Por Francisco Mouat
No sé qué más se puede agregar al cóctel explosivo de frustración, desencanto, pesimismo y nubes negras que acompaña hoy a los hinchas de la U que seguimos viendo cómo el equipo, fecha a fecha, vuelve a hundirse en las arenas movedizas del descenso.
Me encantaría tener la receta para salir del hoyo en que estamos. Sueño con el día en que Clark y sus boys se vayan. Que se vayan y podamos olvidarlos rápidamente, pero eso no ocurrirá en lo inmediato y tampoco ayudaría por sí mismo a cumplir el objetivo de ahora: no descender.
Se han cometido tantos desaguisados en tan corto tiempo, se han tomado tantas malas decisiones en los últimos años, son tantas las energías nefastas que hoy juegan un rol en la dirección de nuestro equipo (la aparición de Mauricio Etcheberry es la muestra más feroz y desvergonzada de quienes hoy gobiernan Azul-Azul), que lo ocurrido en la cancha partido a partido no puede disimular el dramático momento institucional que vivimos.
La voz en los medios de comunicación de los disidentes a Clark y a Sartor dentro del directorio en las últimas semanas, no es más que el intento de hacer público un conflicto evidente que se manifiesta en lo deportivo de la peor manera: con un plantel y un cuerpo técnico que ensaya y yerra y vuelve a ensayar y vuelve a errar porque faltan carácter, talento y lucidez, y sobran confusión, nerviosismo y malas decisiones. No es que no haya trabajo. Pero ese trabajo no está alcanzando para el mínimo exigible a este plantel caro: ganar la suficiente cantidad de puntos que le permitan a la U jugar en Primera División.
Esa es la realidad de la U hoy: llamados a comandancia para apagar el incendio antes de que no quede nada en pie. Ni un escudo en el pecho. Está complicado el entrenador Diego López, lo vemos. Las decisiones que ha tomado no han servido. ¿Insistirá con lo mismo que ha venido proponiendo y no da resultados? Ya no hay margen. Él sabe que necesita a un plantel comprometido para competir. Pero no basta el compromiso para sacar la tarea adelante. Hay que también tomar buenas decisiones. Y ahí él no puede seguir equivocándose.
Se acabó el margen. Es ahora. Contra Coquimbo Unido, en Valparaíso. Llegó el momento de torcer la caída en picada que experimenta el equipo en el campeonato nacional desde que lo tomó (un triunfo, dos empates y cinco derrotas, seis goles a favor en ocho partidos, catorce goles en contra, siete partidos seguidos sin ganar, la misma cantidad de partidos que quedan por jugar para que termine el torneo).
Se acabaron las explicaciones. Lo hemos visto todos nosotros con nuestros propios ojos: la mejoría en el juego que en algún momento se insinuó (ráfagas, no más que eso) no alcanzó para sumar los puntos que se necesitan para avanzar en la tabla, y enfrentados a equipos claramente superiores en plantel y funcionamiento (Colo-Colo, Curicó Unido y la UC), hicimos agua por todos los costados.
El drama es que los errores cometidos no solo no se han corregido, sino que se han reiterado en la cancha, en el dibujo táctico, en las respuestas individuales y colectivas, en la elección de algunos jugadores como titulares, en los cambios realizados que casi siempre no sirven ni ayudan, y, para rematar, en la incomprensible última decisión de López en el clásico universitario de dejar a Osorio en el banco de suplentes, lo que nos dejó a todos marcando ocupado y por supuesto nunca pudo ser explicado de una manera medianamente entendible.
En tres de las últimas cuatro fechas, con Colo-Colo, con Curicó, con la Católica, la U empezó perdiendo a poco de iniciado el partido, a los quince minutos, a los dos minutos, a los ocho minutos, y salvo una reacción de media hora contra Colo-Colo que provocó empatar transitoriamente el encuentro, todo lo demás fue paupérrimo, lucimos una fragilidad deprimente como equipo, que ya habíamos exhibido el año pasado con una oncena titular casi completamente diferente a la de hoy, y que estuvo a minutos de descender en Rancagua.
López tiene responsabilidad en no hacer jugar a la U de una manera que le permita ganar o al menos empatar los partidos en que enfrenta a equipos de plantillas modestas y por supuesto mucho más baratas que la nuestra. López no tiene mucha responsabilidad en la conformación lamentable del plantel.
Se gastódinero esta vez, nadie podría decir que no, pero se gastó mal, sin criterio ni lógica deportiva. Todavía no se explica. Roggerio ya se fue. Y el actual gerente deportivo llegó con buena voluntad y buena disposición a administrar el descalabro de sus superiores. No es el responsable. Y tampoco tiene margen para actuar. Los que mandan son otros. Algunos de ellos se fueron ya. Otros permanecen y saben que, en el momento actual, no tienen mucho que ofrecer.
Explicaciones ya no se molestan en dar. Y otros ni siquiera sabemos con claridad quiénes son. Así es difícil. ¿Alguna vez hemos escuchado o leído de ellos algo que nos infunda mística y amor a nuestra camiseta? ¿Algún proyecto deportivo e institucional que nos permita soñar con un presente digno y un futuro esperanzador? Y no hablo aquí de levantar copas, que sería uno de los objetivos deseables, pero no necesariamente el más importante si no es el resultado lógico de una gestión lúcida y comprometida con lo mejor de nuestra historia.
Es completamente imposible que nos sintamos identificados en algo sustantivo con estos nuevos controladores. Vinieron aquí por otras razones, y esperaremos por el bien de la U que vendan y se retiren a otros negocios, que de seguro ya están imaginando. Los hinchas de a pie, que somos la mayoría, y que no queremos más protagonismo que el de alentar a nuestros deportistas, deseamos que los que compren estén a la altura del desafío, y sepan integrarse y sumarse a la energía despedida por los otros dirigentes que hoy son oposición, para construir un proyecto legítimo y sustentable en el tiempo que no nos ignore, pero sobre todo que quiera algo bueno y hermoso para la institución en su conjunto.
¿Romanticismo trasnochado? No creo. Habría que preguntarle al grueso de los que verdaderamente queremos a esta institución, ¿qué vemos en ella y con qué nos identificamos? Espero no equivocarme si digo que nuestro himno es la respuesta común. Seguir en la senda actual amenaza con herirnos de muerte. No digamos entonces que no lo vimos venir si esto sucede.
Vuelvo a la cancha. Somos el peor equipo de la segunda rueda en números, y junto a Coquimbo Unido y La Serena, los que peor hemos jugado a lo largo y ancho de este campeonato. Si es por proyectar lo que viene ocurriendo desde que asumió el nuevo técnico, lo que salvaría a la U y la mantendría en primera es que La Serena y Coquimbo Unido sean peores que nosotros en este último tramo, o que se caiga Antofagasta, lo que parece muy poco probable: en las últimas siete fechas Antofagasta ha obtenido once puntos en vez de los miserables dos puntos que ha sumado la U en esas mismas jornadas.
Todo puede suceder en los próximos siete partidos, es cierto. ¿Por qué no? Pero unas realidades son más probables que otras. La U tiene la posibilidad cierta de despegarse de Coquimbo Unido y La Serena porque a ambos deberemos enfrentarlos. A Coquimbo en la próxima fecha de local en Valparaíso (no se sabe aún si con público por lo ocurrido en la cancha del Nacional al terminar el clásico universitario), y a La Serena en su cancha cuando el campeonato esté incluso más caliente.
Si les ganamos a los dos y sacamos a lo menos cinco puntos en los otros compromisos (Palestino, Audax, Everton, Huachipato y Cobresal), probablemente podamos permanecer en Primera División, que en este momento es lo único en que debiéramos concentrarnos. Ya habrá tiempo para lo demás. Para mantener al bote azul en altamar, con salvavidas, y volver a convertirlo en una nave digna que nos llene de orgullo no porque gane todas las batallas que libre, sino por lo que es capaz de exhibir cada vez que salte a la cancha a decirnos de qué madera está hecha. Así sea.