Supo ser de los mejores jugadores brasileños del nuevo milenio, jugó en tres de los clubes más grandes de su país y ganó 8 títulos en Europa, además de una Copa América. También se dio el lujo de convertir dos goles en los cuatro partidos que afrontó del Mundial de Alemania 2006, pero no fue suficiente para Adriano. El Emperador lo tenía todo hasta que llegó la debacle: la muerte de su padre.
Apodado el Emperador, estaba creando un imperio a base de goles, gambeta y muchísima potencia. El oriundo de Rio de Janeiro ya retirado del fútbol profesional, a raíz de diferentes sucesos que le tocó afrontar en su vida, se apartó del mundo que lo rodeaba y cambió todo por completo. Las adicciones entraron en su cuerpo, la depresión invadió a su mente y aún se recrimina diversas decisiones que tomó en el último tiempo. “Bebo cada dos días… Y los otros también. ¿Cómo llega una persona como yo al punto de beber casi todos los días? No me gusta dar explicaciones a los demás pero no es fácil ser una promesa que sigue en deuda. Y a mi edad, esto es aún peor”, expresó en una carta en The Players Tribune, donde se sincera constantemente.
Pese a que reveló que “todas las lecciones que aprendí de mi padre fueron en gestos. No teníamos conversaciones profundas… Su rectitud cotidiana y el respeto que los demás le tenían fue lo que más me impresionó”, sostuvo que “la muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. Hasta el día de hoy, es un problema que aún no he podido resolver. Todo empezó aquí, en la comunidad que tanto me importa”. Pero aún se lamenta una de las primeras navidades que pasó solo en Milán.
Tras hablar con su madre, Adriano fue invadido por la tristeza y la depresión, algo que buscó evadir con el camino del alcohol. “Estaba destrozado. Cogí una botella de vodka. No exagero, hermano. Bebí toda esa mierda solo. Me llené el culo de vodka. Lloré toda la noche. Me desmayé en el sofá porque bebí mucho y lloré. Pero eso fue todo, ¿verdad, hombre? ¿Qué podía hacer?”, recordó.
Para el ex atacante de Inter de Milán, una de las personas más importantes de su vida fue, sin duda alguna, José Mourinho. Al entrenador portugués lo tuvo en el Nerazzurri, y lo ayudó muchísimo para tratar de reconstruir su carrera, pero también su vida. Sin embargo, las drogas y el alcohol lo llevaron a escapar hacia Vila Cruzeiro, una favela ubicada en el norte de Rio de Janeiro.
“Cuando ‘escapé’ del Inter y salí de Italia, vine a esconderme aquí. Nadie me encontró. No hay manera. Regla número uno de la favela: mantén la boca cerrada. ¿Crees que alguien me delataría? Aquí no hay ratas, hermano. La prensa italiana se volvió loca. La policía de Río incluso llevó a cabo una operación para “rescatarme”. Dijeron que me habían secuestrado. Estás bromeando, ¿verdad? Imagínate que alguien me va a hacer algún daño aquí… a mí, un niño de la favela”, manifestó sobre su regreso hacia Brasil para exiliarse en la favela.
Para rematar su relato, tal como lo hacía en el campo de juego, fue fuerte y al medio: “El mayor desperdicio del fútbol: yo… Me gusta esa palabra, desperdicio. No solo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Estoy bien así, en un desperdicio frenético. Disfruto de este estigma”, expresó.