Tras los últimos asesinatos de Ghostface, en Scream 6 los cuatro supervivientes abandonan Woodsboro para dar comienzo a un nuevo capítulo en la ciudad de Nueva York.
Esta vez la saga cambia de escenario buscando algo de renovación. Alejada del pueblo donde se originó todo, la historia promete con una nueva ciudad y nuevas reglas, algo que establece desde el primer momento. El esfuerzo por mantener viva la figura y simbolismo de un asesino en serie que ya parece suficientemente manoseado se nota, sobre todo cuando lo que se ve nunca parece aburrir.
Las pautas de lo que acostumbra la franquicia van cambiando a cada paso, mientras captura el interés en sus múltiples giros. Así se mantiene fresca y dinámica, aunque siempre fiel al espíritu que desde un principio, por allá en un lejano 1996, Wes Craven quiso imprimirle: ese aroma a sátira y profundo cuestionamiento a las pautas sobre cómo se hace, se digiere y se vuelven manías ciertos patrones en el cine de horror.
¿Cómo es Scream VI?
Si la quinta entrega, muchos años después de la cuarta, vino hacerse cargo y burla del llamado “horror elevado”, la sexta centra su mira y da en el blanco en la constelación de franquicias sobre las que Hollywood lleva hincando el diente por décadas, pero abusivamente en los últimos años. Raspacachos para Marvel, las Rápido y Furioso, James Bond, la resurrección de Lo Que Pasó el Verano Pasado y, por cierto, la misma Scream.
Scream 6 logra llevar los eternos cuestionamientos cinematográficos de la saga incluso más allá del género que convoca, y si bien aumenta su cuota de humor con una buena dosis de sangre, nunca pierde el foco de ser una avasalladora aplanadora sobre los clichés de la industria; manteniéndose en forma. Si hasta se da el lujo de apuntalar la construcción de fake news y el potencial nefasto de las redes sociales para propagarlas.
Y más que terror, la película es un thriller de misterio, sustentado en su eterna intriga por dar con quien es el Ghostface de turno. Los engranajes están bien aceitados para despistar, confundir, elevar las sospechas y para que el espectador haga sus apuestas; mientras la máscara y el cuchillo echan a correr la hemoglobina al mismo tiempo que sacan filo a inevitables homenajes a las entregas anteriores. Hay tanto de buenas intenciones como de admiración a las glorias pasadas, sobre todo cuando es la primera película en que no aparece la gran protagonista principal, Sidney Prescott.
Por más que se hayan caído en no querer pagarle a Neve Campbell lo que ella consideraba que aportaba a la franquicia, su presencia no se echa de menos cuando Melisa Barrera agarra firmemente el timón para hacerse cargo de la acción. La actriz toma el control del personaje atormentado pero resiliente, presa de las amenazas pero con la osadía suficiente como para enfrentar a su acosador; se apropió de la narrativa, siempre jugando al borde de coquetear con el lado más insano de que su personaje es la hija de Billy Loomis, el asesino de la primera película, lo que no deja de ser atractivo.
Destaca también Jenna Ortega, que después de su Merlina, poco queda para criticarle. Mientras que el resto del casting se respeta como un combo de carne de cañón dispuesto a ser fileteado por el hombre a cargo del cuchillo en esta oportunidad.
Ojo con la escena post-créditos: otra ácida crítica a una tendencia que ya provoca cansancio en el manejo antojadizo de las expectativas del espectador en torno a lo que vendrá, al futuro, a la continuidad.
Los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillettvuelven logran el objetivo con Scream 6, mientras elevan el concepto de Scream por sobre la media de las producciones de corte terror y thriller, por cierto manteniendo viva una saga que continúa sabiendo cómo irritar al resto y, por cierto, reírse de sí misma.