Cuando el amanecer llega a Mar del Plata, los cordones de cada una de las veredas lucen impecables. A simple vista, son responsabilidad de un hombre que avanza, cuadra por cuadra, a paso firme con su escoba. Aunque no es cualquiera: fue campeón del mundo. Y tampoco uno más: lo expulsaron de por vida del boxeo por amenazar a un árbitro. Hoy, es barrendero. Así se resume a Luis Lazarte.
“Nunca me dio vergüenza barrer. Vergüenza es robar. Yo estoy tranquilo con mi trabajo”, afirmó tiempo atrás, en diálogo con Infoabe, con la dignidad intacta, al igual que cada vez que entraba y salía del ring. El Mosquito, apodado de dicha forma gracias a su destreza con los guantes, nació en 1971 y, como marca la línea histórica pugilística, no llegó a la cima desde una alfombra roja.
Lo hizo surgiendo desde la calle, tal vez apoderado por la furia y el desamor que desde pequeño le generó haber sido abandonado por su madre cuando era bebé. Lo adoptó una tía y se crió bajo el resentimiento. “Yo quise ser un boxeador normal, pero se me salía la chaveta y la embarraba. No sé por qué”, admite tiempo después.
De la calle al ring
Desde pequeño, Luis aprendió a ganarse la vida. Se volvió una rutina lidiar con varios trabajos en simultáneo. Mientras, el boxeo fue su refugio, el cual conoció cuando el destino le presentó a José Aguirre, excampeón Fedelatin, que lo vio pelear en una calle y le aconsejó comenzar a entrenar. Así, empezó a pelear en serio y dejó de lado los combates callejeros. Debutó profesionalmente en 1996 en Mar del Plata, contra Ángel Antonio Barros. Pero aquello que nunca dejó de lado fue su otra pasión: la limpieza de calles, aquel oficio que apañó en 1988 y nunca más soltó.
En simultáneo y durante años, Lazarte fue un boxeador destacado dentro de la categoría minimosca. Sumó 67 peleas, con 52 victorias, 12 derrotas, 2 empates y una sin decisión. Las manchas del tigre pasaban por otro lado: las descalificaciones eran moneda corriente.
Por momentos, el ring lo retrotraía a aquellas épocas ganándose la vida en la calle o donde los partidos de fútbol en el potrero no terminaban de forma amistosa. Y lo reconoce: “Yo era bravo. Pero también era bueno. Lo que me fallaba era la cabeza. Me arrepiento de muchas cosas”.
Bajo dicha esencia, debió demostrar en el boxeo la misma resiliencia que lo caracterizó en la vida. Es que tuvo que esperar hasta su sexta oportunidad para tocar la gloria. El 29 de mayo de 2010, en el Club Once Unidos de su ciudad, se consagró campeón del mundo en minimosca de la FIB (Federación Internacional de Boxeo) a los 39 años. “Ya lo había intentado cinco veces. Era el sueño de mi carrera. Lástima que me tocó grande, ya no tenía mucho más para dar en el boxeo”, confesó con La Capital de Mar del Plata.
Una amenaza que se convirtió en condena
Un año después de la glora, Lazarte perdió el título ante el mexicano Ulises Solís. Su nombre volvió a sonar fuerte en febrero de 2012, aunque nuevamente por cuestiones alejadas a lo deportivo. En aquella velada, protagonizó una pelea contra el filipino Johnriel Casimero ajena a lo que dica el boxeo. Fue descontrolada, sucia. “Esa noche yo estuve de más. No sé para qué querían árbitro si peleaban sin reglas”, recordó el juez Eddie Claudio.
Luis perdió por knockout técnico. Más tarde, fue suspendido de por vida. ¿La razón? La FIB entendió que había amenazado al árbitro al expresar: “¿Vos querés salir vivo de acá?”. Para Lazarte fue una advertencia mal interpretada. “No fue una amenaza. Fue una pregunta. Me equivoqué, pero no fue como lo pintaron“, analiza.
La revancha
La suspensión alejó a Lazarte de los guantes durante dos años. Cuando muchos consideraban su retiro obligado, mostró su firmeza. Volvió, disputó cuatro combates más y en 2015 se retiró definitivamente. Pero no se quedó quieto.
Ya sin obligaciones deportivas, Luis volvió definitivamente al trabajo que jamás dejó del todo: barrer las calles de Mar del Plata. Desde 1988 ya era parte del servicio de recolección y limpieza. Primero como basurero, después como barrendero. Se rompió los meniscos de tanto subir y bajar del camión. Pero nunca tiró la toalla.
“No sirvo para estar encerrado en una oficina. Me gusta laburar al aire libre. El trabajo me salvó la vida”, dijo con una certeza que ni el boxeo le dio nunca. Hoy, a los 53 años, se levanta a las 3:30 de la madrugada y arranca su turno como barrendero. No esconde su pasado. Al contrario, lo reconoce como “su broche de oro”. Pero la época de rounds quedó atrás y ahora se concentra en la caída de las hojas de los árboles. “Lo único bueno del título fue ganarlo, pero no me cambió”, sostiene al conversar con La Capital. Todavía la pelea.
