“Creeme que era lo último que esperaba escucharte”. Las palabras de Don Imhoff sacudieron como un estruendo la alegría que sentía Facundo. Su corazón latía a mil revoluciones pero sus pulsaciones debieron bajar lo más pronto posible y así recalcular de manera estrepitosa para tratar de entender a su papá. Aunque, en verdad, le sobraban los motivos para celebrar y abrazarse con los suyos. Claro, las novedades en Franck, un pueblito de 7.000 habitantes ubicado a 25 kilómetros al oeste de Santa Fe, rompieron la monotonía familiar. La armonía en la casa de los Imhoff acababa de recibir una noticia.

“Un mazazo inesperado”, una bofetada existencial y cruda como la realidad. En pocos minutos, una visita de Facundo, se convirtió en un terremoto que arrasaba con todo. Un instante en el que los padres de Facundo se vieron tan vulnerables como si volvieran a ser dos nenes indefensos a merced de una información que incluso hoy, diez años después, aún les cuesta asimilar.

“Estaba de novio con una mujer y estaba en una crisis total porque me preguntaba qué hacía con ella, si me gustaba o no”, le cuenta Facundo Imhoff a Bolavip. Hace una pausa para tomar un mate en la tranquilidad de la noche suiza y añade: “Estaba en plena crisis con mi vida. Empecé a lesionarme, mi rendimiento ya no era del todo bueno. Sin integrar la Selección mayor, estaba en Villa María, Córdoba, donde me lesionaba mucho y no con lesiones como una torcedura sino lesiones heavys: una hernia de disco (a los 21 años) de la que casi me tengo que operar; después, una fisura por estrés en la tibia, algo raro; y me termina de sacar de las canchas un slap en el hombro: se me dio vuelta el hombro en medio de un partido, me quedó dado vuelta. Pero lo raro fue en el brazo izquierdo y no el derecho que es el de ataque. No tenía mucha lógica. Como me tuve que operar, dejé de jugar unos meses y empiezo a preguntarme qué me estaba pasando”.

Ante semejante panorama y lejos de las canchas de vóley, Facundo se refugió en la confianza y la intimidad con Ángeles, su mejor amiga, a quien conocía desde los 5 años. Ella, por supuesto, se vistió de héroe sin capa pero, sobre todo, de confidente imprescindible a partir de una pregunta que para ella, es verdad, tenía una respuesta, una única respuesta. “`Creo que lo tuyo puede estar relacionado con un tema de sexualidad´, me dijo. Y yo le respondí: `¡No, no puede ser!´ (pone más gruesa y rotunda la voz y dice: soy macho). Me sugirió abrir la cabeza, pensar y repensar. Ella es lesbiana y ya estaba en el ambiente y veía lo que yo no veía. Con la mentalidad de pueblo ni se pasaba por la cabeza que pudiera ser gay. Cuando empecé a tener problemas con mi novia llegué a creer que tal vez fuera impotente, antes de pensar en mi sexualidad”, explica.

–¿Qué le llamó la atención a tu amiga?

Me conocía de toda la vida. Me dijo: “Facu, yo te conozco, se te re nota” (y rompe en carcajadas). Tampoco tenía un historial de mujeres muy grande y eso, tal vez, fuera dudoso. Tenía una sensibilidad muy particular. Eso tal vez le dio los indicios. Ángeles ya había visto varios con mambos sexuales. Fue mi mayor apoyo, me di cuenta que la cosa iba por ahí. Lo tomé como un alivio porque si era impotente me imaginaba tomando pastillas siendo tan joven. En ningún momento lo viví como una traba. Sí, a nivel deportivo, me jugaba que iba a tener inconvenientes. Y fue todo lo contrario.

–¿Qué influencia tuvo el hecho de ser deportista al momento de tomar la decisión?

Me influyó mucho más venir de un pueblo tan conservador como Franck, con una familia muy conservadora: mi madre es catequista y mano derecha del cura del pueblo. Entonces es una cruz muy grande con la que todavía carga. Para mí, en ese momento, era una traba mucho más grande que el deporte. El deporte vino en un segundo plano, en una segunda etapa. En el momento en que yo lo acepté y lo viví como un alivio es cuando empecé a sentir el cambio. Dejé de lesionarme, empecé a mejorar el rendimiento deportivo. En definitiva, me empecé a sentir mejor conmigo mismo. Ahí decidí contarlo porque qué sentido tenía ocular algo que yo vivía con alegría y felicidad. Ahí pasaron unos meses hasta que decidí contarlo.

–¿A quién se lo contaste primero?

Primero se lo dije a mis amigos más cercanos y a mis dos hermanos, después a mis papás y cuando ya lo sabía todo el entorno familiar lo conté en el ambiente deportivo. En un viaje a Lomas con un grupo de compañeros, lo conté y me sentí bien porque es mentira que se puede separar la vida personal de la laboral. A mí, me ayudó muchísimo decirlo, si no estás viviendo una doble vida. Compartía con mis compañeros de equipo muchas horas: entrenamientos, vestuarios, viajes, hoteles. Y son momentos delicados porque salíamos e íbamos a los boliches y tenía que fingir y simular que me gustaba una chica cuando en realidad no me gustaba. Era una situación complicada que duró unos meses hasta que lo conté. Hasta ese momento no había un gay que contara su realidad, que admitiera, que blanquera que era homosexual en el vóley. Eso fue una bomba que se esparció por todos lados.

–A partir de ese viaje a Lomas en auto, ¿el vestuario cambió?

Fue muy importante ese momento para ver cómo lo iban a tomar los demás. Sabiendo que esto iba a suceder, que lo iba a contar, fui muy cauteloso: iba al vestuario, me bañaba rápido y salía. No pasaba demasiado tiempo, no quería que mis compañeros malinterpretaran nada.

–Te pasaba, entonces, que te sentías un peor jugador porque había algo que te condicionaba…

Claro, estaba llevando una doble vida y eso me afectaba. Era un gasto de energía enorme. En ese momento tenía pareja y me encontraba volviendo al departamento que compartía con mis compañeros de equipo a las 6 de la mañana para levantarme a las 8.30 para ir a entrenar. Buscaba que no se dieran cuenta cuando, en realidad, yo había pasado la noche con mi pareja en su departamento. Era armar una estrategia y una logística enorme, tan grande que eso, lógico, me afectaba. No podía liberar mi cabeza de basura y focalizar mi cabeza en la pelota y en la acción del juego.

–¿Cómo fue ese día, el día que dijiste “listo, lo cuento”?

Mayoritariamente tuve buena recepción. Creo que se lo tomaron bien porque decidí contarlo de buena manera. A las primeras personas, por fuera del deporte, se los conté con miedo, como si fuera algo malo, como pidiendo perdón. En ese momento, a mis compañeros, se los conté como algo bueno. Les dije que era una mejor versión de mí, que era gay y era feliz. Después de eso se esparció en todos los equipos de la Liga Nacional. Creo que una virtud fue que como soy una persona con mucho humor, eso ayudó, lo hizo más liviano. Tenía miedos, porque no había un antecedente y pensaba qué pasaba si se lo tomaba mal, o que se enteraran los dirigentes y lo tomaran a mal, o que me discriminaran por verme como un jugador problemático. Me dije: “Me inmolo por los futuros gays de la Argentina” (y vuelve a reír).

–En tu casa, ¿con mamá catequista se dio la charla más difícil?

No tanto con mi mamá. Ella estaba triste por la noticia y le dije algo en lo que hoy creo más que nunca: “Si te estoy contando que yo soy feliz y si a vos no te da felicidad mi felicidad, qué te hace pensar que el problema es mío”. Y eso aplica a vida en general: si yo soy feliz y a vos no te da felicidad que yo sea feliz, el problema es tuyo. Con mi papá fue lo más difícil. Hombre de campo, ordeñando vacas se crió. Si para mí fue difícil entenderlo, imaginate para ellos. Mi papá creyó que le iba a decir que iba a ser abuelo: él esperaba esa noticia. Antes de que les contara mi realidad, ellos estaban esperando que los hiciera abuelos. Le dije que tampoco esperaba contarle eso, pero no es algo que elijo sino que fue algo que me sucedió. Creo que todavía lo está asimilando. Estamos hablando de cinco o seis años atrás y sigue el proceso en el que no se cortó el vínculo y sigue el amor, pero de ese tema no se habla porque es medio tabú. Tabú para ellos porque considero que la mejor manera de que lo naturalicen es escuchándome cómo lo cuento de manera natural.

–¿No pudiste llevar una pareja a tu casa en Franck, entonces?

No, en su momento porque no quería que mi pareja la pasara mal, se sintiera incómodo. Siempre les aclaré que en la medida que no aceptaran esa parte de mi vida se iban a perder un montón de cosas de mí. Entiendo que ha sido un proceso para ellos. Ahora es distinto porque estoy en pareja pero lo conocí en pandemia, a través de una red social de citas y él trabaja en Pekín, en China. Cuando no estoy jugando al vóley, mi casa está allá.

–Como deportista de alto rendimiento y con la exposición que tenés, que se sabe es mucho menor que la de un jugador de fútbol, ¿sufriste alguna mala, alguna discriminación?

Siempre se cuenta que hay discriminación y, la verdad, es que yo no, yo no la pasé mal. Sí me ha pasado de algún chiste fuera de lugar y eso lo solucioné de manera simple: poner un freno, un límite, decir que se estaba desubicando. Yo me presto al juego haciendo chistes pero siempre hay un límite. Y también sucede que los gays muchas veces estamos un poco a la defensiva. Hay que ser tolerante, no con la falta de respeto pero sí con la ignorancia. Muchas veces las preguntas parten desde la ignorancia, del desconocimiento. Por ejemplo, temas íntimos, de la cama y siempre que te pregunten con respeto es válido y es necesario aclarar porque estamos en un proceso de aceptación.

–El fútbol argentino es un ámbito homofóbico, donde se ve exacerbada, justamente, la homofobia desde los cantos con una clara referencia sexual para, por ejemplo, referirse a un triunfo, ¿por qué resulta tan difícil que algún jugador se “inmole” como hiciste vos?

Va a ser difícil porque es un deporte diferente al vóley, masivo. Pero es necesario que haya uno para sentar un precedente. Creo que hay muchos fantasmas que uno mismo se hace. Incluso a mí, antes de decirlo, me pasó que me generé mil imágenes, mil dudas que se crearon en mi cabeza con posibles actitudes que pudieran tomar mis compañeros, mis rivales, los dueños de los equipos. Y nada de eso pasó. En el caso del fútbol hay mucho más machismo, no en los que seguramente bancarían mucho al compañero pero sí del hincha. Es de la cultura del fútbol en general.

–El fútbol argentino acepta frases hechas como “si te gano te rompo el culo”, pero eso no es homosexual sino dominante…

¡Claro! Soy gay pero si te rompo el culo te lo festejo, te lo enrostro. Hay algo ahí que no va, que no funciona y que está instalado, muy mal instalado.

Imhoff (camiseta 15) junto con sus compañeros de Lomas, equipo donde habló por primera vez de su orientación sexual. Tenía 22 años (Gentileza FI)

–¿Tuviste algún hecho en el que te dijeran algo en un estadio?

Sí, en un torneo, en una semifinal, hace bastante ya, me gritaron cosas ofensivas en una tribuna y yo elegí tomar una actitud distinta. Lo que hice fue moverles el culo y cagarme de risa. La respuesta de los rivales, jugadores con los que me conocía, fue bancarme. Ellos se rieron conmigo. Y cuando terminó el partido, que lo ganamos, hubo hinchas que se acercaron a pedirme perdón. Desactivé esa agresión moviéndoles el culo. Cada uno reacciona según la personalidad que tiene y hay que saber que esas cosas van a pasar. Estaba seguro que en algún momento me iba a pasar y, tal vez, me vuelva a suceder. Esto es un proceso y hay personas que no tienen poder de comprensión y de empatía con el otro. Yo recibí el apoyo de la comunidad LGBT (sigla compuesta por las iniciales de las palabras Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales), que se contactaron conmigo y estamos en contacto siempre. Eso ayuda, es un apoyo importante.

–Terminaste convirtiéndote en un abanderado para los deportistas y muchos se comunicaron con vos…

Sí, pero lo que más me emocionó fue un papá que me escribió porque quería ayudar al hijo, no quería que sufriera. Y eso no hizo más que confirmarme esta problemática que sucede. En el mundo del deporte queda mucho por hacer. La tranquilidad y la paz que te da ser vos mismo no tiene precio. Darme cuenta me permitió eliminar basura que había en mi cabeza a la hora de jugar. A partir de ahí, mis pensamientos se hicieron mucho más claros. Y al enterarse mis compañeros fue todo para mejor porque se potenció la relación. El jugador valoró que yo les diera esa cuota de confianza y eso abrió una puerta de intimidad que hizo que muchos me contaran cosas muy fuertes de ellos.

–¿Qué soñás fuera del vóley: tener un hijo, tener una familia?

¡Ufff, qué pregunta difícil! Estoy en un momento en el que quiero recorrer el mundo, conocer. Me veo viajando. Ahora estoy en Suiza y disfruto mucho todo: jugar y conocer un lugar en el que la gente pareciera que vive sin estrés. Vive en un nivel de felicidad y relajo que es increíble. Es tremendo el contraste que noto. Por eso, la elección de los equipos en los que estuve jugando en el exterior. Hoy quiero seguir viajando y conociendo el mundo. Quizás cuando termine mi carrera deportiva sea de esos locos que agarra una mochila y sale a recorrer el mundo. Si el vóley no me hubiera salvado, hoy sería un hippie con una mochila yendo para todos lados. Después de eso sí me veo con una familia, me gustaría. No haría, creo, inseminación sino que buscaría adoptar y cambiarle la vida a una persona que no nació en las mejores condiciones. Pero se sabe que el sistema de adopción tiene muchas falencias y los gays somos los últimos que tenemos derechos al momento de adopción. Se necesitan varios cambios y, en ese sentido, de a poco se avanza.

–Mucho se habla de éxito, en tu caso bien podría haber sido parte de una camada que se quedó con la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, donde vos, incluso, fuiste parte de las listas, haber ganado la medalla de oro en los Panamericanos de Lima 2019…

Sí, pasa que cuando te ponés a hablar de éxito, en mí caso, es mucho más profundo. Así lo siento. Creo que hay distintos tipos de éxitos. Si hablamos de éxito deportivo, sí, la medalla de Lima puede ser un éxito. Pero para mí el éxito ya estaba al formar parte de la Selección. Y también hubo muchas situaciones de mi vida en las que, realmente, me sentí exitoso y no tenían que ver con el deporte. Entonces, la sensación del éxito es tan subjetiva que no podría responderlo por un resultado en un torneo. Sí me pasó que esa medalla, la del Panamericano, se dio en un momento muy particular del vóley, del país incluso, donde nos habían soltado la mano a nivel económico y la estábamos remando un montón. Entonces, ese fue el éxito: demostrar que ante las adversidades, sin cobrar nada y tener que poner guita de nuestro bolsillo para representar a la Selección, fuimos y ganamos. Valió diez veces más. El éxito fue mucho más profundo que la final ganada, por todo el proceso que tuvimos que atravesar juntos y las cantidades de veces que nos hablamos para que nadie renunciara. El mensaje era “seguí, no te vayas”. Puede haber personas que pueden llegar a decir que mi carrera no fue exitosa porque yo disfrutaba el momento más que ponerme por delante la zanahoria por ganar. Quizás a otros les funciona, a mí no. Para mí, haber podido hacer mi carrera con esa mentalidad es un éxito. Es muy subjetivo y personal. Fui fiel a lo que yo era y a lo que soy. Y eso me llevó a disfrutar del momento, sobre todo cuando acepté mi sexualidad. Ahí yo me hacía dejando el vóley porque creía que se me iban a cerrar las puertas de los equipos. Hice un duelo anticipado, antes de blanquear mi sexualidad. Y sucedió todo lo contrario y ahí mi mentalidad cambió. Ahí disfruté de todo lo que vino porque sentí que ya había ganado, había amortizado todo. Eso cambió mi personalidad pero fui consciente de lo que podía perder y, sin embargo, fui para adelante en pos de ser libre y auténtico. Y ese fue mi gran éxito: ser yo.