Aunque haya quienes ni siquiera lo consideren entre los más grandes campeones mundiales que tuvo Argentina, Jorge Castro fue un fuera de serie a nivel mundial. “Fueron 146 peleas, porque dos no las anotaron”, corrige cuando toca repasar el registro oficial de 144 combates a lo largo de su carrera profesional. Muchas, muchísimas más que las 50 con que se retiró invicto Floyd Mayweather, las 56 de Muhammad Ali o las 67 que lleva realizadas hasta la fecha Canelo Álvarez. También más que las 117 de Julio César Chávez, probablemente el mejor boxeador latinoamericano de todos los tiempos, y también más que las 100 que hizo uno de los campeones favoritos de los argentinos, Carlos Monzón.
Es que el Roña, como lo apodaron desde muy chico en Caleta Olivia por querer pelearse en la calle ante el más mínimo desacuerdo, se fajó por necesidad y también como reacción a una infancia dura que lo llevó a pedir limosnas y lustrar botas para hacerle frente al hambre. “Cuando uno empieza en esta carrera lo hace muy desde abajo. Es una carrera sufrida. Yo nunca vi a un rico que quiera que le peguen, subir y agarrarse a trompadas. No hay. Es gente que se hace de abajo, con hambre”, dijo el excampeón mundial de peso mediano de la AMB en diálogo con Bolavip.
Y recordó: “Yo era lustrabotas y cuando me pagaron mi primera pelea hacé de cuenta que me pagaron todo un mes de lustrar. Entonces dije ‘voy a pelear todos los días’. Prácticamente peleaba todas las semanas. Imaginate que tuve 128 peleas como amateur y eso que no cuentan las que tuve en la calle, sino eran como 300″.
La decisión de empezar a boxear la tomó con 14 años, cuando se presentó por primera vez a entrenar en un gimnasio. Pasados dos días, ya lo habían invitado a subirse al ring y tuvo que ingeniárselas para recibir el permiso. “Me dicen ‘llevá este papel así te lo firma tu mamá para que puedas pelear el viernes’. Mi vieja me mandó a estudiar, me sacó cagando. Entonces me fui a la mina que estaba atrás, Doña Dora. No sé qué le dije, pero la mina ni miró, firmó y con eso pelee. Ahí empezó mi carrera”, dijo recordando sus años como amateur.
El estreno profesional de Jorge Castro fue el 14 de febrero de 1987, en Caleta, y se impuso por nocaut en el primer round al chileno Patricio Caracci. Ese año hizo un total de 13 peleas, subiéndose al ring dos veces en un mes en varias ocasiones. Terminó el año siguiente con 32 peleas y para 1990 ya había hecho un total de 45. “Yo nunca pensé que iba a llegar a lo que llegué. Toqué el cielo con las manos. Fui el boxeador que más peleas profesionales hizo. Para pelear por un título del mundo hice 100 peleas. Hoy cualquier pibe que tiene 15 o 16 peleas ya pelea por un título del mundo. ¿Qué pasa con esos pibes? No tienen experiencia internacional. Yo hice 100 peleas. Fui a pelear con Terry Norris por el título del mundo y perdí, pero hice una buena pelea. Después pelee en otra categoría y lo gané. Pero hoy hay pibes que llegan con 15 peleas invicto y los mandan al muere. Es una cuestión de dinero“, destacó.

Ante Terry Norris peleó en Francia, en diciembre de 1991, y perdió en decisión unánime la oportunidad de conquistar el título mundial de peso súper welter del CMB. Su pelea número 100 fue precisamente la de la consagración, porque ante Reggie Johnson, en Tucumán, salió victorioso en fallo dividido y conquistó el título mundial de peso mediano de la AMB en 1994. En ese momento, sin darse cuenta, estaba cumpliendo con una vieja promesa que le había hecho a Carlos Monzón.
“Yo lo había conocido en Puerto Madryn, cuando era pendejito. Tenía 16 años. Era mi ídolo, el ídolo de todos los argentinos. Fui al vestuario, donde estaba con Ramón Jara. Entré gritando ‘¡Carlos!’. Y me dijo ‘Pendejo, salí de acá hijo de mil’. Le dije ‘eh, pará negro de mierda. Algún día voy a ser como sos vos’. Pasaron los años y fui campeón del mundo en la categoría de él. Muchos años después fui a pelear con Contraras a Junín y él estaba preso allá”, relató El Roña.
“Nos sentamos en una mesa y le dije ‘vos te vas a acordar de mí, Carlos’. Me dijo ‘no, qué me voy a acordar si han pasado tantos años’. Nos sentamos y le digo ‘Carlos, vos te vas a acordar de mí porque fui el único que estuvo ahí en el vestuario, cuando fuiste a pelear a Puerto Madryn. Viste que entró un negrito a gritarte. Ese era yo’. Me dijo ‘no me digas que eras vos, Roña. Mirá dónde llegaste, te felicito’. Y se acordó. Claro si yo era el único boludo que entró gritando. Pasado el tiempo entendí que yo hubiese hecho lo mismo. Si estoy concentrado para pelear y entra un boludo gritando, ¡sabés cómo lo saco!”, siguió.
Sobre aquella frase al pasar que le soltó a Monzón en Puerto Madryn, cuando en realidad su único deseo por aquel entonces era pelear para comer, explicó: “Monzón fue un ídolo argentino y yo pude ser campeón en la misma categoría que él, pero a los 17 años no podía pensar que iba a llegar a lo que llegué. ¿Quién iba a pensar que algún día iba a pelear por todo el mundo? Viajé dos días para llegar a Tailandia a levantar la mano como retador número uno al título del mundo, porque la Convención Mundial de Boxeo ese año se hizo en Tailandia. Solo viajé para levantar la mano como retador número uno y que me dieran la pelea. Tuve la chance de pelear por ese título, que gané acá en Tucumán”.
Y agregó: “Mi sueño era ser campeón argentino. Lo logré. Después vino la pelea para ser campeón Sudamericano y lo logré. Después Latinoamericano, también lo logré. Y después fue llegar a la cima, pelear por el título del mundo. Con Terry Norris lo perdí. Después con Johnson, lo gané. Hice cinco defensas, hice la mejor pelea del título del mundo con (John David) Jackson. Cada vez que me acuerdo me duele, pero metí esa Mano de Dios y lo pude lograr”.
Caer y volver a levantarse
En diciembre de 1995, Locomotora, el otro apodo que le hizo ganarse su poder arriba del ring, perdió el título mundial en Japón ante Shinji Takehara. Y aunque en los años siguientes estuvo involucrado en combates importantes, como los dos que realizó ante Mano de Piedra Durán en 1997, con una victoria por lado, se le empezó a hacer cada vez más difícil conseguir las peleas que buscaba.
“Yo estuve en la cima y de repente me caí. Me enterré dos metros bajo tierra. No me salía nada. Y había sido campeón del mundo. Tuve la suerte de comprar casas, que nunca las vendí. Pero me quedé sin un mango. No me salían peleas y no tenía efectivo. Me fui a una bruja. La primera vez choqué en el auto. La segunda vez fui y rompí el motor. La tercera vez fui y pinché un neumático a cinco cuadras. Dije ‘vamos caminando’. Entré a las nueve de la noche y salí a la una de la mañana. En ese momento no entendía nada porque estaba re cagado, en un cuarto santo. Decía ‘a dónde mierda me metí’. La mina me decía mucha plata, mucho viaje, mucho triunfo. Me salía todo. Salí de ahí diciendo ‘esta mina tiene un pedo en la cabeza’. Yo no tenía ni para comer y esta decía que mucho dinero“, relató con detalle.

Y continuó: “A la semana y media me sale la oportunidad de ir a Sudáfrica y fui a agradecerle. Me vuelve a tirar las cartas y me dice ‘vas a cobrar una plata, pero tenés que cobrar mucha más plata’. Yo había firmado un contrato por 50 mil dólares. Estoy en Sudáfrica, esperando el momento de pelear. Entra un grandote y me decía ‘Castro, Castro, firmá acá’. Yo no entendía nada, porque estaba todo en inglés, pero en los números decía 250 mil dólares. Yo estaba re embroncado. Gano por nocaut en el cuarto, me bajo y el gordo me dice ‘bien, Roña’, queriendo abrazarme. Cuando viene le pego una piña en el pecho y le digo ‘vos me estás cagando’. Me dice ‘pará, yo hablé por teléfono, hice los contactos’… Y le digo ‘¿cuánto gastaste? ¿200 mil dólares?’ Fui, cobré, le di 50 mil y me traje los 200 mil dólares. Después vino casa, vino auto, viajes, triunfos. Me volví a armar y nunca más me caí.
Creer o reventar
La “bruja” a la que refirió El Roña se llama Cindy y es actualmente madrina de una de sus hijas. También su consejera, a quien todavía se arrepiente de no haber escuchado la noche que lo dejó al borde de la muerte. “La mina siempre me dijo la verdad. Una vez me dijo ‘Jorge, no salgas que la calle está caliente’. Le dije ‘qué va a estar caliente, comadre. Sabés cómo la voy a enfriar esta noche a la calle’. Fui, me pegué un palo que casi me maté. Me tragué un árbol, me quebré las dos piernas, la costilla, el hombro, me sacó todos los dientes. Me hizo mierda. Estuve 27 días en coma, sin volver“, recordó.
Y aunque dijo no creer en “la religión” de su consejera, no pudo dejar de remitirse a los hechos: “El día que fueron a verme los santos en el hospital, entraron a mi habitación y al otro día me desperté. Acá estoy, vivito y coleando. Después de ese accidente volví a pelear a los ocho meses, pensando que mi cuerpo estaba bien. Estaba bien por fuera, pero por dentro estaba todo lastimado. Subí arriba del ring, me cagaron a piñas, pero subí de corajudo. Después hice la revancha, gané y me retiré. Mis hijos dijeron ‘papi, ya está’. Dejé de pelear, me acomodé una costilla que no estaba bien y al tiempo pude empezar a trabajar como coordinador de deportes de la Nación, en el CENARD, con Néstor Kirchner, al que conocí cuando era intendente (de Río Gallegos)”.
La pandemia y el gimnasio que se convirtió en comedor
En la actualidad, Locomotora Castro es funcionario de la Provincia, donde trabaja en la dirección de Desarrollo y Deporte de La Plata. Gestiona 14 comedores y 9 merenderos, además de tener su propio gimnasio y también su propio programa de stream. “Con los comedores empezamos con la pandemia. Yo había comprado un gimnasio y estuve meses con las bolsas colgadas, sin abrir. La primera vez ahí hicimos una olla para 30 personas, vinieron 60. Hicimos otra más y otra más. Empezamos con el gimnasio como comedor y cuando me volvieron a dejar abrir hicimos los comedores fuera de mi gimnasio. Empezamos con uno, dos… Hoy son cuatro comedores nuestros y diez más que abastecemos. Antes teníamos 2100 pibes. Hoy tenemos 6.400. Se triplicó. Ahora van también los viejitos, la gente grande, muchos jubilados que no tienen para comer y a los que no les podés negar un plato de comida“, contó.
Y remarcó: “Yo ayudo a todo el mundo, siempre que puedo. Ahora vamos a repartir frazadas, camperas, zapatillas para los pibes. Yo tengo la oportunidad de ser Roña Castro, ir a una fábrica y pedir, que me van a decir que con algo me van a ayudar. Me pasó en la pandemia, yendo al mercado central. Ellos mismos me preguntaban qué necesitaba. Pero era desgastante, porque si no iba yo la gente no nos daba. Todos los fines de semana tengo 1600 personas a las que les reparto mercadería. Le doy a todos. Yo recibo 25 mil kilos de mercadería todos los meses. Entonces estoy contento de haber hecho lo que hice y también de lo que hago”.

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