Esta historia empezó a escribirse en 1986. La Argentina transitaba una primavera política, anidada al calor democrático que, con Raúl Alfonsín, ayudaba a dejar años de horror y oscuridad enfundado en la última dictadura civil y militar. Y el deporte, cuándo no, era una manera para exorcizar un pasado aciago y, por qué no, una manera de abrazarse para recordar a los que, como el atleta Miguel Sánchez, habían quedado en el camino.
Pasaron 36 años y La Corrida Internacional de Cipolletti representa una de las principales atracciones deportivas de esa ciudad. Algo así como una marca registrada para esas calles en las que viven más de 90.000 personas. Para los cipoleños, La Corrida, así le dicen, es una pasión, palabra que tan bien se retrata en El Secreto de Sus Ojos, cuando Pablo Sandoval (encarnado por Guillermo Francella) le explica a Benjamín Espósito (Ricardo Darín) lo que significa hacer algo desde lo más profundo del corazón. Hay algo en La Corrida que la hace tan especial. No solo para quienes corren por disfrute o recreación. También para aquellos para quienes correr es un trabajo, un oficio riguroso que no conoce de descansos ni feriados. Una profesión inclemente que exige hacerlo al máximo y donde siempre el que está al lado es un colega (en muchos casos un amigo) pero, así mismo, brega por lo mismo que uno: el premio. Justamente, allí, en Cipolletti el atleta de elite es alguien respetado y admirado. No es la excepción, es cierto. Pero son los propios deportistas que eligen como una de las carreras más reputadas de la Patagonia argentina.
La Corrida de Cipolletti se convirtió en una tradición. Una carrera que cada año aglutina a varios de los mejores atletas argentinos y de la región. ¿El motivo? Resulta muy sencillo saber los porqués: el trato y los premios, dos ítems sensibles en tiempos de running masivo y convocante con las redes sociales exponiendo de manera estridente a influencers que, en muchos casos, “hablan” del arte de correr sin otro sustento que la cantidad de seguidores en una dantesca batalla por los likes. Pero, en palabras de los propios atletas, resultan aún más contundentes las motivaciones para estar allí. “No se trata de ego ni vanidad, pero que de una carrera se preocupen en todos los detalles no sobran los casos. Hay mucha utilización de los atletas”, dispara Eulalio Muñoz. Y añade: “En la organización nos tratan 1000 puntos siempre. Cuando yo empecé a correr, Rodrigo [Peláez, su entrenador] me llevó a Cipolletti con 17 años y corrí en 32m24s y quedé 21° en la general, a un puesto de agarrar dinero (se premia con plata en efectivo del 1° al 20° puesto). Al otro año no fui pero al otro ya me inscribieron como elite y corrí en 30m45s y a partir de ahí siempre nos han tratado como atletas profesionales, nos pagan el combustible para ir y venir, el alojamiento y la comida. ¡En muy pocas carreras nos tratan tan bien! Le debemos mucho a los hermanos Pichipil (Diego y Marcelo, actuales organizadores). De Cipolletti sólo puedo decir que estamos más que agradecidos y que es la mejor carrera de la Argentina. Personalmente, año tras año, mejoro mis tiempos y me da una confianza al 100% luego de correr ahí. El año pasado no se hizo por la pandemia. Este año queríamos volver a estar”. Coco, olímpico en Tokio 2020, junto con su entrenador y dos compañeros de la Agrupación Awkache, hicieron 800 kilómetros de un tirón desde Esquel, su lugar en el mundo, porque querían decir presente “una carrera que siempre nos tuvo en cuenta, incluso cuando Eulalio todavía era un proyecto de atleta de alto rendimiento”, dice Peláez, mientras abraza y cobija a Rodrigo Roberts que, por una dolencia en su rodilla derecha, desiste de largar la prueba. Las lágrimas de Roberts esconden una realidad. El joven de 20 años, actual campeón nacional de medio maratón, como tantos otros atletas, no puede dedicarse a tiempo completo al atletismo. Debe trabajar para ganarse el mango. En verdad, aspiraba a ingresar entre los cinco primeros para llevarse a casa unos pesos.
La ciudad es una fiesta. En verdad, Cipolletti vive la 10° Fiesta de la Actividad Física (de la que participó la ex yudoca Paula Pareto) y, con los años, esta carrera se convirtió en el termómetro central con más de 15.000 personas que disfrutan de una prueba participativa de 4km y una competitiva de 10km en la que los atletas, los de adelante y también los de atrás, se sacan chispas. “Acá, mayormente, se viene a correr fuerte. El circuito es plano y, usualmente, con nada de viento invita a buscar marcas. Queremos que todos se sientan parte de esta fiesta. Y los atletas de elite, que siempre son muchos menos que los amateurs, siempre fueron fundamentales. No queremos compararnos con nadie ni con otras carreras. En La Corrida buscamos que los corredores de elite se sientan protagonistas”, afirma Marcelo Pichipil, uno de los cerebros actuales de La Corrida junto con su hermano Diego. Ellos son los rostros visibles, claro, pero detrás suyo hay alrededor de 500 colaboradores que se apropian de la carrera a partir de un genuino sentimiento de pertenencia que produjo la carrera pedestre desde sus inicios en 1986 cuando, con apenas 70 corredores hombres (las mujeres recién se sumaron en 1988), empezó a germinar con el triunfo del olímpico (en 5.000 y 10.000 metros en Los Angeles 1984) Julio César Gómez. En rigor, La Corrida fue una idea de Diego Zarba, un cordobés de Villa María que había sido atleta y como profesor de educación física, en 1985, decidió afincarse en aquella localidad sureña de Río Negro en busca de un cambio de vida. “Estaba en un momento de cambios en mi vida. En todo sentido. Como atleta había probado suerte en Buenos Aires con Domingo Amaison (leyenda viviente del atletismo vernáculo) y en ese momento tuve un quiebre y necesitaba hacer algo, debía decidir qué hacer con mi vida y me ofrecieron irme a Cipolletti como profesor de educación física. Fue de un día para el otro que me fui”, recuerda Zarba, mentor de La Corrida y hoy a cargo del K42 de Villa la Angostura, una de las carreras de montaña más importantes de estas latitudes. Una vez allí, Pedro Dobrée, por entonces presidente del Consejo Municipal de Cipolletti, le propuso concretar una actividad deportiva que identificara y uniera a Cipolletti y alrededores. Así surgió La Corrida de Cipolletti que tiene a la tandilense Elisa Cobaena como la más ganadora con once ediciones consecutivas (de 1995 a 2005 inclusive), más allá de los cambios de circuitos que de 9.200 metros pasó a 12km y hace unos años se certificó en 10.000 metros medidos y aprobados por la World Athletics (ex IAAF).
La convocatoria, en aquellos tiempos alejados de la telefonía celular y de Internet, se daba desde una cabina telefónica. Sobre todo, en los primeros años, uno a uno, los atletas eran tentados para sumarse. “En la primera Corrida se observó un buen recibimiento de la gente local. Había muchas personas en las calles, pero nunca me imaginé que sería lo que es hoy. Llamábamos a los corredores desde una cabina. Eso sí que era un trabajo artesanal”, recuerda orgulloso Zarba a un costado del arco de salida. Y continúa: “Al principio separábamos el circuito con sogas y a partir de la 3° edición lo hacíamos con sillas. En la previa, con varios camiones íbamos a las escuelas de la zona que nos prestaban las sillas y las poníamos sobre la vereda y las enganchábamos con sogas largas por debajo y eso hacía que los espectadores estuvieran sentados y el resto detrás suyo como se hacía en los corsos”. Luego, el boca en boca replicó (hoy podría decirse viralizó) aquel concepto inicial en atletas locales y sudamericanos que pedían ser parte de una carrera que valoraba la legítima esencia del deportista, aquel que cada fin se semana se pelaba los codos, por no decir las suelas de sus zapatillas, por ganar alguna carrera que entregara premios dinerados. La difusión, cuentan varios memoriosos apostados a un costado del circuito, la hacían en un auto viejo al que le colocaban en el techo un parlante propalador prestado por el Partido Intransigente. Con los años, un viejo Rastrojero de la Municipalidad empezó a oficiar de móvil parlante que iba por las calles, muchas de tierra claro, avisando cuándo se hacía La Corrida.
“La primera vez que viajé a La Corrida de Cipolletti fue en 1991. Viajamos tres corredores y un entrenador desde Mar del Plata en un Ford Fairlane. Gastó tanta nafta ese auto que el organizador de aquel entonces, nos preguntó en chiste si habíamos ido en auto o si habíamos carreteado como un avión porque se habían comprometido a pagarnos el combustible. Estar ahí era una necesidad del atleta. Estar porque ahí, más allá de la plata, era algo muy importante para nosotros que vivíamos de correr. Te encontrabas y enfrentabas a los mejores de la región y eso te servía mucho porque te marcaba dónde estabas parado”, explica el entrenador Leonardo Malgor, ganador en 1992 y tercero en 1993 y 1994. En sintonía, Javier Carriqueo, nacido en San Martín de los Andes hace 42 años, opina con el corazón a flor de piel. Patagónico como la carrera, el olímpico en Pekín 2008 (en 1500 metros) y Londres 2012 (en 5.000 metros) dice: “Para los corredores de calle de la región se trata de una de las carreras más significativas y esperadas de la zona. Y para los de elite se da un trato muy bueno porque desde la organización se hace un esfuerzo muy grande por reunir a lo mejor. Ponen un colectivo de Buenos Aires para que vayan los atletas del Gran Buenos Aires o les pagan los viajes. Y también suman extranjeros para elevar la vara. Creo que es la carrera más fuerte en cuanto a nivel técnico. El clima acompaña mucho porque se hace en marzo y de noche sin tanto calor, y muchos atletas vienen del final de su pretemporada de preparación general y los agarra en una buena etapa competitiva”. Carriqueo es un hombre de pocas palabras. Callado y pausado, pero cuando dice sus palabras coinciden con su elegante forma de correr. Y esta carrera despierta en él una empatía única. “La Corrida está muy arraigada a la ciudad y a su gente. Cuando tenía 13 o 14 años supe sobre la carrera porque todo el mundo hablaba de La Corrida y leía en los medios regionales porque tenía mucha repercusión. La corrí por primera vez en 1999 y pude ganarla en 2002 y 2015 (fue 2° en 2012), y eso para uno de la zona es muy importante. Imaginate que recién en 1990 uno de la zona pudo ganarla. Fue Tranquilino Valenzuela (de Chos Malal), después de tres podios en las primeras cuatro ediciones (también ganó en 1995)”.
La carrera en la punta finalizó hace un puñado de minutos. En poco más de 29 minutos, el boliviano Vidal Basco Mamani se con la prueba y $60.000 en efectivo, para dejar atrás al mendocino Ignacio Erario (29m29s) y el esquelense Eulalio Muñoz (30m13s). “Carreras así o la Tandilia, o la de Reyes, en Concordia, o La Corrida Internacional del Diario Crónica, en Comodoro Rivadavia, siempre valoraron al atleta y los tuvieron como protagonistas centrales. Y eso para nosotros es súper importante porque carreras hay muchas, pero no en todas te cuidan como se debe”, se sincera la tandilense Luján Urrutia, ganadora entre las mujeres (34m54s), en una definición en el sprint final. A su lado aparece otra mendocina, Lorena Cuello (34s55s) que secundó a Urrutia. Ambas se abrazan y felicitan. Apenas pueden esbozar una sonrisa. El esfuerzo que le imprimieron a la carrera las tuvo en un duelo eléctrico y cambiante. “Quise irme en un momento y no me pude despegar. Luján corrió muy bien”, admite Cuello. Urrutia toma la palabra y expone: “Como corredora del interior, siento un profundo respeto por estas carreras. Hay una espíritu hermoso. Es distinto para quienes venimos de lejos, nos hacen sentirnos como si estuviéramos en casa. Llegué el viernes al medio día y me vuelvo mañana mismo. El trato que recibimos, muchas veces, influye en nuestro desempeño”. Tercera arribó la metropolitana Antonella Guerrero, con un registro de 35m39s.
Durante la cena, casi a la media noche, el mendocino Erario esboza una explicación: “Nosotros vivimos de esto: de correr. Y en esto de correr, las carreras del interior son las que más cuidan a los deportistas. Los cuidan desde el respeto de pagarles todos los costos (viajes, estadías, comidas y gastos) y encima te llevás un buen premio. En Buenos Aires eso no pasa seguido y eso nos duele mucho. Yo no tengo sponsors. Trabajo, estudio y entreno en doble turno”. A su lado, Diego Lacamoire, quinto entre los hombres, cuenta en qué va a invertir su premio: “Pagar el alquiler”.
Los fundamentos esgrimidos por los protagonistas pueden sustentarse a partir de una sencilla comparación. Por caso, La Corrida de Cipolletti, en 2019, entregó al ganador masculino y femenino (el paraguayo Derlis Ayala y la cordobesa Rosa Godoy) $25.000 (unos 600 dólares al cambio de entonces) a cada uno (un 40% más que en 2018), mientras que otra emblemática competencia en Capital Federal como las Fiestas Mayas (hoy Carrera Maya), que se organiza desde 1971, le otorgó al vencedor de 2019 (Eulalio Muñoz) $3000 en efectivo (unos 75 dólares al cambio de entonces) además de un voucher de supermercado por $4000. Este notable contraste suele ser queja permanente de los atletas de elite, es cierto. También es real que correr una carrera implica, por el solo hecho de largar, aceptar el reglamento. Y aquí surge una encrucijada que ubica a los propios deportistas como responsables de aceptar presentarse en pruebas que no valoran lo hecho antes, durante y después de correr a todo o nada. “Los atletas debemos sincerarnos y hacernos cargo. Si querés correr por prensa y difusión vas a Buenos Aires sabiendo que perdés plata porque tenés que costearte todo vos. Y si querés correr por plata tenés que ir al interior del país donde te respetan y valoran por lo que sos. Es así y está en nosotros cambiar esto. Por ejemplo, en Uruguay, donde hay muchos menos atletas de elite, los propios corredores se ponen de acuerdo y si no hay un premio en efectivo no corren. Será cuestión de unirnos”, replica Erario para abrir un interesante y necesario debate que implique que los propios atletas se involucren en una cruzada con los organizadores de carreras, a partir de un consenso o una legislación provincial primero y nacional después.
La noche aún no concluyó. Hasta hubo tiempo para una propuesta de casamiento. César y Laura, de Villa Regina, se conocieron corriendo hace casi 9 años. Entre kilómetros se pusieron de novios y él aprovechó la prueba para pedirle matromonio. Todavía, los corredores amateurs continúan cruzando la meta mientras se abrazan, se saludan y festejan por sí mismos y por los demás. Todos tienen un motivo para correr y celebrar. Desde la necesidad económica de los atletas de elite a la satisfacción de correr y sentirse saludables, como los miles de amateurs que acompañan siempre de atrás.