Decir que expresa felicidad a través de su sonrisa es una exageración que puede conducir a la falsedad. La culpa es del cubrebocas, artículo de uso obligatorio que impide ver en la totalidad de su rostro la alegría inusitada que transmite mediante sus palabras por sentir tan cerca el ansiado título de liga. Mientras que otros marchantes del tianguis manifiestan su ilusión por el campeonato con playeras, mandiles y letreros que portan el logo de su amada Máquina, ella desahoga su emoción presumiendo su cubrebocas con el escudo del equipo “porque no podemos gritar debido a la pandemia”.

Por años, semana tras semana, ella ha escuchado de sus clientes sugerencias para que cambie de equipo, burlas porque siempre les pasa lo mismo y posturas condescendientes como “ya será para la otra, si es que llega”. A Rita no le enojan esos comentarios, por el contrario, sabe que son parte del futbol, sobre todo cuando se elige amar una camiseta que tiende a ser identificada por otras aficiones como un imán de decepciones y no de satisfacciones.

Pero ahora es distinto, el trato de su clientela es otro. Mientras despacha cuartitos, kilos y 100 gramos de dulces, chocolates y semillas, futboleros y no futboleros le desean de todo corazón que Cruz Azul sea campeón. El sentimiento hacia esa buena vibra es unánime: la afición celeste, que es la que más ha sufrido en México, genera empatía a partir de la ternura; la mortificación acumulada a nombre de la lealtad merece una recompensa.

Con Rita, los buenos deseos también surgen como consecuencia de la pandemia. Ya sea porque clientes la extrañaron durante el confinamiento, o porque quieren que se reponga en materia económica después del año complicado que enfrentó junto a varios comerciantes, el anhelo de saberla feliz con algo que puede ser absurdo para muchos, como la coronación del Cruz Azul, es incluso un gesto de solidaridad y de camaradería.

A la pregunta formulada acerca de cómo piensa celebrar, en caso de que no ocurra otra tragedia inaudita por parte de la Máquina, ella calla por tres segundos. Con los ojos poco llorosos, responde que no tiene idea. Prefiere no pensar en eso y dejar que sea la espontaneidad quien mande en su festejo.

Lamenta que de lograrse la obtención del título, la euforia deba reprimirse por culpa del virus que todavía ronda en Ciudad de México. Permiso para poco aforo en el Estadio Azteca y portación obligatoria del cubrebocas limitan, según Rita, todo aquello que alberga un cruzazulino en su interior y está a dos partidos de estallar: “Los años de sequía se suman a un año en que hemos sufrido bastante, así que tenemos muchísimo por gritar, mucho, pero como hay que seguir cuidándonos lo mejor que nos quedará es llorar”. Porque ya ni siquiera abrazarse en multitud; las concentraciones y aglomeraciones están prohibidas.

Quizá, tal como propone uno de sus clientes, una forma de desahogo para los cruzazulinos está en el apoyo de quienes no lo son. ¿Cómo? Preguntándoles qué se siente ser campeón. A esa respuesta, Rita no quiere anticiparse. Insiste en dejárselo a la espontaneidad.