Ahora que está de moda hacer documentales sobre futbol, Croacia merece ser protagonista de por lo menos uno. Es una selección que posee historias para ser contadas desde distintos ángulos, desde diferentes narrativas. Por ejemplo, bien podría escribirse un guion que aborde estrictamente lo relacionado a su temple para tirar penaltis en instancias decisivas de una Copa del Mundo. Para aproximarnos a ese carácter balcánico, una sugerencia es el uso de extreme close ups a los ojos de los tiradores, futbolistas que parecen haber sido entrenados por Clint Eastwood para plantarse frente a la portería rival como pistoleros incorruptibles a cualquier emoción sea cual sea el escenario.
Tanto en las películas de spaghetti western dirigidas por Sergio Leone como en los propios westerns dirigidos por Eastwood, el señor Clint se muestra como un hombre indiferente al miedo cuando le apuntan a la cabeza o lo retan a batirse en duelo. El temor no va con él. En cambio sí la absoluta seguridad para afrontar su destino porque se sabe más fuerte que la circunstancia misma. En Joe Kidd (1972), de John Sturges, un matón le advierte que habrá de asesinarlo pero Eastwood ni se inmuta, incluso se toma la molestia de encender un cigarro para sostenerle la mirada y responderle que ojalá cumpla la amenaza. Así como esa escena, varias más se encuentran en su filmografía interpretando personajes de vaqueros. Ese repertorio de imágenes como pistolero aparentemente sin alma tienen como sello distintivo su mirada, una mirada tan firme y llena de confianza en su ser que impone y domina a quien osa verlo, aún tratándose del espectador.
No importa si envejece o ablanda su corazón. Cuando Eastwood es confrontado por la vida y sus adversidades, él asume la complejidad mirándole de frente para hacerle saber que el tiempo pasa factura con arrugas en la piel, no así en la entereza que forja la dureza del trayecto recorrido y la supervivencia. Eso se aprecia en su obra maestra Los imperdonables (1992), filme donde lo vemos como un retirado y viejo asesino a sueldo que no se tienta el corazón cuando Little Bill Daggett (Gene Hackman) cree que tiene ventaja sobre un pistolero entrado en años. Menospreciar a un tipo que tiene completa noción de lo que significa sobrevivir es un error para quien lo hace.
Si alguien sabe de supervivencia, los croatas alzan la mano. Su instinto, tan desarrollado y pulido en la historia contemporánea de su nación, incluye al futbol. Aquella patada de Zvonimir Boban propinada a un policía durante la represión policiaca contra hinchas croatas en el partido entre Estrella Roja y Dínamo Zagreb, efectuado en mayo de 1990, se convirtió es una especie de código genético para todos los chicos croatas que desean ser futbolistas profesionales. No se trató de un simple golpe, sino de una simbólica actitud contra la autoridad abusiva. ¿A qué se le puede tener miedo luego de confrontar a la figura autoritaria y empequeñecerla?
Dicha patada tuvo lugar en una cancha, escenario donde los croatas aprendieron a hacerse fuertes para no temer a nada que aconteciera en un césped. En el inconsciente colectivo, el arquero contrario es una metáfora del policía noqueado por Boban y el penalti es la representación de esa patada para reafirmar que la indecisión y el pánico son ajenos a su naturaleza en momentos críticos.
En Rusia 2018 eliminaron a Dinamarca y a la selección anfitriona en tanda de penaltis. En Qatar 2022 repitieron esa historia contra Japón y Brasil. Van dos Copas del Mundo consecutivas colocando el balón encima del manchón y mirando como Clint Eastwood al arco rival: seguros para doblegar al destino. En sus botines, los croatas además confirman que el penalti no es un volado, sino un tiro para matar o morir, y ellos se han convencido de que quien debe caer es el adversario.
Maya Yoshida, Kaoru Mitoma, Takumi Minamino, Marquinhos y Rodrygo fueron la antítesis de Mario Pasalic, Marcelo Brozovic, Nikola Vlasic, Mislav Orsic, Luka Modric y Lovro Majer; japoneses y brasileños que fallaron sus disparos se enfilaron albergando angustia y mortificación en sus ojos, derrotados con anticipación. En cuanto colocaron la pelota en el pasto para la ejecución, otra mirada croata se encargó de moldearlos como seres inseguros e imprecisos antes de conectar con la redonda. Se trató de Dominik Livakovic, un arquero con nervios de acero y pensamiento de aplomo que también parece haber sido adiestrado por los cazarrecompensas del viejo oeste que interpretó Eastwood en el cine.
Así como Eastwood atestigua el duelo final en Por unos dólares más (1965) admirando al mejor pistolero, el aficionado futbolero imita esa acción y sentimiento con relación a los jugadores croatas en tandas de penaltis. Más allá de apreciar la forma del disparo, lo que roba asombro es su inmunidad al miedo, ese miedo que a tantos futbolistas aprisiona incluso para atreverse a pedir el balón.
En otros universos, los croatas posiblemente sean grandes personajes de westerns y Clint Eastwood un extraordinario tirador de penaltis. Algo tienen en común entre la ficción y la realidad para llevarlo a cabo con buenos dividendos: el temor a la fatalidad no existe en su ADN. La confrontación de uno contra uno mirándose de frente es batalla ganada para su causa.
*Descárgate la app de Bolavip y sigue toda la información de laCopa del MundoQatar 2022al instantehttps:\/\/bit.ly/BV-app22