“Mirá, nosotros pretendemos que vos seas éste”.

En la pantalla se veía a él mismo, pero con otra camiseta. Habían pasado las primeras prácticas desde su regreso, había vuelto después de un corto paso por México y esta era su revancha. El entrenador, junto con sus ayudantes, le dejó en claro que lo había pedido, que lo quería y por eso lo había llamado a la oficina para conversar. Le quería mostrar en video qué pretendía de él.

En los recortes se veía a un apenas más joven Carlos Sánchez. Llevaba puesta la camiseta de Godoy Cruz, su primer club en Argentina. También había videos de su primer paso con la camiseta millonaria, allá por el 2011, cuando se sumó para subir al equipo a Primera. Lo que se veía era un volante dinámico, con mucha presencia y llegada, pero volviendo al trote.

Le habló, le habló mucho Marcelo Gallardo al uruguayo. Le explicó lo que quería de él, y también lo que no. Lo que no le gustaba, lo que debía cambiar. Eso lo hizo en privado, apenas con sus colaboradores y el jugador, para comenzar a ganarse su confianza. “Marcelo vino y me dio una gran mano, me ayudó a ser mejor jugador”, dijo años después.

Aquella charla a mediados de 2014 lo cambió por completo (cinco años después haría lo mismo con su hermano Nicolás de la Cruz, logrando el mismo efecto). La transformación se fue viendo partido a partido. A él y a Rodrigo Mora el DT los había pedido como refuerzos, los quería pero quería una versión full. Y él lo comprendió, al punto de convertirse en el jugador de rendimiento más parejo y de mejor performance.

En la Copa Sudamericana del 2014, el primer título de la era Gallardo en River, Pato -apodo que heredó de Sebastián, uno de sus hermanos- comenzó a mostrar que había comprendido a la perfección el mensaje. Y desde ese momento no dejó de crecer.

La primera vuelta

A Gallardo le interesaba el despliegue de Sánchez pero le preocupaba cómo volvía. Lo quería comprometido en toda la cancha: con llegada al área pero también con transición para llegar rápido a puestos defensivos, a cubrir espacios. Venía de jugar de enganche en México, en el Puebla, adonde se había exiliado tras su salida de River, cuando no terminó de convencer a Ramón Díaz.

Había llegado a Núñez con Matías Almeyda, que lo había visto y lo había enfrentado estando en Godoy Cruz. De hecho, lo acusaba -medio en chiste, medio en serio- de haber sido el culpable de su retiro, cuando en el Tomba en un cruce le fisuró una costilla y el Pelado dejó el fútbol tras esa lesión. Jugó 34 de los 38 partidos del regreso a Primera.

Matias Almeyda y Carlos Sanchez, en un River vs Godoy Cruz del 2010. Foto El Gráfico.

Matias Almeyda y Carlos Sanchez, en un River vs Godoy Cruz del 2010. Foto El Gráfico.

Tras el préstamo en tierras aztecas, Gallardo dio el visto bueno para su retorno, pero consciente de que debía trabajar mucho con él. Había mejorado la técnica pero le faltaba recuperar aquello que lo había hecho un jugador para River. Para el River de Gallardo, además.

La dinámica, el despliegue, el compromiso. Un jugador completo que podía ir de punta, de enganche, por los costados pero metiendo diagonales hacia adentro, pisar el área y meter goles. Por eso el DT le dijo con claridad lo que quería y lo convenció de que podía hacerlo. No es poco.

Gallardo le cambió la historia al uruguayo. Foto Archivo.

Gallardo le cambió la historia al uruguayo. Foto Archivo.

En el primer partido oficial del entrenador en el club lo sentó en el banco de suplentes. Fue ante Ferro, por Copa Argentina. Los 90 minutos. “Ayer inventé un delantero para que juegue en tu posición, no sé si te diste cuenta”, le explicó el DT después. Había improvisado a Sebastián Driussi por el costado derecho porque no le gustaba el nivel del uruguayo.

No corría, rezongaba, estaba fuera de forma. Le hice ver sus virtudes y defectos. El jugador debe reconocer sus defectos, si no, no tiene posibilidad de avanzar. Lo corrí al medio, de interior, para poder hacer la triangulación y para que le pasara (Gabriel) Mercado por afuera. Y al final, Sánchez terminó siendo uno de los grandes aciertos. Eso pasa cuando vos ves que el jugador se compromete“, contó el Muñeco en el libro River Monumental.

La anécdota continúa: “’Si vos corrés con la pelota, todos te están mirando. Al que no lleva la pelota no lo mira nadie. Tenés que empezar a correr sin pelota’”, le propuse”. Le ordenó el desorden, le acomodó las ideas, le propuso ser más de lo que era. Y lo convirtió en el jugador más rendidor del equipo. El alma y espíritu.

La selfie después de ganar la Copa. Foto archivo.

La selfie después de ganar la Copa. Foto archivo.

River llevaba 17 años de sequía internacional y rompió esa racha negativa con la Copa Sudamericana 2014, y de forma invicta. Venció en la final al Atlético Nacional (en el que brilló en el arco un tal Franco Armani) pero antes, en las semis, dejó en el camino nada menos que a Boca, con un empate sin goles en la Bombonera y el 1-0 de Pisculichi (sí, aquel del “que viva el fútbol, Pisculichi”) en el Monumental.

Pisculichi, Gallardo y Carlos Sánchez que se une en el festejo. Foto El Gráfico.

Pisculichi, Gallardo y Carlos Sánchez que se une en el festejo. Foto El Gráfico.

El pedido del entrenador para que se animara a pisar el área y llegar al gol empezó a dar sus frutos. Aunque ya había gritado un par de veces en el torneo y en la Sudamericana, los que le hizo a San Lorenzo por la Recopa Sudamericana 2015 fueron sinónimo de vuelta olímpica. En el trofeo que enfrentó a los vigentes reyes del continente (el Ciclón había ganado la Libertadores), el duelo se definió en ambos partidos por la mínima y en ambos casos con goles del uruguayo.

Tanto en el Monumental, en la ida, como de visitante en el Nuevo Gasómetro, el todocampista se lució y le dio el título, uno de los que -junto con la Sudamericana- aún no lucía River en sus vitrinas. El tridente se completaría con la Copa Suruga Bank, ante el campeón japonés del 2014.

River ganó sin problemas y otra vez con gol de “Peluche”, apodo que le puso su compatriota Rodrigo Mora por un programa de televisión.

La Libertadores 2015

Los títulos previos fueron marcando el camino para la primera gran conquista, que llegaría al año siguiente. No fue una Copa fácil para River: se clasificó como peor segundo, obteniendo apenas siete puntos en seis partidos jugados por la fase de grupos. Y, para colmo, en los octavos lo esperaba Boca, que había logrado puntaje ideal (y que le había ganado 2-0 por el torneo). Los números, sin embargo, se quedaron afuera de la cancha.

El partido de ida fue en el Monumental, con 70.000 personas presentes. Y Carlos Sánchez otra vez marcó el camino: fundamental en toda la cancha, también a la hora de mostrar su personalidad y marcar el penal con el que, gracias al 0-0 en la revancha, el día del famoso gas pimienta antes del inicio del segundo tiempo y la posterior decisión de la CONMEBOL de darle el partido perdido al equipo local, el Millonario pasó de fase. A cuartos dejando a Boca en el camino…

Allí los esperaba Cruzeiro, equipo al que nunca le había ganado. Y empezó cruzado, porque fue 0-1 de local. Pero Sánchez, otra vez, marcaría el camino anotando en la revancha en Belo Horizonte, para dar vuelta la serie con un 3-0. Tras dejar a Guaraní en el camino en las semifinales, contra Tigres en Núñez -y otra vez de penal- Sánchez se anotaría en el marcador para el 3-0 que le dio la tercera Libertadores al Millonario y la primera en la era Gallardo.

Al año le faltaría una parada más: Tokio, otra vez. Y Sánchez casi se lo pierde por una roja ante Huracán por el torneo… Finalmente, por el Mundial de Clubes, River se sacó de encima primero al Sanfrecce Hiroshima -campeón local- y luego jugaría la final nada menos que ante el Barcelona de Luis Enrique y el MSN: Messi, Suárez y Neymar (e Iniesta, Busquets, Rakitic…). Fue 3-0 y una triste despedida para Pato.

En la previa al partido, Sánchez y la dirigencia de River no habían llegado a un acuerdo para su renovación y, finalmente, en Tokio se puso por última vez la camiseta de la Banda. Prefirió vivirlo a pleno y disfrutar de un momento histórico. “Escuchar a la gente fue impresionante. Cómo palpitaba cada día ese partido, en una ciudad que no es de ellos y que haya tanta gente fue algo muy lindo y significativo, la gente acompañó”.

River significó mucho. Me abrió muchas puertas que no pensaba como por ejemplo la Selección. Me hizo cumplir un sueño que fue salir campeón. Es inolvidable todo lo que viví con ese grupo. Le agradezco mucho a la gente”, agregó tiempo después de su despedida, ya con la camiseta de Rayados.

Hay algo que quedó claro, a sus 30 años, Gallardo supo sacar lo mejor de él, al punto de ser convocado por primera vez a la selección uruguaya (llegó a jugar la Copa América 2015 y el Mundial de Rusia 2018). Además, tras ese año magnífico, fue nominado al Balón de Oro, fue uno de los 59 jugadores preseleccionados para recibir el premio de la FIFA, junto con Carlos Tevez, Sergio Agüero, Javier Mascherano, Lionel Messi, Nicolás Otamendi y Javier Pastore. Y fue elegido como el mejor jugador de Sudamérica por la CONMEBOL.

Con humildad, con sacrificio y con mucha inteligencia y dejando de lado la edad que figuraba en su DNI logró brillar con la misma camiseta que se puso en sus inicios, cuando se fue a probar. Su destino, de alguna manera, estaba signado.

Su primera camiseta

Ya se había probado, sin suerte, en River de Uruguay, en Cerro, Fénix y Wanderers. Todos le decían lo mismo, que había muchos chicos, que era bueno, pero nada más. Jugó al fútbol desde siempre, pero llegó a su primer club a los 6 años cuando su mamá Nelly lo llevó a Nueva Juventud. Pero recién a los 16 alguien creyó que era lo suficientemente bueno como para llevarlo a un club.

En enero solía probarse en cuanto club había, hasta que un día fue al Colegio Pío, que tomaba pruebas para Liverpool y alguien le tomó los datos. Ese día había llevado puesta una camiseta de River, el de Núñez.

Sánchez en Liverpool.

Sánchez en Liverpool.

Me la había regalado alguno de mis 9 hermanos, no recuerdo bien quién, pero hasta el día de hoy el coordinador del Liverpool me lo sigue recordando. A mí siempre me gustó River y trataba de mirarlo por la tele cuando podía, hinchaba por River. La camiseta no tenía nombre ni número, sí me acuerdo que llevaba la publicidad de Sanyo. Era una camiseta de las truchas, obviamente. En esa prueba éramos 300 y quedamos sólo 2, eran varios partiditos durante toda la tarde; fui constante y tuve mi premio”, contó en El Gráfico.

No fue su única conexión con el club. También, de pibe, solía celebrar los goles como Marcelo Salas, apoyando una rodilla en el suelo y señalando con el dedo hacia el cielo. “Era uno de los jugadores que me gustaban, siempre te fijás en uno que hace cosas distintas, y yo trataba de imitarlo. Jugaba en el campito y me arrodillaba cada vez que metía un gol”.

El fútbol fue el que lo salvó. De pasarla mal. De ir por el mal camino. Hasta de pasar hambre. A los ochos años, su padre los echó de la casa a él, junto con su madre y sus hermanos, y se fueron a vivir con un tío que les hizo un lugar. El era albañil y ella empleada doméstica, así que los veía poco. Se cuidaban entre ellos y repartían lo que había para comer. El, a veces, ni se enteraba.

Yo comía bien al mediodía, en el colegio, y después me arreglaba con lo que se podía. Yo jugaba en el barrio, todo el día pasaba en la calle detrás de la pelota, en realidad cuando había para comer tampoco me enteraba porque yo estaba jugando al fútbol en la calle, el fútbol me salvaba de todo eso”, contó.

Aquella vida complicada también lo preparó para lo que vendría no sólo para templarle el carácter, también desde lo físico: empezó a trabajar con un panadero del barrio y realizaba en bicicleta los repartos (y lo que sobraba del día, pan o bizcochos, lo sumaba para su casa). “No paraba ni un minuto, iba en bici a todos lados, era mi fiel amiga”.

Eso le dio una base aeróbica y de fuerza envidiable. De hecho, él reconoce que cuando empezó a jugar lo que más le gustaba era eso: “Era loco por correr. Lo mío no era mover la pelota, no era para hacer firulete, lo mío era correr”. Esa fuerza también lo salvó de meterse en problemas cuando los partidos que jugaba en la calle se ponían picantes…

Sánchez convirtió 28 goles oficiales con la camiseta del Millo. Getty Images.

Sánchez convirtió 28 goles oficiales con la camiseta del Millo. Getty Images.

Es que se jugaba por plata y a veces -nunca- nadie quería perder. “Había barrios en que si ganabas, te esperaban con revólver afuera o te cascoteaban el camión en el que te volvías. Fui a jugar un par de veces al Barrio El Borro, era uno de los más pesados. Una vez saqué un lateral y uno que estaba afuera me mostró el revólver y me dijo: ‘Hacete un gol en contra porque no salís de acá’, y después otro: ‘No jugués bien o te quemo las patas acá nomás’. Ese tipo de cosas te decían”.

Aquel día, antes de terminar el partido el camión ya había arrancado y él y sus amigos corrieron lo más rápido que pudieron para subirse pese a que ya estaba en movimiento…

Un hermano crack

Carlos tiene otros nueve hermanos, de cuatro padres distintos. Sandra, Fabián, Alejandro, Sebastián, Lorena, Jimena, Stefani, Antonella y Nicolás. Y sólo el último se dedicó al fútbol. Comenzó en su mismo club, el Liverpool, donde Pato terminó las Inferiores y debutó en Primera y hasta lo sostuvo esos dos años en los que tras una rotura de ligamentos cruzados -la primera de su carrera- no pudo volver a jugar.

Con Nico De la Cruz, su medio hermano. Foto web.

Con Nico De la Cruz, su medio hermano. Foto web.

En agosto de 2017, Marcelo Gallardo pudo cumplir con su deseo de traerse de Uruguay al volante ofensivo capitán de la Sub 20, un tal De la Cruz. Pocos sabían para ese entonces que Nico es el medio hermano de Carlos Andrés (en su país lo conocen más por su segundo nombre). Se convirtió en el sexto refuerzo de aquel mercado de pases. Con el Muñeco conquistaría ocho títulos.

“Con Nico hablamos siempre de la posibilidad de jugar juntos. Voy a contar algo que nadie sabe: en el 2015 hablé con Marcelo Gallardo para llevar a mi hermano a River. Nico fue una vez a visitarme al Monumental y le presenté a Gallardo, empezaron a hablar y luego él se interesó por mi hermano y me lo comentó. ¡Con mi señora ya estábamos haciendo planes sobre la convivencia con Nico!”, contó Pato.

Sin embargo, en aquel 2015 las negociaciones no pudieron concretarse (esa temporada el club uruguayo logró el título de la Segunda División) y por eso recién en 2017 se pudo sumar De la Cruz, pero su hermano no había cerrado su renovación y no llegaron a cruzarse. El legado igual quedó: Nicolás también levantó una Libertadores con River.

Se fue en silencio pero su recuerdo es imborrable. Un lateral devenido en volante con llegada, despliegue, gol y un amor por la camiseta que quedó en evidencia cada vez que la llevó puesta.