Andy Carroll puede considerarse uno de esos jugadores en peligro de extinción. Uno que aún prioriza el juego por sobre la cuenta bancaria, hasta las últimas consecuencias. No le importa vivir en condiciones precarias, literalmente. A sus 36 años, mientras algunos piensan en un retiro cómodo o con contratos millonarios, prefirió bajar al barro en búsqueda de gloria. Elige la cuarta división del fútbol francés. Y lo hace con una sonrisa, aunque su cuenta esté en rojo. “No puedo pagar el alquiler”, confiesa sin drama, en un costo que su amor a la pelota compensa.
Este Andy Carroll, el que juega por debajo del salario mínimo europeo, alguna vez fue el delantero más caro de la historia del Liverpool. Sí, más caro que Luis Suárez. Aquel delantero del futuro inglés dueño de un cabezazo devastador, que deslumbraba en Newcastle y fue fichado en 2011 por 41 millones de euros. Era el nuevo gran tanque inglés, el heredero de Fernando Torres en Anfield. Pero su historia no fue la que prometía. Alguna vez fue portada por romper el mercado. Hoy lo es por resignar todo para seguir jugando.
De promesa inglesa a víctima de las expectativas
Andy Carroll irrumpió en la Premier como un delantero de los de antes: 1.91 de altura, juego aéreo dominante y potencia física. En apenas 20 partidos con el Newcastle en la temporada 2010/11 ya llevaba 11 goles. El Liverpool, urgido por reemplazar a Torres, pagó 41 millones por él. Llegó junto a la apuesta de un joven Luis Suárez.
Carroll llegó por un precio más elevado y, por ende, con más presión. Y la factura la pagó cara: tardó tres meses en gritar su primer gol, con un doblete que serían sus últimos dos tantos de esa temporada. Mientras tanto, Suárez ya deleitaba a Anfield. Fue cuestión de semanas para que el uruguayo pase al frente del debate mediático y se haga con la titularidad.
Fue el inicio del declive para Carroll. Jugó apenas 58 partidos y marcó 11 goles. La promesa nunca alcanzó a cumplir las expectativas. Y así, le dio paso a una expedición por el plano local.
Una carrera golpeada por las lesiones
Carroll vivió un calvario físico entre 2011 y 2019: al menos 13 lesiones, muchas de ellas graves. Su paso por el West Ham, donde jugó más de 140 partidos, fue el más largo tras Liverpool, pero también el más accidentado. “Me fracturé el tobillo y me lo operaron mal. Lo arreglaron dos veces más, y se volvió a romper. Era una pesadilla constante”, confesó.
Esa seguidilla de lesiones no solo afectó su rendimiento, sino su salud mental. “Lees cosas como que querés lesionarte a propósito, y eso te mata mentalmente”, contó en una entrevista con la BBC. El delantero prometedor se transformó en meme. La presión, la frustración fueron tan persistentes como los diagnósticos médicos. Sin embargo, muchos eran aquellos que le valoraban un simple gesto: la sonrisa de oreja a oreja que desplegaba cuando estaba cerca de una pelota.
Tras su paso por West Ham, donde amagó con volver a su mejor nivel y llegó a ser convocado a la Euro 2016, intentó reinventarse: regresó brevemente al Newcastle, pasó por Reading, por West Bromwich y hasta por el Amiens, de la Segunda División de Francia. Pero nunca volvió a ser ese goleador que generaba expectativa. Hasta que, ya casi al borde del retiro, una puerta inesperada se abrió.
De la Premier League al barro francés
La historia reciente del Girondins de Bordeaux ayuda a entender el presente de Carroll. Un club tradicional, campeón en tiempos de Zidane, venido a menos por una crisis institucional feroz. Por escritorio se dictaminó su descenso automático a la cuarta división. Acto seguido, el club salió en búsqueda de un líder, un símbolo. Y Carroll aceptó el desafío, sin importar que las contras sean mayores que los pros.
Firmó por una cifra que roza el salario mínimo (2600 euros al mes), confesó que su sueldo no le alcanza para pagar el alquiler y rechazó ofertas millonarias desde Arabia. “No vine por dinero. Desde que vivo aquí, he alquilado una casita muy bonita, y mi sueldo es inferior al alquiler”, declaró. “Es lo que necesito. Es una oportunidad demasiado grande como para dejarla pasar”, agregó.
Y no fue una llegada simplemente moral: Carroll se puso en forma, jugó 20 partidos, anotó 11 goles y dio dos asistencias. Volvió a sentirse pleno y querido. Un rendimiento que lo volvió clave para el Burdeos, que ahora marcha cuarto en la tabla con 48 puntos, y le hace justificar la sonrisa que durante años mostraba en la Premier League, cuando la suerte no estaba a su favor.
Entre la sonrisa y la resiliencia
Pese a su presente modesto, Carroll transmite una alegría inusual. Juega en canchas modestas y entrena en instalaciones precarias. Pero nada de quejas. “Estoy acostumbrado. De chico viajaba horas para ir a la academia. Esto no me asusta. Tuve ofertas de Arabia, pero no me interesaron”, sostiene, llamando la atención de más de uno. El delantero, con aires de vikingo, parece haber encontrado finalmente la paz que le negó la Premier.
Y para aquellos creyentes de las casualidades, no es la primera vez que pisa Burdeos: en la Euro 2016, le marcó un gol a Suecia precisamente en el estadio donde ahora hace de local. Un guiño del destino que se concretó casi una década después. Hoy, allí sueña sueña con devolver al club a la élite. Y mientras otros buscan su último gran contrato, él apuesta por una épica silenciosa.
Carroll aspira a jugar hasta los 40 años, aunque por una sola razón: pasión. “Si no fuera profesional, lo jugaría como hobby. Tengo la suerte de seguir haciéndolo a esta edad y que me paguen por ello”, dijo. El dinero ya no importa. Su riqueza no la mide en autos lujosos, sino que en minutos jugados, aquellos que durante tantos años le costó disfrutar. A pesar de que no pueda pagar el alquiler.
