¿Dónde está? ¿Dónde se metió? Habían pasado minutos desde que la pelota empujada por Gonzalo Montiel había besado la red en Lusail y el estadio era un hormiguero. Argentina es campeón del mundo pero nadie sabe dónde está él.
Como una marca registrada a lo largo de su carrera como jugador primero y luego como entrenador o mano derecha de Lionel Scaloni, si algo siempre supo Pablo César Aimar es escapar de las cámaras. De las patadas también, es verdad. Como si fuera un juego, así siempre sintió el fútbol, huyó de los flashes aquel 18 de diciembre.
Investigaciones posteriores, pura curiosidad, lo hallaron debajo de un montón de jugadores, corriendo a pura emoción, saludando a Messi pero ya luego de la euforia inicial o jugando a la pelota con los hijos de la Pulga en el medio del campo de juego, abrazado a ese trofeo dorado que como jugador soñó dos veces (2002 y 2006) pero que se le dio a sus 43 años, aunque con la misma sonrisa de aquellos tiempos con los botines puestos.
Así como un auténtico Aimar desapareció el ojo público en plena celebración mundialista, también un Aimar genuino se viralizó ante México, emocionado hasta las lágrimas luego del primer gol de Argentina que encaminaba al equipo hacia su primer triunfo y daba el paso inicial a la consagración posterior.
Ese mismo Payasito -aunque no le gusta ese apodo- es el que siempre vivió el fútbol con esa pasión, un amor devoto con la pelota y con el juego, el más puro, lejos de las polémicas, de las excentricidades; en medio de la locura él es quién transmite armonía, calma y al mismo tiempo quien se permite a si mismo emocionarse sin importar si alguien lo está mirando.
Sus inicios en tiempos dorados
Esa templanza que trajo desde su Río Cuarto natal quizá es la que le sirvió para probarse el escudo de River en tiempos de glorias y estrellas. Luego de quedar tras su primera prueba, y tirar un caño que casi termina en trompadas, se volvió a su casa. Pero, cuenta la historia, el DT del primer equipo pidió permiso para llamar a la casa de los Aimar y convencerlo de regresar.
-¿Hola, podría hablar con el Padre de Pablito? Soy Daniel Passarella
-Y yo soy Juan XXIII
Y volvieron.
Sus años de Inferiores millonarias las repartió con la celeste y blanca. Ya en 1995, había conseguido el tercer puesto en el Mundial Sub 17 realizado en Ecuador, y ya en enero de 1996 se sumó a la pretemporada de la Primera en Tandil. Aimar saltó a la cancha un 11 de agosto del 2016. Tenía apenas 16 años, y en pleno Monumental la camiseta parecía bailarle en su casi metro setenta.
Le tocó compartir vestuario con quienes dos meses antes habían logrado la Libertadores tras 10 años de sequía: Enzo Francescoli, Ariel Arnaldo Ortega, Marcelo Gallardo, Juan Pablo Sorin, Germán Adrián Ramón Burgos… Un pedazo gigante de historia de River. ¿Cómo destacarse ante tanto lujo? ¿Cómo pasar de ser el chiquito talentoso de Estudiantes de Río Cuarto a ser jugador emblema?
Jugando. Fueron varios años hasta que el enganche de enorme técnica, talento creativo, elegante e inteligente, logró explotar y hacerse dueño de la camiseta número 10 de River. Ese camino estuvo acompañado por su crecimiento en la Selección. Mientras River lograba el Clausura y el Apertura del 97, ese mismo año Aimar lograba el título Mundial Sub 20 en Malasia, otra vez de la mano de José Néstor Pekerman y con apenas 17 años.
Ya para el Apertura 99, Pablo César (nacido en 1979, su padre le puso ese nombre por Menotti tras el Mundial 78 y el Juvenil del 79) ya era parte de los 4 Fantásticos, la nueva generación de estrellas del equipo de Núñez. La salida del Muñeco Gallardo al Mónaco le abrió la puerta para terminar de afianzarse..
Con Javier Saviola, Juan Pablo Angel y Ariel Ortega, primero con Passarella como DT y luego con el Tolo Gallego, fueron bicampeones en el Clausura 2000. Ya era parte de la historia. Una historia que recién estaba comenzando.
Selección Mayor y Valencia
Pese a que en el 99 disputó su segundo Sudamericano Sub 20, en Argentina y también fue campeón, Marcelo Bielsa, entrenador de la Mayor, ya había depositado sus ojos en él. Y por eso el 9 de junio de aquel año, a sus 19, Aimar tendría su bautismo, en un amistoso, y luego disputando la Copa América en Paraguay (si, aquella de los tres penales errados por Martín Palermo).
Su primer gol fue junto a viejos compañeros (una jugada armada entre Ortega y Hernán Crespo) y en una cancha familiar: en el estadio Monumental, por las Eliminatorias Sudamericanas hacia Corea y Japón 2002 y ante Paraguay.
Su progresión fue meteórica. Si a los 19 ya era campeón con River, había debutado en la Selección Mayor y ya formaba parte del equipo que buscaba meterse en un Mundial, el próximo paso era irse a Europa. Y hacia allá fue, enero del 2001, a cambio de una cifra cercana a los 20.000.000 de dólares -el más caro pagado por el club hasta ese entonces- y un contrato de siete años. Si, siete.
Lo recibieron con una pancarta que rezaba “Con Aimar, a ganar sin parar. Bienvenido pibe” y hasta le regalaron una canasta repleta de naranjas, la fruta regional de Valencia. El día de los enamorados, un 14 de febrero, comenzó el romance con la afición. El DT del equipo era otro argentino, Héctor Cúper lo puso en cancha ante el Manchester United, por la Champions League. Ese año jugaría la final, que sería para el Bayern en la tanda de penales.
Fueron un total de cinco temporadas y media las que Aimar jugó con la camiseta del Valencia y fue fundamental para los títulos que el equipo acuñó por esos años: las Ligas de los años 2002 y 2004, ya con Rafa Benítez como entrenador, la Europa League y la Supercopa de aquel año. A pura imaginación y pese a las críticas que recibió, logró consagrarse en el club que lo tiene de máximo ídolo a Mario Alberto Kempes.
Sin embargo, los mayores sinsabores de aquellos años fueron con la Selección, pese a tener a dos de los entrenadores que más ponderó en su carrera: con Bielsa disputó el Mundial de Corea y Japón, sin lograr superar la fase de grupos. Y con José Pekerman fue eliminado por el local Alemania en cuartos de final.
En aquel Mundial fue compañero de gran parte del cuerpo técnico de la Selección: Lionel Scaloni y Roberto Ayala, de la Mayor, y Javier Mascherano, DT de la Sub 20. Y claro, un tal Lionel Andrés Messi que, cinco años después, confesaría que Aimar “es y será mi ídolo”.
“No recuerdo la primera vez, sí estar en la Copa de las Confederaciones de Alemania 2005 y ver por la tele el Mundial Sub 20 de Holanda, que se jugaba al mismo tiempo, y ahí ya lo vi hacer cualquier cosa, barbaridades, fue tremendo”, contó Pablo, que llegó a enfrentarlo una media docena de veces. Sí recuerda que Leo le pidió la camiseta. Y la intercambiaron varias veces.
Zaragoza, Malasia y volver a River
Las lesiones fueron su nube negra. Lo persiguieron en cada uno de los clubes por los que pasó y mermaron su rendimiento. Se fue de Valencia, tras varias complicaciones, y primero fichó por el Zaragoza y luego dio el salto a otro club en el que sería ídolo: el Benfica de Portugal.
Allí, mejor físicamente, recuperó su mejor nivel, logró cuatro títulos (uno de liga y tres de copa de la liga). Una vez más, tras un pico de rendimiento, abandonó Europa en el 2013. Tuvo un corto paso, ocho meses, por el Johor Darul Takzim de Malasia antes de volver a su primer gran amor, River.
Marcelo Gallardo lo puso ante Rosario Central. “Quería que mis hijos -son cuatro Agustín, Sara, Juana y Eva- me vieran jugar en River”; había confesado. Sin embargo, tras una cirugía en su tobillo en el 2015, y lejos del nivel que exigía el equipo, quedó afuera de la lista para disputar la Copa Libertadores y anunció su retiro.
Aquella despedida no fue la definitiva: en el 2018, y ante la insistencia de su hermano Andrés -que también tuvo un paso por River- decidió ponerse la camiseta de Estudiantes de Río Cuarto, cumplir su sueño y el de muchos hinchas, y disputar 50 minutos del partido ante Sportivo Belgrano por la Copa Argentina.
Amistades futboleras
De andar tranquilo, tonada cordobesa impecable, de saber disfrutar de los momentos, si algo fue fundamental en su carrera fueron sus afectos. La familia primero, sus padres Ricardo (el famoso Payo, de quien adaptaron el apodo pero se transformó en Payasito y no Payito), Mary Giordano (quien falleció meses antes del Mundial), su hermana Laura -que viajó a Buenos Aires para acompañarlo en la adaptación a la ciudad tras su salida de Córdoba- y su hermano Andrés, otro pilar.
Pero, además, Aimar supo cosechar grandes amistades en sus años de fútbol. Facundo Elfand y Bruno Calabria fueron fundamentales en aquellos tiempos de selecciones juveniles. Rodrigo Rorro Carballo, de las Inferiores de Núñez, Guillermo Pereyra, Franco Constanzo y Javier Saviola. Y Juan Román Riquelme. Si, una amistad que rompió fronteras.
Se conocieron en 1995, gracias a Pekerman. Ya en 1997, en Chile, durante el Sudamericano que ganó Argentina -luego lograría el título mundial en Malasia-, afianzaron la relación. “Se armó todo un grupo de amigos, vivíamos en unas cabañas, con un living grande, donde escuchábamos música, jugábamos y tomábamos mate. Andábamos el grupo entero todo el tiempo”, contó Aimar.
Ahí comenzó una relación que ninguna rivalidad podría romper. Se abrazaron y saludaron en cada Superclásico en los que se enfrentaron. Quizá por compartir esa introspección, la simpleza, una mirada similar del juego y de la vida. En España continuaron esa relación, con Pablo en el equipo Che y Román en Villarreal.
El Enano -así le dice Riquelme a Aimar-y el Cabezón -el apodo que le toca a Román jugaron juntos 41 partidos con la camiseta de la Selección; y enfrentados, uno con la camiseta de la Banda y el otro de azul y oro, fueron seis. Hasta compartieron una publicidad, en el 2019, en la previa a un Superclásico copero.
Amistad de Selección
La de Riquelme no fue la única relación que se prolongó en el tiempo. También en aquel equipo que se consagró en Malasia jugaba nada menos que Scaloni. Sus vidas se cruzaron muchas veces -nueve años después jugaron el Mundial del 2006 y también se cruzaron en España cuando el DT de la Selección jugaba en La Coruña-.
Once años después, ya recibido de entrenador en España, Scaloni compartiría una foto premonitoria a través de las redes sociales: “Dos grandes leyendas juntas”. Aimar estaba comenzando su camino en la Selección como entrenador de la Sub 17 y el hombre de Pujato hacía sus primeras filas como ayudante de Jorge Sampaoli en Sevilla. El encuentro siguiente sería en el predio de AFA.
En las juveniles de la Selección, Aimar comenzaría su camino como formador, con chicos de la misma edad con la que él comenzó a transitar su recorrido albiceleste. “Mis recuerdos son hermosos. Tenía 15 años, que es la edad que tienen muchos de los chicos que vienen ahora. Recién me iba de mi casa y empezaba una nueva etapa viviendo en Buenos Aires. Acá me han tratado siempre de manera espectacular, como en casa, con lo cual todos los recuerdos que tengo de este predio, de esta camiseta y de este lugar son maravillosos”.
Con la Sub 17 y en compañía de Diego Placente, logró ganar el Sudamericano y clasificarlo al Mundial. Aunque para él, dice, lo más importante trabajando con juveniles no son los resultados. “El fútbol no se enseña, el fútbol se aprende jugando”, es parte de su filosofía, que se basa también en el respeto. Al rival, al compañero, a todos.
“Hoy siento que estoy en el lugar en el que quiero estar y lo disfruto”, decía. El primer escalón hacia la Selección Mayor fue para el Torneo de L’Alculdia -que ganó-, acompañando nada menos que a Scaloni. Y en medio de la competencia, sonó el teléfono. Era Claudio Chiqui Tapia, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Sampaoli era historia y necesitaba urgente un cuerpo técnico para tomar las riendas.
Y aceptaron. Otra vez unidos por la Selección. “Pablo me miró como diciendo vos estás loco, ¿no? Le digo ‘Pablo son dos partidos, contra Guatemala y Colombia. Vamos porque quedan 15 días y no tiene entrenador’. Yo me quería quedar en la Sub 20. Caminábamos con Pablo por la playa de Valencia, no me olvido, e íbamos haciendo la lista de convocados para esos dos partidos. Nos sentamos en un lugar. ‘Vos sabés que estás loco, ¿no?’, me dice Pablo. ‘No, vos estás sano’, le respondí”, relato el DT campeón del Mundo.
Se fueron sumando Walter Samuel, Roberto Ayala, pasó la Copa América 2019 primero y luego llegó el primer paso hacia la consagración. La Copa América 2021, la Finalissima y Qatar. Aimar, como cuando jugaba, y pese a haber estado presente desde el inicio del ciclo, al menos en la exposición lo dejó al Ratón ocupar ese lugar de hablar con los medios.
Aimar prefiere quedarse en el banco de suplentes, siempre en conexión con Matías Manna -analista de la Selección- para ser el nexo entre el entrenador y su asistente tecnológico. Siempre alejado de las cámaras, de los flashes pero trabajando desde las bases, siendo la mano derecha del entrenador. Así se lo vio durante la Copa del Mundo, con la emoción a flor de piel, con esa pasión con la que siempre vivió el fútbol.
“Un GRACIAS enorme y de corazón a todos los que hicieron que esta locura deje de ser un sueño… Y si lo es, que no nos despierten más”, escribió tiempo después en las redes sociales (una cuenta de Instagram que apenas tiene algunos posteos). Poniendo en primer plano siempre a los jugadores: “Los que son, son los que jugaron, nosotros nos sentimos partes y estamos agradecidos”, agregó después.
Pablito, campeón del Mundo en Qatar, siguió siendo Pablito. Volvió a Río Cuarto para sorprender a un grupo de niños que se estaban probando en su Estudiantes y también, aunque se lo vio algo incómodo, para ser reconocido en el estadio con las autoridades y de paso dirigir a la Selección Sub 15 ante su primer club.
Campeón del Mundo, de la Copa América y la Finalissima; campeón mundial con la Sub 20 y también con River, Valencia y Benfica. Pero, más allá de los títulos, un jugador dotado de cualidades de esas que no son tan fáciles de hallar, un entrenador enfocado en lo humano, y un personaje de esos que -sin importar la camiseta que usen- son queridos por propios ajenos.