ACEPTACIÓN
Antes que cualquier cosa, una definición: este partido con la UC debió haberse jugado el domingo 2 de octubre. No sucedió, gracias a algunas personas que, en un cuadro plástico que debiese entrar al Museo Internacional de la Irreflexividad, terminaron botando parte del techo de Cordillera.
Por supuesto, personas absolutamente consumidas por el egoísmo, en una sociedad donde mientras más visible sea un lienzo, mientras más se ostente, más status se tiene, más hincha se es, más aguante se tiene, a tal punto de poner en segundo plano la integridad de nuestra casa, de perjudicar al equipo al que, pegándose en el pecho, dicen apoyar más que nadie, y sobre todo, poniendo en riesgo a una inmensa cantidad de colocolinos que estaban en ese sector, que de milagro no terminó en una tragedia mayúscula.
Finalmente el partido se jugó este martes y, por suerte, en primer lugar, no hubo grandes complicaciones para su desarrollo, más allá de algunos shows de personas cambiándose de ubicación y del inaceptable cierre del Metro. Y pese a que los resultados del fin de semana nos impedían ser campeones, el partido se jugó como una final, un clásico –¿queda gente aún que lo discute?–, ante el saliente tetracampeón del fútbol chileno.
Otra definición: esa Católica pera suelta, a la cual con justificada razón se le atribuían carencias espirituales en instancias decisivas, no existe más . Desde hace varios años. Creo que es bueno asumirlo, porque a estas alturas el mote de segundones no tiene sustento en la realidad. Y por lo mismo, ayer se jugó contra un equipo con muchos jugadores experimentados y ganadores que, de un tiempo a esta parte, está jugando de forma más o menos acorde a las posibilidades que le entrega el plantel que tiene.
Por eso es muy valioso el partido que hizo Colo Colo, con mucha intensidad, pese a un árbitro que es muy alabado por los entendidos porque deja jugar –cosa que es cierta–, pero que exagera en su narcisista afán de buscar paridad en los espectáculos que dirige –ni siquiera cobró foul en esa jugada en que Montes debió ser expulsado, y ¿habría cobrado ayer el penal que le regaló a la U cuando Suazo sopló a Ronnie Fernández?–.
El Cacique buscó por diversos sectores, martillando permanentemente ante un rival inteligente, que igual se dio maña para tener un par de chances en el primer tiempo. Muy mala suerte la jugada de los 45+2, donde la pelota de Costa entró un 80%, y queda la duda en ese penal de Dituro: si se están cobrando esos penales (a Audax contra la U, a la propia UC con Coquimbo), hay que cobrarlos todos, o al menos mirarlo, ¿no?
Por juego, Colo Colo debió ganarlo, por volumen de juego, intención, búsqueda incesante, pero por circunstancias pudo perderlo. Primero con esa valiente doble tapada de Cortés, pero sobre todo con la jugada a los ’96, en ese casi autogol entre Amor y Brayan, en la que algunos recordamos el autogol de Molinas, era un nivel de desgracia comparable a aquello. Ahora tuvimos suerte. Esa jugada tiene una derivada positiva: nos ayuda a aceptar de mejor forma un empate que, finalmente, nos permite sepultar matemáticamente la posibilidad de un pentacampeonato cruzado, y mantener un invicto como locales que nos tiene con un excelente 10-3-0. Para ganar el campeonato de Fórmula 1 no se pueden ganar todas las carreras, hay que aceptar de repente un tercer o cuarto lugar, porque en estos campeonatos se premia la regularidad, y Colo Colo la ha tenido durante todo el torneo.
Ahora viene la verdadera final, ante un equipo en el mejor momento de su historia y al cual vencimos en su casa en la primera rueda en un partido sufridísimo. Pero esa tarde de domingo, cueste lo que cueste, esa tarde tenemos que ganar.