Cuando terminó el partido de Francia ante Chile apagué el televisor y quedé en paz. Eso de inmediato me provocó un sentimiento de culpa. Claro, crecí y crecimos en un país donde los comunicadores deportivos nos maleducaron a punta de triunfos morales y mediocridades como valorar una derrota. Entonces, empecé a analizar mi paz.
La verdad es que la vara estaba muy baja con respecto a expectativas con la selección chilena . Mucho tiempo viendo partidos sin ideas de juego; siendo superados por errores nuestros, no porque los rivales fueran mejores; escuchando entrenadores sin autocrítica; jóvenes que no aprovechaban sus oportunidades y experimentados que no eran apurados por nuevos jugadores. Todo mal.
Y como todo mal, es momento de hacer un resumen triste. No lo
quisiera hacer, pero es necesario, dado que Ricardo Gareca nos hace
entender que tras Jorge Sampaoli perdimos ocho años. Vamos.
Se fue el casildense y Arturo Salah, en uno de los errores más grandes
en la historia de la Roja, sino el peor, empezó a elegir entrenadores bajo
sus gustos y olvidando cómo la selección chilena llegó al éxito por esos
años. Es sentirse demasiado importante. Es como que Chile fuera una
panadería, llegamos a lo más alto vendiendo hallullas y de un día para
otro alguien decide empezar a vender marraquetas. Porque se le dio la
gana. En ese momento, comenzó la destrucción.
Pero cómo dirán algunos, si llegó Juan Antonio Pizzi y fuimos bicampeones de América. Primero, fue un DT que agarró el vuelo del trabajo de Sampaoli y con la mayoría de los jugadores en su peak futbolístico. Y segundo, su estilo de juego fue faenado por los jugadores en plena Copa América 2016.
Tras la fase de grupos el plantel le dijo al entrenador que ellos no estaban acostumbrados a jugar como él planteaba, que ellos jugaban de otra forma y así clasificaron a dos mundiales y ganaron una Copa América. Esto fue tras perder con Argentina y ganarle con dificultad a Bolivia y Panamá. Esto fue contado por Jorge Valdivia y Johnny Herrera en distintas ocasiones. ¿Qué pasó después?: 7-0 a México, 2-0 a Colombia, 0-0 con Argentina y bicampeones por penales. Y jugando como siempre se llegó a la final de la Copa Confederaciones.
A esto se sumó que una mala planificación o malas decisiones dejaron a Chile fuera de un tercer mundial consecutivo y que el DT sacó a Marcelo Díaz del equipo para la última doble fecha clasificatoria dejándolo como el culpable de una eliminación. Injusto, porque esto es un deporte colectivo, no es tenis. Se fue de la Roja sin dar conferencia de prensa, escribió una carta publicada en el sitio de la ANFP y a los meses ya estaba en Arabia Saudita para dirigir a los asiáticos en Rusia 2018. Suficiente.
La vida nos da oportunidades de reconocer un error y cambiar, pero no. Salah se acercó aún más a sus gustos y trajo a Reinaldo Rueda. El colombiano partió diciendo que Junior Fernandes y Ángelo Sagal eran fundamentales en su equipo y al final de su proceso ni se vieron. Así de fundamentales.
Dijo que el recambio era un proceso a tener en cuenta y no hizo nada
al respecto. Si, perdón. Encontró a Nicklas Castro. Y llegó a semifinales de
Copa América, lo que no puede ser considerado un mérito para una
selección que fue bicampeona de América y que antes llegó a dos finales
(1979, 1987). Sería caer en la mediocridad del principio. Y se marchó,
como dice la canción. Pero se marchó a Colombia, a un rival directo. Y
dejó a dos países sin mundial. Récord.
Luego vino Martín Lasarte con la casa completamente destruida. Ya
estábamos eliminados de Qatar 2022, más allá que alguien tuviera alguna
mínima esperanza. Su gran trabajo fue volver a reunir en el camarín a
Claudio Bravo con Arturo Vidal, una pega que el DT anterior no hizo. Al contrario, el anterior dividió más el camarín al jugársela por el volante y
olvidarse del arquero. Así le fue.
Y de Eduardo Berizzo, qué se puede decir. Intentó y lo ayudaron a intentar, pero no se dio. Le organizaron amistosos de local ante rivales menores para que ganara, para que el equipo hiciera goles, para que mejorara el porcentaje de rendimiento y no sirvió de nada.
Un equipo es el fiel reflejo de su DT. Si un DT es aplicado su equipo lo
será. Si un DT no tiene sangre su equipo no la tendrá. Y la verdad el
equipo de Berizzo no tenía nada. No se veía una idea de juego, no había
fondo físico y así llegamos a esa derrota 3-0 ante Venezuela en Maturín
que hizo tocar fondo. Sin embargo, no fue suficiente para irse, dado que
después vino un 0-0 ante Paraguay en Santiago y renunció en la mitad de
una fecha doble. En el peor momento.
Nicolás Córdova agarró el fierro caliente por un partido, perdimos 1-0
ante Ecuador en Quito y se acabó el 2023. Así se fueron ocho años. Ocho.
Fue así como Pablo Milad, tras meses negociando, logró que Ricardo
Gareca llegara a la Roja tras un periodo exitoso en Perú.
Pasaron dos partidos, dos, y empezamos a ver cosas que habíamos
olvidado:
a) una selección que corre, con estado físico.
b) una selección que gana.
c) una selección que anota y más de un gol.
d) una selección donde vemos al mismo jugador que se desempeña en
su club (Paulo Díaz, Víctor Dávila).
e) una selección con jóvenes que piden espacio (Darío Osorio).
f) una selección que puede recibir de vuelta a un bicampeón de
América para que rinda (Mauricio Isla).
g) un DT que manda y se da el lujo de convocar a un jugador por
gusto y ponerlo de titular en dos partidos (Eduardo Vargas). Y le responde
con gol.
Se ganó y se perdió, pero en 180 minutos se ve un equipo que le cree
al entrenador y eso es fundamental. No sé si vayamos al mundial, pero
Ricardo Gareca ya recuperó algo que nos quitaron hace rato: sentirnos con
ganas de ver a Chile, y por qué no decirlo, sentirnos orgullosos de ver a
Chile.
Y el hincha puede tener la seguridad que ahora si perdemos será
porque el rival fue mejor, no porque tuvo más ganas. Eso es el desde, pero
en los últimos años hasta eso nos robaron. Les comparto mi paz.