No tuvo miedo. Siempre fue hacia adelante, aún en los peores escenarios encontró la forma de levantarse. En el ring y en la vida, que para ella de a ratos fue casi lo mismo. Una vida de necesidad y ausencia desde sus primeros años, traiciones y dolores en el camino a la adultez y una resiliencia que demostró con los guantes y sin ellos.
“Los golpes de la vida son peores que los del ring, porque no los esperás. La pelea más dura es la vida, es levantarte todos los días y decir ‘no voy a aflojar’”.
Tras el accidente cerebro vascular isquémico que sufrió el 15 de julio que Alejandra Marina Oliveras le estaba poniendo la misma garra que le puso siempre a todo. A sus 47 años, la tetracampeona del mundo en cinco categorías distintas y dueña de dos récords Guinness no pudo seguir dando batalla y falleció este lunes.
No por nada el apodo Locomotora. Porque esa fuerza y ese empuje la llevaron siempre a superarse, a dejar atrás los malos tragos, la mala gente, la mala suerte también. De una infancia de carencias económicas en su Jujuy natal, aunque allí vivió poco ya que su familia se trasladó al sur de Córdoba, cuando soñaba tomar un helado o comer un asado. Al deporte que la salvó y la abrazó cuando los dolores la atravesaron.
Fue madre adolescente, sufrió violencia doméstica, discriminación, una dolorosa traición entre quien era su pareja y su hermana, sufrió a sus 29 años la muerte de su madre de 55. Pero se ganó el reconocimiento. En el ring y abajo. Como boxeadora, por sus títulos, por noquear a quienes no creían en ella. Como mujer, por reponerse a todo y ayudar a los demás, siempre dando una mano en comedores, merenderos, escuelas. Y hasta en las redes por sus videos motivacionales, alentando a todos a superarse, a no tirar la toalla nunca.

El boxeo como refugio
“Mi mamá nunca quiso que yo peleará. Le demostré que los sueños, cuando uno lucha, se hacen realidad, y esos sueños son tuyos”. Sus sueños, en un principio, eran otros. Quería ser abogada, bailarina, karateca, astronauta y una lista larga de profesiones según reconoció durante años en varias entrevistas. Pero el boxeo apareció en su vida y se abrazaron.
A los 14 años había decidido comenzar una familia con su primer novio. A los 15 ya era madre de su primer hijo. Confesó que las agresiones comenzaron cuando ella estaba embarazada. Y a los 16 todo se terminó, fue cuando le pegó a su hijo. Dijo basta y empezó a pensar en defenderse.
“La vida me lo puso adelante. Yo sufrí violencia de género, me tuve que defender, tal vez hoy no podría estar contando mi historia de vida. Yo leí la noticia que contaba que Tyson había salido de la cárcel. Yo siempre fui fanática de Tyson y ahí dije: me gustaría ser boxeadora. Pero es como si vos dijeras ‘cómo me gustaría ser astronauta’, un sueño que uno tiene. Se me presentó una persona que había sido boxeador, un hombre grande, y me dijo: “¿Vos querés boxear? Yo te hago pelear”, contó en Infobae.
“En el pueblo no había boxeo. Así que cuando él no estaba, hacía sentadillas, abdominales en el piso, me entrenaba con mi sombra. Un día vino a pegarme, como lo hacía siempre. Entonces lo esperé, cerré el puño y le di con toda la fuerza que tenía. Cayó sorprendidísimo al suelo. Entonces agarré a mi bebé, una bolsa de nylon, y me fui. No volví nunca más”, contó en una entrevista en Aires de Santa Fe.
Cortó con ese lazo y tuvo que sobrevivir un tiempo hasta que entró en un gimnasio a probarse. Y en un mes ya estaba peleando por primera vez. Fue un 12 de agosto de 2005 y por supuesto fue con victoria: nocaut técnico en el segundo asalto a María del Carmen Potenza.
Un año después, el 20 de mayo de 2006, Oliveras levantaba su primer título como campeona mundial supergallo de la WBC. Fue el primero de seis, pero esa primera consagración fue la que marcó a fondo a tanto su carrera profesional a los 28 años, como la personal, confirmando que su largo esfuerzo había comenzado a brindar frutos.
Sin embargo, detrás de aquel triunfo que la catapultó a la historia del boxeo nacional femenino por ser la primera argentina en obtener una corona en el exterior y también en conseguir un título reconocido por uno de los organismos históricos del boxeo, hubo un contexto personal durísimo que ella misma se encargó de revelar hace poco tiempo.
Dice la historia que tuvo una actuación deslumbrante en Tijuana, México, donde venció a Jackie Nava, derribándola dos veces, y tumbándola finalmente con un zurdazo en el octavo asalto pese a sufrir una triple fractura en la mano derecha. “Diez días antes de irme a México a pelear por el título del mundo, encontré a mi marido en la cama con mi propia hermana”.
“Me fui a México con el corazón destrozado. Creo que me vengué con Jackie Nava por lo que me había pasado”. “Para no llorar, entrenaba, porque sentía que no podía suspender el sueño de mi vida”. Dice que nunca más volvió con él, pero el dolor fue demasiado.
Tuvo tres defensas exitosas de ese título y hasta volvió a pelear con la mexicana Nava. También se enfrentó a Marcela Acuña, otro de los íconos del boxeo argentino y fue la primera vez que el Luna Park se llenó para ver una pelea entre dos boxeadoras. Fue un combate que unificaba cinturones, ya que la Tigresa era la campeona de la misma categoría pero reconocida por la AMB (Asociación Mundial de Boxeo).
La Tigresa la venció y ella cambió de entrenador, cayendo en las manos nada menos que de una leyenda como Amílcar Brusa, excoach de Carlos Monzón. Cambió de categoría y logró el cinturón de ligero de la AMB ante Liliana Palmera, ene l 2011. Volvió a cambiar, esta vez a pluma, para lograr otro título más y convertirse en la primera mujer en lograr tres coronas mundiales en diferentes categorías. Pero no se detuvo.
En 2013, logró fue campeona de superligero de la CMB y luego también de superpluma de la WPC, ya en 2017. Su última pelea fue en el 2019, luego de obtener el título del mundo de la Comisión Mundial de Pugilismo. Sus números al bajar del ring hablan de 33 victorias, tres derrotas y dos empates.
La deportista entró en el libro de los Récord Guinness por ser la única mujer en el mundo en haber ganado cuatro títulos mundiales de boxeo en diferentes divisiones, aunque no pudo viajar a Londres a buscar su reconocimiento, en el 2015.
Le costó ser reconocida por sus logros deportivos. Pero nunca se dio por vencida. Protestó siempre que pudo por las bolsas de premios y la diferencia económica entre hombres y mujeres a la hora de pelear. “Nunca pude comprarme ni siquiera un auto con mis cinturones”.
“Le gané a la pobreza, le gané a la miseria, le gané a la discriminación, porque cuando empecé el boxeo me decían ‘vos no sos mujer, vos sos marimacho’, y yo soy mujer y soy mamá”. Mamá de dos varones que la cuidaron hasta el último día.
“Yo siempre tuve ganas de vivir. Dije, ¿por qué estoy viva?¿Es un milagro la vida? Claro, entonces no vine al pedo a este mundo, yo vengo a dejar huella. Voy a hacer lo que sienta, lo que quiera. Por eso a los 14 años me enamoré y me fui, era una nena, quedé embarazada. Por eso decidí ser boxeadora, y eso que mi mamá no quería. Decía: ‘Te van a matar, ¿cómo vas a hacer eso, hija?’. Siempre tomé decisiones”.
Los últimos años de Locomotora pasaron entre la política, el estudio y las redes sociales. Por un lado, comenzó la Universidad, estudiando Psicología. Pasó por la tele con el Bailando por un sueño y hasta actuó en algún unitario. Abrió su gimnasio al mismo tiempo que realizaba tareas solidarias.
En el 2021 fue candidata a Diputada Nacional y luego de mostrarse muy activa políticamente, este año debía asumir como convencional constituyente por el Frente de la Esperanza. En su campaña, habló de promover el deporte como derecho constitucional. “El deporte salva vidas, saca a los chicos de la calle, de la droga. El deporte es trabajo, es disciplina, es esfuerzo y es educación. La gente me cree. Y si yo digo algo, lo voy a hacer”.







