Y así pasó el 2023, un nuevo año de fracasos internacionales por parte d e Colo Colo , aunque esta vez, con indelebles componentes de vergüenza y humillación en el semivacío Arena Independência de Belo Horizonte.
Lo peor es que el equipo estaba dando algunas señales de ir despertando. Luego de esa goleada fuera de contexto a La Calera, vino la victoria ante los brasileños -con ese descuento postrero que vaya que influyó, aunque en Brasil finalmente nos hayan llenado la canasta con goles, huevos de conejo, sánguches, alfajores y juguitos en caja- y sobre todo la agradable sensación que quedó tras la victoria ante O’Higgins, donde pese a lo corto del marcador, se consiguió un tercer triunfo en fila y se esbozó una incipiente sensación de recuperación futbolística.
Todo eso se fue al despeñadero de manera dramática en Brasil, pues el equipo ya perdía 1-0 a los cinco minutos, con un nivel de horripilancia defensiva absolutamente impropia de un equipo moderadamente serio. La defensa con tres/cinco hizo agua desde el inicio y con rendimientos individuales bajísimos. Sorprendió el muy mal partido de Opazo; Falcón se vio un cambio más abajo que el resto; Saldivia hizo su peor encuentro hasta la fecha; Wiemberg al parecer ya no dio nomás; y Bouzat no sólo no sabe marcar ni pegar, sino que ni siquiera se puede la pelota, es como ver los videos de Dominguito Falcón pateando el balón pero sin el componente tierno que implica observar al pequeño descendiente del central charrúa.
Era cosa de minutos para que llegara el 2-0, con un rebote donde De Paul pudo hacer algo más y con una defensa petrificada como si hubiese estado el mismísimo Marcelo diciendo “congelao”. Lo mismo el 3-0, con un “inho” genérico pasando por entre medio de las camisetas blancas con una facilidad irritante. Si no llegó el 4-0 de inmediato fue por una portentosa tapada del mismo Tuto. Por suerte los mineiros bajaron el ritmo, Colo Colo se “rearmó” con cuatro atrás, pero jamás durante el primer tiempo dio la impresión de estar compitiendo, sin convicción, por inercia y con una espiritualidad muy, muy flaquita.
Una pequeña parte de ese espíritu se pudo recuperar comenzando el segundo lapso. Si bien nuevamente De Paul tuvo una atajada soberbia, esta paupérrima versión del Cacique encontró el descuento mediante un buen pelotazo de Gil que capturó Thompson de primera, de muy buena forma. En las cifras, el global quedaba ahí, a un gol, y por ahí hubo una que otra aproximación, hasta ese mano a mano de Damián Pizarro que quizás podría haber cambiado la historia.
Pero bien sabemos que aquello no ocurrió, que casi en la jugada siguiente llegó la puñalada final por parte de los brasileños, y que restaba como última humillación el autogol de Saldivia, generando una imagen analogable a la de un perrito haciendo sus necesidades líquidas ante la lápida de un occiso.
Este tipo de cosas normalmente tienen secuelas. Ya se evidenció un quiebre que parece irreparable entre Quinteros y parte del plantel -liderado por un capitán fantasmagórico en la cancha-, pero bien sabemos que el argentino/boliviano no va a renunciar, pues sin plata no se va. Y plata no hay. Queda mantenerse vivos en el peor torneo de la historia del fútbol chileno y en una Copa Chile que, la verdad, a estas alturas importa poco y nada. Por ahora, nuevamente, nos vamos sin gloria, con pena, pero sobre todo, con bronca.