Suzume es una adolescente se cruza con un misterioso joven que busca una puerta. Cuando la joven abre un extraño portal en medio de unas ruinas, comienzan a desatarse todo tipo de desastres y tragedias por todo Japón, con lo que Suzume se propone cerrar todas las puertas para evitar que sigan ocurriendo más desgracias.
¿Cómo es la película Suzume, de Makoto Shinkai?
No hay algo como esto en los cines actualmente. Esa es la pura y santa verdad. Suzume no Tojimari combate esa concepción errónea y desde la ignorancia sobre que la animación es para niños, demostrando una madurez para adentrarse en temas tremendamente dolorosos como sólo el animé japonés sabe hacerlo.
Con ello, se da el gusto de aportar una mirada tremendamente potente a la transición de la adolescencia a la adultez; sumergirse en los traumas para lidiar con episodios que dejan profundas heridas en la vida; y las formas para alcanzar, al menos en un cierto sentido, una cuota de felicidad.
Todo parte con un encuentro fortuito, un roce improbable entre protagonistas que hasta ese momento desconocen las realidades de uno y de otro. Es ese punto en el que se establece una línea de cara al crecimiento inevitable que va a enfrentar Suzume y un viaje que, más allá de sus elementos de fantasía, genera empatía e identificación por donde se le mire.
Si hay algo en lo que no se queda corto lo nuevo de Makoto Shinkai es en imaginación y emociones. Una tragedia de la vida real es el sustento para explorar realidades paralelas y catástrofes que se desatan repentinamente, como parte de la inestabilidad de un país marcado por la devastación, no sólo en términos materiales, también sociales, demográficos y psicológicos.
En ese escenario, la protagonista debe hacerse cargo de sus sentimientos. Una pérdida que ha marcado su historia por suficiente tiempo debe tener un cierre, no sólo porque la sigue dañando a ella, sino porque su dolor también ha tenido consecuencias en su entorno cercano. Para ello debe adentrarse en su duelo no resuelto y recobrar la paz consigo misma, entendiendo su propia naturaleza.
Ayudan en la tarea, una silla con apenas tres patas que habla y un escurridizo gato egoísta con evidentes problemas de comunicación, como bastiones de un esfuerzo descomunal por enfrentar los complejos que afectan la psiquis. Al enfrentarse a esta obra existe una necesidad inmanente de permanecer con la mente abierta para comprender todo su potencial.
Quizás, hasta aquí todo parece muy lúgubre y deprimente, pero lo cierto es que la forma en que Makoto Shinkai busca hacer las paces con la devastación física y emocional, es muy colorida y abierta a la esperanza.
Por un lado, la estética que propone la película es de una hermosura inconmensurable, con paisajes, fondos y un trabajos de animación, que realmente quitan el aliento por el nivel de detalle y perfección.
En tanto, el conjunto de personajes secundarios que apoyan a Suzume hacen que el espectador mantenga la esperanza en que aún hay gente buena, que en el reconocimiento del esmero en la cruzada de otra persona, bien pueden ser un puntal motivacional sin pedir nada a cambio. Así, mientras la incertidumbre acecha, un abrazo, una comida caliente, un beso, un juego con niños, el vecino pasado de copas o un accidente con mandarinas, bien pueden ser un cariño para el alma.
En eso apoya mucho una banda sonora de RADWIMPS y Kazuma Jinnouchi que es capaz de aportar sensaciones de ternura, travesuras, peligro, violencia, amenazas, amor, rabia, tristeza, goce y más.
Suzume no Tojimari es una gran película. Tan alegre como dolorosa. Tan hermosa como trágica. Makoto Shinkai lleva al espectador en un paseo por las más diversas emociones, tal como acostumbra a través de su filmografía. Uno de los relatos más bellos, sinceros y maduros de este año. Lágrimas.