidos del Mundial. La Selección Argentina creyó que elegía el mejor camino, pero fue su rival el que “le sugirió” que fuera por ahí. Abandonó lo que tan bien hacía. La ansiedad pudo más. Este equipo se forjó desde el toque. Era la herramienta para crear. Es el argumento para creer. Todavía está a tiempo.
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