“Una pequeña decisión puede terminar siendo la gran decisión de tu vida. A veces uno decide con el corazón”.

Su vida estuvo signada por las decisiones. Cuando decidió no ir fichar a un club porque había demasiados chicos y él quería jugar. Cuando hizo fuerza para que su pase a un club de Argentina se concretara. Cuando decidió no aceptar una oferta importantísima para darle rienda a lo que sentía su corazón. También cuando decidió volver y sacarse la espina de la Libertadores. Y, décadas después, para tener un segundo regreso para elegir al entrenador que le dio al equipo de sus amores los mejores años de su historia. Decisiones.

Enzo Francescoli pronunció esas palabras en 1983. América de Cali vino a buscar a ese flaco elegante que había llegado por una pequeña fortuna desde Wanderers. Fue un 20 de abril de 1983 que pisó suelo argentino, River buscaba reforzarse después de algunos años difíciles y el uruguayo que había sido campeón sudamericano con la sub 20 (también jugó el Mundial Juvenil del 81) tenía pinta de salvador.

El precio era elevado y Rafael Aragón Cabrera, presidente de River por aquellos años, se sentó a negociar, bajó el precio a 310.000 dólares y logró convencer a todos de que era la jugada acertada. Durmió su primera noche en la concentración, sellaron los papeles y se convirtió en Millonario a sus 21 años.

Enzo convirtió seis goles en el Sudamericano Sub 20.

Claro que el equipo no era el de años anteriores. Tras varios conflictos, las grandes figuras habían abandonado el club y sólo quedaban algunos sobrevivientes: Ubaldo Fillol, Alberto Tarantini y Rubén Américo Gallego. Con ellos debutó en su primer partido. En el Nacional 83, el equipo fue eliminado por Argentinos Juniors en cuartos de final, sin haber convertido un gol (y sólo uno ante Vélez, con el que empató 0-0 y venció 1-0).

Los problemas económicos asediaban al club: el plantel estuvo 41 días de huelga y debieron ir a una conciliación obligatoria, mientras jugaban los más jóvenes. Y eso tuvo consecuencias deportivas, claro está.

Los primeros pasos de Enzo en River. Foto Archivo.

En el Metro de ese mismo año, River quedó en el puesto 18° entre 19 equipos, el mismo año que se instalaron los promedios para el descenso, lo que le permitió al club de Núñez mantener la categoría. El clima estaba caldeado. “Un día prendí la tele y estaba Guillermo Nimo. ‘¿Cuánto pagó River por Francescoli? -decía- El que tendría que pagar por jugar es él’. En la cancha me gritaban: ‘Corré, uruguayo, carne de paloma’”, contó Enzo en El Gráfico.

Uno de los pocos que lo defendió fue un compatriota, nada menos que el relator uruguayo Víctor Hugo Morales, en aquellos tiempos encabezando el equipo deportivo en Radio Mitre. “Me bancó en un momento en que no me bancaba nadie. A fines de 1983 escribió en El Gráfico: ‘Si Francescoli no triunfa en Argentina, yo de esto no sé nada’. No dijo: para mí Francescoli juega bien, no, se la jugó”. Apenas unos meses después lo bautizaría con el apodo que lo acompañó el resto de su carrera.

El apodo que se hizo producción de El Gráfico, muchos años después.

“(El apodo) Surgió en un momento en que yo andaba con un metejón con el tango Príncipe y lo cantaba a cada rato. Hizo un gol y repetí una parte: “Príncipe soy, tengo un amor y es el gol”. Aparte, el apodo le caía justo al hombre algo melancólico, tristón, con un andar verdaderamente principesco. Por eso, más que nada, creo que perduró”, contó. Para comenzar a tejer esa historia, la de Príncipe, faltaba una gran decisión.

Cualquier otro jugador hubiese huído de esa situación agobiante. Pero no fue el caso de Francescoli. A comienzos de 1984 lo vino a buscar el América de Cali, pero prefirió quedarse. “Como no quería ir, pedí una fortuna y en Montevideo, antes de subir al avión. Yo quería triunfar en River, me lo había metido en la cabeza”.

La primera etapa de Enzo Francescoli

Aquel año, el club contó con el regreso de una de sus estrellas, que había abandonado el equipo por una pelea un año antes. Norberto Alonso regresó y por eso Luis Cubilla, el entrenador uruguayo del equipo, corrió a Francescoli de posición y le dio la camiseta número 8. Aunque sabía que el DT no lo quería, él se esforzó por cumplir en una posición que no le era tan habitual.

Tenía que sacrificarse y correr mucho más, tener más ida y vuelta. Pero lo hizo: en el Metro 84, el Millonario venció 4 a 2 a Boca con dos del Beto y dos de Enzo, y perdió la final con Ferro. La historia parecía encaminarse otra vez. Y el Flaco comenzó a mostrar sus cualidades.

Con el interinato de Adolfo Pedernera y Martín Pando, River encaró una gira por Europa que sería fundamental para el uruguayo. Se enfrentaron al Napoli, el día del debut de Diego Maradona (terminó 0-0), también al Real Murcia y al Hamburgo de Alemania. Pero para Enzo lo importante fueron las palabras del ex integrante de La Máquina.

“El me ponía una mano al hombro y me decía: ‘Mire, le quería comentar algo, así duerme tranquilo: uno no juega bien cuando quiere, sino cuando puede o lo dejan. Cuando puede porque tiene un buen día y cuando lo dejan porque el otro es peor que usted’. ¡Cuánta razón! Hay días que te salen todas y otros en que la pelota te pasa por debajo del pie’”.

Alonso y Enzo dieron la vuelta olímpica. Foto Archivo.

Con Pedernera se movieron las piezas: el Negro Enrique pasó a jugar en el medio, sobre la derecha, y Enzo pasó a jugar de 9. Cuando llegó Héctor Bambino Veira, el equipo ya tenía su fisionomía, adelantó unos metros y comenzó a brillar. En el primer torneo, River salió cuarto, pero Enzo fue el goleador del campeonato: 24 goles. Fue el primer extranjero en ser nombrado futbolista del año.

El equipo salió campeón finalmente en la temporada 85/86, a falta de seis fechas para el final del torneo, 42 días antes, con diez de diferencia con el segundo, Newell’s. El campeón más holgado. “Era un equipo brillante que atacaba por todos lados y tuvo a Enzo en un año maravilloso”, rememora el Tapón Gordillo. En ese campeonato gritaría nada menos que 25 veces.

Un adiós precipitado

Su último partido de aquella temporada, con gol de penal ante Vélez incluido, fue el de su despedida. Ya tenía pasajes primero para viajar a México y luego a Francia. El primero de sus destinos, claro, era el Mundial 86. Enzo había debutado en la mayor en 1982, iniciando un camino con varios títulos pero con una esquiva Copa del Mundo.

En 1983 logró su primera Copa América, convirtiendo su primer gol con la camiseta celeste nada menos que a Brasil en el partido de ida y fue nombrado jugador del torneo a sus 21 años. Con ese antecedente llegaron a tierras aztecas. Sin embargo, tras caer 1-6 ante Dinamarca, luego quedaron eliminados a merced de la Argentina de Maradona, a la postre campeona del mundo.

Ganó tres veces la Copa América con Uruguay. Foto archivo.

Francescoli logró salir indemne de las críticas al equipo y llegó a Europa dispuesto a continuar con el envión que llevó en las valijas desde Núñez. Arribó al Racing Matra francés que recién había ascendido y en aquella primera temporada finalizaron 13° gracias también a los 14 goles del uruguayo.

Mientras Francescoli intentaba hacerse un nombre en el Viejo Continente, el River del Bambino conquistaba por primera vez la Copa Libertadores y el 14 de diciembre de aquel año cerraba la gesta logrando la Copa Intercontinental ante el Steaua Bucarest en Tokio. Francescoli tuvo que verlo a la distancia.

Pese a sus goles, el equipo, que en la tercera temporada sumó a su coterráneo Rubén Paz, no logró superar la media y ya en 1989, Enzo aceptó una tentadora propuesta y se mudó al Sur, a Marsella, para vestir la camiseta del Olympique. Con jugadores de la talla de Jean Pierre Papin, Chris Waddle o Deschamp, en un año no sólo logró dar una vuelta olímpica en la Ligue 1, con 11 goles en 40 partidos, siendo además semifinalista de la Copa de Europa. También se convirtió en ídolo.

Con la camiseta del Olympique, así comenzó a ser el ídolo de Zidane. Foto Web.

Aquella vuelta olímpica fue la que lo transformó en el referente máximo del francés Zinedine Zidane. “Yo tenía 13 y quería ser él, que era muy elegante, manejaba la pelota y decía ‘esto no se ve mucho’. Era un mago”, contó Zizou -que lo iba a ver a las prácticas del equipo- en varias entrevistas, consultado siempre por su hijo, a quien llamó Enzo en honor al Príncipe. Los tres -los dos Enzos y Zidane- se han cruzado varias veces, sumando también a Marco, uno de los hijos del uruguayo.

En 1990, con el antecedente de haber logrado la Copa América del 87 y haber perdido la final del 89 con Brasil, llegó el Mundial de Italia y una nueva decepción. Una sola victoria, ante Corea del Sur, y una temprana eliminación ante Italia en octavos.

Justamente, ese país sería el próximo destino de Enzo (nombre que, según él, viene de Vicenzo y lo eligieron sus padres por “lo italiano” y porque era un nombre corto con un apellido largo) para jugar en el Cagliari por tres temporadas y el Torino, una. En ambos clubes ocupó una posición que lo alejó del arco rival y por eso sus goles no tuvieron el peso de otros tiempos y los títulos se hicieron esquivos también.

Francescoli jugando en Italia. Foto Web.

Lo mismo ocurrió con la selección. Aquellos no fueron años sencillos: tras la salida de Oscar Washington Tabárez quien asumió fue Luis Cubilla, ambos se conocían de River y nunca habían tenido feeling, algo que se acentuó en la Celeste. El DT destrataba a aquellos jugadores que estaban en Europa. En ese clima, Uruguay no logró clasificar al Mundial de Estados Unidos.

“Siempre quedan cosas en el tintero. Para mí fue no jugar en un grande de Europa y no salir campeón del mundo con Uruguay. Igual, no es modestia decir que el fútbol me ha dado mucho más de lo que imaginé, así que tampoco puedo andar pidiendo”, contó alguna vez Francescoli.

Pese a las decepciones, la carrera de Enzo comenzó a encaminarse a mediados de la década del 90. En 1994, a los 33 años y luego de pasar ocho años en Europa, las puertas del Monumental se abrieron de par en par para darle la bienvenida. Es cierto, no fue tan sencillo el regreso, pero finalmente se dio el gusto. Tenía una cuenta pendiente que saldar.

A diferencia de muchos jugadores que retornan al club de sus amores en el ocaso de su carrera, Enzo logró agigantar el mito. Volvió a su puesto, el que lo acercaba al gol, hizo 17 goles en aquel Apertura 94 y el equipo salió campeón invicto.

En el 95, ya sin Cubilla, se dio otro gusto: en el estadio Centenario, logró su tercera Copa América con Uruguay. Y un año después, la gloria máxima: ganó la Copa Libertadores de América, diez años después de aquella que tuvo que ver de lejos.

Gracias a los dos goles de un joven Hernán Crespo ante el América de Cali (casualidad o no, mismo rival que en el 86), Francescoli -con casi 36 años- consiguió el anhelado título internacional. Según él mismo confesó, fueron sus puntos más altos.

Enzo y la Libertadores. Foto Diario Popular.

No pudo ser en la Intercontinental ante Juventus, es cierto. Y quien se llevó el premio doble fue Zidane: se llevó la remera de su ídolo.

“Allí intercambiamos camisetas, había hablado mucho de él en mis entrevistas previas. Enzo me trajo su camiseta tras el pitazo final a pesar de la derrota de su equipo, pero aún no había completado mi sueño. Esa misma tarde regresé a Turín, lavé la camiseta y me acosté con ella puesta al lado de mi esposa que pensó que estaba loco. Pude completar mi sueño de la infancia”, reveló Zidane.

Enzo y Zidane, en uno de sus primeros encuentros.

Títulos y un clásico especial

Francescoli regresó al club de sus amores dispuesto a tachar cada uno de los casilleros que le quedaban. Un 26 de noviembre de 1995 se dio otro gusto: en un estadio Monumental con recaudación récord para aquellos años, se enfrentaron por primera vez en un Superclásico Enzo Francescoli y Diego Armando Maradona.

Enzo y Diego, una postal inolvidable.

Fue por la fecha 16 del Apertura 95, el Diez había cumplido la sanción de 15 meses tras el Mundial 94 y, con el mechón amarillo, había retornado al Xeneize. Fue un 0-0 deslucido, pero los flashes fueron para ellos.

Fueron tres años los de su segunda etapa con la banda roja cruzando el pecho. Desplegando todo su fútbol, su elegancia, su eficaz pegada, sus goles pero también la sabiduría adquirida desde su debut en el 83. Su figura trascendía completamente lo futbolístico. En el Monumental se coreaba el “uruguayo, uruguayo” que a él le encantaba oir.

En esa etapa gloriosa, River fue tricampeón, ganando el Clausura 96, el Apertura y el Clausura, ambos en el 97. También se anotó la Supercopa de ese año. Todos esos títulos de la mano de otra personalidad fuerte en la historia de River: Ramón Díaz. La relación entre el Príncipe y el Pelado no se destacaba por lo afable, pero convivían. Enzo no estaba de acuerdo en actitudes, formas y decisiones, pero no estaba dispuesto a empañar su gran momento por eso. Algunos años después confesó arrepentirse de no haber alzado algo más la voz ante algunas injusticias.

Enzo y Ramón Díaz.

En el 96, un Enzo pensante había comenzado a hacer terapia, quizá consciente de que le quedaba poco. Seguía fumando, como durante toda su carrera, y también necesitando el chicle para jugar (“De chico me di cuenta de que con el chicle tenía más saliva y no me se secaba la boca. Se me hizo tal hábito que si no lo tenía, entraba mal a jugar. Le hacía una seña a Pichi, el utilero, chocando los dientes y él se acercaba con el chicle ya listo en la mano. En el club siempre tenían”, contó) pero había comenzado a pensar en decir adiós.

Y lo hizo en el último partido de aquel torneo, el 21 de diciembre de 1997. Tenía 36 años, siete títulos en el club, con 137 goles en 237 partidos. “Es fuerte no tener más el ‘uruguayo, uruguayo’. Es fuerte no escuchar el ‘uhhhh’ cuando la bajás de pecho, perder la adrenalina antes del partido, el grito en el vestuario de ‘Vamos, River, la puta madre’, los viajes con Uruguay en las eliminatorias… Es fuerte”, contó.

En 1999, un Monumental repleto despedía a uno de sus grandes ídolos. Fue ante Peñarol, con un 4 a 0 con dos goles de penal de Francescoli, uno de Marcelo Salas y otro -simbólico- de su hijo Bruno, el mayor. “En mi despedida lloré casi toda la vuelta olímpica. Verles las caras a mis hijos, darme cuenta de que se terminaba”.

Enzo figura fuera de la cancha

El 18 de febrero de 1998, en una conferencia de prensa, el Príncipe, el Enzo, el jugador elegante que llevaba la 9 tatuada, oficializaba su retiro del fútbol profesional. Sin embargo, una década más tarde fue parte de otro ciclo triunfal de River, esta vez lejos del campo de juego pero muy -muy- cerca de las decisiones importantes.

En su primera década fuera del club, le llovieron pedidos para que asumiera como entrenador. Nunca le terminó de seducir la idea de ponerse el buzo. Por eso, se puso el traje de empresario. Siempre cercano a la pelota, comenzó trabajando con Paco Casal, con las transmisiones de los partidos y viviendo part time en Miami. Volvió a la Argentina porque su familia se había acostumbrado demasiado a Buenos Aires.

Burgos, Enzo, la Copa y el chile infaltable en la boca.

“Siempre estoy más feliz cerca del fútbol, que lejos”, dijo y por eso a fines del 2013, cuando Rodolfo D’Onofrio ganó las elecciones para ser presidente de River reemplazando a Daniel Passarella, aseguró que Francescoli sería el nuevo director deportivo de la institución. Años después, y ya con los títulos sobre la mesa, el dirigente aseguró que fue la mejor decisión de su gestión.

Aunque el presidente saliente había renovado con Ramón Díaz por dos temporadas poco antes de dejar el cargo, el Pelado se fue del club en mayo del 2014 de manera abrupta y la primera misión fue encontrar un entrenador que le devolviera la gloria al equipo de Núñez. Fue Francescoli el que puso el ojo en Marcelo Gallardo.

La presentación de Gallardo como DT, en 2014.

Lo conocía bien: fueron compañeros en el último ciclo triunfal de Enzo en River, y había seguido de cerca su trabajo como entrenador en Nacional de Uruguay. Un estudioso del futbol, un gran observador del juego, un técnico adentro de la cancha, Enzo admiraba esas cualidades del Muñeco. Y lo llamó.

“Faltan confirmar detalles pero Gallardo será el nuevo entrenador de River. Hablé con él, lo vi maduro y evolucionado. Es un hombre de la casa y será bienvenido”, dijo el 30 de mayo del 2014. River daba un paso histórico con la llegada del nuevo entrenador, de 38 años y con ocho títulos como jugador del Millonario.

Los Enzos y la Copa: Francescoli y Pérez.

Fueron 14 títulos con Gallardo como DT, incluyendo las Copa Libertadores del 2015 y la ganada en Madrid ante Boca en el 2018. Tres Copas Argentinas, dos Supercopas, el torneo del 2021, un trofeo de campeones ese mismo año, tres Recopas Sudamericanas, una Copa Sudamericana y una Suruga.

En una década como director deportivo del club mantuvo las costumbres de su tiempo de jugador: sin polémicas, de perfil bajo, observador y trabajador. Y jamás se subió a los triunfos ni los tomó como propios: “Es logro puro de Marcelo. Lo mío fue una intuición, tuve la suerte de haberlo conocido como jugador, de saber un poco cómo era su pensamiento por algunas charlas que había tenido previo a aquel momento en que tuve que elegir. El gran mérito es de él”, reconoció en Infobae.

Francescoli muy cerca del fútbol, como le gusta.

Eso, sin embargo, no lo privó de celebrar la gloria y en especial la Libertadores en Madrid: “Me asombra de verme yo mismo sonreír y disfrutar de haberla ganado. Ver que la gente sonríe y disfruta. (…) Es algo que vamos a poder disfrutar por mucho tiempo. Son de esas victorias que persisten en el tiempo, no hay dudas”.

Suya también fue la decisión de acercar a Martín Demichelis, otro hombre de la casa, cuando Marcelo Gallardo decidió darle un cierre a la etapa más gloriosa del club. Tras la salida del Muñeco, llegó el momento de ampliar su trabajo y creó la Dirección Deportiva, asumiendo como Director Deportivo. Un rol más absoluto. Siempre tomando decisiones.

Como todo lo que hace, ordena, encabeza, marca el rumbo. Como lo hizo en la cancha llevando al equipo a lo más alto. Y como lo hizo desde afuera también. Siempre con la misma elegancia. Y con un chicle en la boca.