En estos días, uno de los temas de actualidad es la negativa de los jugadores juveniles, por parte de algunos clubes, para disputar el Mundial Sub 20. Uno de los casos más resonantes fue el del argentino Alejandro Garnacho, quien supuestamente se le plantó a su entrenador Erik Ten Hag para que le permitiera viajar. El club no dio a torcer el brazo y lo bajó del barco mundialista.

En verdad, esta discusión no es nueva. En cada torneo juvenil que existe, los clubes ponen muchas trabas para ceder a sus jugadores, a quienes consideran parte de su patrimonio. Algo de razón tienen, por qué negarlo. Pero la procedencia y el ADN, muchas veces, invitan a soñar con imponerse.

Es más, en la última Copa del Mundo de mayores, varios equipos cedieron sus estrellas a último momento. Pero uno de estos torneos, con cierto reibete juvenil, son los Juegos Olímpicos. Una cita equiparable a un Mundial para el resto de los deportes. El básquet, acaso, es donde más se puede palpar esa equidad entre una y otra competencia deportiva.  

Messi y Ronaldinho , viva el fútbol (Getty)

Messi y Ronaldinho , viva el fútbol (Getty)

Cambios y más cambios:

El certamen fue sufriendo modificaciones a lo largo de la historia. Por momentos, se aceptaban equipos amateurs, de mayores, juveniles, absolutos para arribar, en Barcelona 1992, a imponer un torneo de fútbol masculino para la categoría Sub 23. Todo, con una excepción: cada país puede citar a tres futbolistas mayores.

Esta modalidad se tomó para que el principal campeonato que tuviera el fútbol sea la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos queden, claro, en un segundo plano. Una negociación que la FIFA le impuso al Comité Olímpico Internacional (COI). Una especie de pacto para que los dos tótems globales del deporte no se perjudicaran. 

Con esto, los clubes nunca dejaron de imponer trabas y más trabas al momento de prestar jugadores por un motivo muy sencillo: los calendarios del fútbol están armados en base al rigor y deseo de la FIFA.

Messi y la pelota, un romance eterno (Getty)

Messi y la pelota, un romance eterno (Getty)

 

Pekín 2008:

Para los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, la Argentina llegaba como la campeona defensora y Lionel Messi ya asomaba como uno de los mejores jugadores del momento. La cita se llevó a cabo en la Ciudad Prohibida entre el 8 de agosto y el 24 del mismo mes, principio de las temporadas europeas. Todo un motivo para que los clubes se sintieran afectados por un torneo que, en su opinión, es de menor valía.

Por ese entonces, Messi tenía 21 años recién cumplidos y ya era un pilar importante en la estructura del Barcelona de Pep Guardiola. El entrenador del seleccionado juvenil argentino, Sergio Batista, había llamado al jugador del club catalán para tenerlo en cuenta y el equipo no lo quería dejar viajar.

Los mayores de 23 años que había seleccionado Batista eran Juan Román Riquelme, Javier Mascherano y Nicolás Pareja.

La postura del Barcelona era clara y al argentino no le gustó nada. En los entrenamientos no tenía la mejor cara y, por ese entonces, sufría frecuentes lesiones.

Ante esta situación, Guardiola se acercó al rosarino para conversar. Sabía que su pequeña joya estaba molesto. El fastidio es algo que Messi nunca supo disimular y, a decir verdad, tampoco se esforzó demasiado en ocultarlo. Su rostro habla, siempre. Para bien o para mal. Para mostrar una alegría y una tristeza. Su semblante se torna contundente.

Luego de esa charla, Guardiola entendió que si quería cuidar al jugador debía dejarlo jugar el torneo olímpico. Como un as en la manga, Pep fue clave para que la dirigencia aceptara.

La celebración de los campeones olímpicos 2008 (Getty)

La celebración de los campeones olímpicos 2008 (Getty)

De hecho, el seleccionado lo esperó hasta último momento y el club culé le puso a una persona de confianza a su lado para controlarlo.

Con el paso del tiempo Messi afirmó que salió corriendo de Italia hacia Barcelona para hacer los trámites y viajar esa misma noche. “Estaba insoportable, ahora soy menos porque uno va cambiando cuando pasa el tiempo. Pero se me notaba en la cara, estaba enojado con la vida. Quería irme a la mierda y hacerlo saber”, contó. Y recordó: “Fuimos una sola vez a la Villa Olímpica porque parábamos en un hotel y no podíamos percibir el ambiente. Nos cruzamos en el comedor con los mejores deportistas a nivel mundial como Kobe Bryant y Rafael Nadal, Fue impresionante. Pasábamos por las mesas y pedíamos fotos. El primer día fuimos a McDonald's, cosa que no se podía”.

Finalmente, Argentina obtuvo el bicampeonato olímpico, Messi cambió su cara y el Barcelona terminó ganando en todo sentido. Aquella encrucijada fue determinante y potenció aún más el compromiso de Messi con su club y con su entrenador. Con el argentino como Balón de Oro a fin de año, el equipo español en pocos meses ganó La Liga, la Copa del Rey, la Champions League y el Mundial de Clubes.