El duelo entre Valencia y Barcelona en Mestalla estuvo envuelto en polémicas y se vivió a mil revoluciones, el penal sobre la hora que convirtió Messi enfrentó a los jugadores culés con los hinchas ches.
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El partido ya empezó raro con la lesión de Iniesta en una jugada que para nada hay intención de Enzo Pérez (ni foul), pero que ya predispuso un escenario caliente y enrarecido. El claro offside en el gol de Suárez ya predispuso mal también al público local.
Luego sobrevino un partidazo, con emociones cambiantes. Que el colegiado no haya sancionado uno o dos penales que reclamó el público local y luego el desenlace venga justamente mediante la penal máxima, empeoró el marco.
Y bueno, menos aún si los jugadores visitantes festejan de cara al público, como sucedió tras la pena máxima de Messi. Pero no solo de cara, sino con gestos ampulosos, como se puede detectar en las expresiones de Sergio Busquets y, sobre todo, Neymar.
De allí vino el botellazo y el grito ya descontrolado de Messi. Un partidazo de fútbol, pero con componentes beligerantes que nada tienen que ver con el deporte en sí.