¿Cómo devolverle la confianza a un grupo golpeado? ¿A los escépticos, los desesperanzados, a los pesimistas . ¿Cómo se hace para recuperar la ilusión, para atreverse a soñar sin miedo una vez más a la decepción? ¿Y quién podrá lograrlo?
Alejandro Sabella supo cómo. Entendió qué necesitaba el equipo, los jugadores, los hinchas. Apeló al amor propio, al orgullo, a esa fibra íntima que se moviliza ante un nuevo desafío. Les dio, sobre todo, confianza. Les dijo que podían, que estaba en sus pies, que esta vez la historia podría tener un final diferente.
Es cierto, no lo tuvo: aquel 13 de julio de 2014, en el Maracaná, Lionel Messi protagonizó una de las imágenes más famosas y dolorosas vistiendo la camiseta nacional. Pasó por enfrente de la Copa del Mundo, sabiendo que la levantaría Alemania, que otra vez la gloria le era esquiva. Sin embargo, algo cambió. Y aunque debieron esperar ocho años para la revancha y Pachorra ya no estaba allí, una parte de él estuvo. Su esencia. Sus enseñanzas. Su fe. Sus valores. Su sentido de pertenencia.
Fue un docente. Un estratega. Y hasta un guía espiritual. Un hombre equilibrado, fiel a sus principios y a su gente, agradecido con todos y generoso para compartir sus bienes materiales pero también su conocimiento. Quizá lo más injusto en su relato, que se terminó demasiado pronto, a los 66 años, fueron las dos veces que estuvo a centímetros de la gloria y el destino se lo negó. Tal vez haya sido también parte de su enseñanza.
Un inicio de 10 en River
Aunque su etapa solista fue la que más cerca lo dejó de la gloria máxima, Alejandro Sabella recorrió un largo camino antes de ser la voz cantante en su propia historia. Fueron nada menos que 19 años como ayudante de campo, que le sirvieron de boceto para su propia obra.
Sabella llegó a River después de despuntar el vicio por las calles de Barrio Norte y en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Le dio vergüenza probarse y hasta mintió en su año de nacimiento, pero igual quedó: el equipo de Núñez fichó a ese enganche zurdo que, en realidad -contó él mismo-, no sabe muy bien por qué empezó a patear con la izquierda ya que para escribir siempre fue derecho…
Allí, en los pasillos del estadio Monumental, conoció a quien sería gran compañero y amigo: Daniel Alberto Passarella. Pachorra debutó con la Banda el 3 de marzo de 1974, en un empate 1-1 frente a All Boys por el Metropolitano: ese año, además, jugando para la Selección el Sudamericano juvenil de Chile, se ganaría su apodo por su devoción a dormir la siesta.
Su gran compañero saltó a la cancha 40 días después. Con el Kaiser formaron parte del equipo que cortó la nefasta racha de 18 años sin títulos y luego obtuvieron el bicampeonato. Sin embargo, a Sabella le costó hacerse lugar ya que en su posición jugaba nada menos que Norberto Alonso. Y pese a que el Beto se fue a jugar un año a Francia, no tuvo demasiado lugar para brillar.
Jugó la final de la Libertadores 1976, que River perdió con Cruzeiro, y su último título fue el Metro del 77. Al año siguiente se fue a Inglaterra, para darle rienda suelta a su fútbol elegante. Viajó acompañado por tres campeones del Mundo del 78: Osvaldo Ardiles y Julio Ricardo Villa, quienes fueron al Tottenham y Alberto Tarantini que se sumó al Birmingham. Sabella aterrizó en el Sheffield United, de la Segunda División.
Aunque no le fue bien en la primera temporada -descendieron- Sir Alex se fue ganando el respeto de todos. Tanto que se fue al Leeds, que años después lo eligió entre los mejores 10 jugadores de su historia. Pero el destino le tenía preparado un nuevo giro, uno definitivo, de esos que quedan marcados: su llegada a Estudiantes de La Plata y el inicio de un amor para siempre.
Pachorra pincharrata
En diciembre de 1981, Carlos Salvador Bilardo volvió a Estudiantes y lo fue a buscar a Inglaterra con apenas 2.000 dólares y muchas ilusiones. Se juntaron con los dirigentes del Leeds y los convencieron de dejarlo volver al país. Era el refuerzo estrella de un Estudiantes que en el medio campo tenía a Miguel Angel Russo, Marcelo Trobbiani y José Daniel Ponce.
Fueron dos títulos allí como jugador: el Metropolitano 1982 y el Nacional 1983. Pero su salto a la idolatría llegaría con el buzo de entrenador. Todavía le faltaban algunos capítulos para dejar su nombre grabado en la memoria Pincha.
Regreso a River como ayudante
Después de su paso por el Gremio de Brasil, donde logró dos títulos, y un breve paso por Ferro y el Irapuato mexicano, Sabella le dijo adiós a la pelota. Le quedó el sinsabor de no haber jugado un Mundial, pero siempre entendió que fue contemporáneo de otros cracks en su puesto que lo relegaron.
Pensaba hacer el curso de entrenador una vez retirado pero el llamado de su amigo Passarella, con quien siempre mantuvo contacto desde que fueron compañeros, aceleró los planes. En 1990, el Kaiser -sin experiencia previa y apenas meses después de colgar los botines- se pondría el sobretodo marrón y tomaría las riendas del Millonario, reemplazando a Carlos Reinaldo Merlo. Al año siguiente, Sabella se haría cargo de la Reserva.
Lograron tres títulos en cuatro años: el Campeonato 89/90, el Apertura 91 y el Apertura del 93. Pero, además, el cuerpo técnico que componían Passarella, Sabella y Américo Rubén el Tolo Gallego le darían rodaje a algunos apellidos históricos: Matías Almeyda, Ariel Ortega, Marcelo Gallardo.
“Gallardo fue el que más me sorprendió, me daba alegría ir a entrenar. Era una enciclopedia del fútbol: tenía el fútbol en la cabeza, era dinámico y con técnica. Y encima me sentía muy identificado con su manera de jugar, me vi reflejado al instante en él porque tenía un estilo parecido al mío”, lo definió Pachorra años después en una entrevista con El Gráfico.
Su trabajo con el Kaiser era por demás silencioso. Atento al partido por si el entrenador principal requería de su mirada, daba su opinión solo si se la solicitaban. Dentro de aquel cuerpo técnico, Sabella era el analista y para los jugadores escucharlo era enriquecerse con su mirada. Y para Alejandro, cultor del perfil bajo, ese lugar era un privilegio.
Los títulos en River lo catapultaron velozmente a la Selección Nacional, tras el abrupto final de la era Basile, luego de la eliminación del Mundial de Estados Unidos y el doping de Diego Maradona. La llegada del Kaiser tuvo una impronta de cierta rigidez: nada de pelo largo, aritos, las prácticas eran cerradísimas, algo que parece bastante alejado del pensamiento de Sabella…
Ni Pachorra ni el Tolo tenían a su cargo las juveniles como ocurría hasta ese entonces: en 1994, Julio Humberto Grondona había elegido a un ignoto José Néstor Pekerman para que asumiera la función de formador, en un proceso paralelo al de la Selección Mayor.
Con el equipo lograron los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 95 (todavía no era un torneo para sub 23) y obtuvieron la medalla de plata en los Olímpicos de Atlanta en el 96 y, tras una muy buenas Eliminatorias (incluyendo aquel polémico partido en Bolivia con el corte en el rostro a Julio Cruz) llegó al Mundial de Francia 1998 con muchas expectativas. Que se esfumaron ante Países Bajos, tras la expulsión de Ariel Ortega y el gol de Dennis Bergkamp.
Tras el final de ciclo, el cuerpo técnico integrado por Pachorra siguió trabajando: tuvieron un corto paso por la selección uruguaya, el Parma italiano, Rayados de Monterrey, Corinthians y una breve incursión por River, en el 2006. Sin embargo, las ofertas comenzaban a llegarle a Sabella para iniciar su etapa solista, aunque por fidelidad a su amigo prefería permanecer como segunda guitarra.
Hasta que en el 2009 una propuesta lo terminó de seducir. Ya lo habían tentado en el 2004 y ahora la propuesta era firme. Le consultó a su amigo el Kaiser, que le dijo que agarrara. Entonces, tras el llamado de Juan Ramón Verón y la reunión posterior con los dirigentes, Sabella comenzaría una breve pero brillante carrera como entrenador principal. Y el club que adoptó y del que se enamoró.
La gloria en la Libertadores
“Pensé que si Estudiantes me llamaba, era porque me necesitaba. Y si te necesitan, tenés que responder. Así que le conté a mi señora y fui a la reunión”. Su señora no es otra que Silvana, docente y directora de escuela, a quien había conocido en La Plata. Instalado en la ciudad de las diagonales, con cuatro hijos -los dos más chicos, al igual que su mamá (se casaron legalmente en 2018, ella con la camiseta de Estudiantes puesta), hinchas del Pincha– dijo que sí.
Sabella había adquirido confianza para trabajar en soledad, sus exdirigidos lo elogiaban por su trato con el grupo, sus forma de trabajar, lo detallista y minucioso que era, su forma de explicar qué era lo que quería del equipo. Tenía llegada, conocimiento y carisma.
En su decálogo de buen entrenador, aseguraba que para conquistar a un plantel había ciertas cuestiones a demostrar: conocimiento, ser trabajador, honesto y confiable como persona. Tres virtudes que él supo cumplir con creces, quienes lo conocieron lo destacan desde su rol de motivador pero también como una figura paterna que les generaba confianza.
Tanta confianza que en aquel 2009, logró convencer a un plantel para ganar la Copa Libertadores. En su primera charla, llevó una camiseta de Estudiantes en la mano, apostando a la mística (él la definió como “sentirse identificado con el club”, algo que se palpa, se siente en el aire, una comunión, algo del amor, la tradición, una sensación que une), a lo mental por sobre los conceptos futbolísticos.
Acompañado por Julián Camino y Claudio Gugnali, a quienes conoció en Estudiantes en la década del 80, en 4 meses llevó al equipo a la gloria: el 15 de julio el Pincha le ganó a Cruzeiro 1-0 con gol de Mauro Boselli y, con Juan Sebastián Verón como líder futbolístico, conquistó América. Por el grupo 5 enfrentó a Cruzeiro, Deportivo Quito y Universitario -se clasificó segundo-, y en los octavos de final superó a Libertad, Defensor Sporting y Nacional. En la final otra vez tocó el cuco: Cruzeiro.
Se acordó de aquella final en 1976, ante el mismo rival, pero como jugador y ante River. La ida fue 0-0 y en la vuelta comenzaron perdiendo. Pero lo dieron vuelta con los goles de la Gata Gastón Fernández y Boselli y dieron la vuelta olímpica. Estudiantes era campeón de América 39 años después.
Del Mundo a la Selección
El 19 de diciembre de 2009, el Estudiantes campeón de la Libertadores tuvo otra cita con la historia. El Barcelona de Pep Guardiola y con un Lionel Messi de 22 años vivió momentos de estupor ante la escuela Pincha, en la final del Mundial de Clubes. Un equipo sacrificado, ordenado, con una línea de cinco disciplinada y un goleador como Boselli para irse al descanso 1-0.
En el segundo tiempo, Estudiantes resistió hasta donde pudo ante el poderío de Messi y compañía, a los 88 minutos, el gol de Pedro igualó el resultado y después la Pulga, ya en el suplementario, puso el pecho para llevarse el título. Pero nadie podrá olvidar que el Barcelona estuvo de rodillas. “Les ganamos de pedo”, dijo años después Lionel.
Tras ganar el Apertura 2010 llegó su regreso a la Selección. Esta vez con su cuerpo técnico, como DT principal, Sabella aterrizó en el predio de Ezeiza para darle forma al equipo después de Sudáfrica y del breve paso de Sergio Batista en el cargo. Debió presentarse ante un equipo repleto de estrellas que venía de otra decepción: ser eliminados de la Copa América que se jugó en el país.
Fueron 41 partidos: el primero ante Venezuela en Calcuta y el último, si, la final del Mundial 2014. “Hay que cruzar el Rubicón”, había dicho Pachorra. Lo cumplió. Tal como lo había hecho con Estudiantes unos años antes, Sabella sabía que debía trabajar en el amor propio de un plantel dolido. Recuperarles la confianza, la fe, hacerles creer que podían jugar mejor, que los resultados se podían dar.
Que la cinta de capitán fuera para Lionel Messi en aquel primer partido dejaba en evidencia adonde apuntaba la idea del entrenador: hacerlo brillar, ponerlo en el centro de la escena, rodearlo de la mejor manera. Si Messi es feliz, todos son felices. Para darle la capitanía, además, se comunicó con Javier Mascherano, hasta entonces el hombre insignia. El Jefecito también estuvo de acuerdo.
Comenzó torcido el camino en las Eliminatorias, con una derrota ante Venezuela. Pero un triunfo en Barranquilla con Colombia (momento bisagra en el que encontró el equipo y el esquema) puso las cosas en su lugar. Llegó a Brasil 2014 como el mejor equipo sudamericano, con Messi, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y Angel Di María como figuras. Y el equipo como favorito.
Ya desde aquella etapa clasificatoria y durante todo el Mundial, por primera vez hubo comunión entre el equipo y la gente. Los hinchas volvieron a creer. Se ilusionaron. Sintieron que se podía. Lo mismo le ocurrió a los jugadores. Un equipo que contagiaba, un DT que estaba a la altura. Y hasta permitía que se rieran de él, como cuando Ezequiel Lavezzi le arrojó agua en pleno partido o cuando casi se desmaya ante Bélgica.
Argentina ganó todos sus partidos (Bosnia, Irán y Nigeria), octavos a Suiza y cuartos a Bélgica hasta el empate en las semis con Países Bajos y luego la derrota de la final con Alemania. Argentina llegaba a la definición por el título por primera vez en 24 años, después de aquella final en Italia y ante el mismo rival. Y aunque no se dio -y los años sucesivos volvieron los sacudones- algo de su espíritu, del alma de su Selección, quedó dando vueltas por Ezeiza.
El adiós al maestro
Sabella se fue de la Selección al regreso del Mundial de Brasil. Aunque intentaron convencerlo -primero Julio Grondona, que falleció en julio de ese año- aseguró que necesitaba descansar. Los rumores sobre su delicado estado de salud comenzaron a dar vueltas en los meses siguientes.
Cada tanto se dejaba ver por el estadio de Estudiantes o por City Bell, no podía estar demasiado tiempo sin visitar su casa (donde tiene una calle con su nombre lindera al Uno). Su última aparición pública fue nada menos que visitando su otro hogar, el predio de Ezeiza. Y las imágenes que se tomaron ese día quedaron en la historia.
Fue en febrero del 2020, a poco de que Claudio Tapia confirmara a Lionel Scaloni a cargo de la Selección. En medio de las críticas que llovían por su designación, Sabella apareció allí para darle su bendición. Tuvieron una charla, el cuerpo técnico del 2014 con el que sería campeón en Qatar 2022. Le pasó la antorcha. Y es cierto que, a la luz de la historia, Scaloni parece tener varios puntos en común con Pachorra.
Hombre humilde y de palabra, estudiante de derecho frustrado, famoso en La Plata por dar una mano siempre a la comunidad, militante, generoso y apasionado , a los 66 años y tras atravesar varias complicaciones de salud Alejandro Sabella dejó este plano , apenas unos días después de la muerte de Diego Maradona.
El mundo Pincha lo abrazó y lo lloró. Pero también el resto del planeta futbolero. Porque aquel 8 de diciembre Pachorra dejó un legado inolvidable. Marcó un camino. Como jugador, con una zurda elegante que desplegó en Argentina, Inglaterra y Brasil. Como ayudante, siendo el ladero más fiel. Y como entrenador, tanto en Estudiantes como para la Argentina, fue el hombre que les permitió volver a creer. No es poco.