Si hay un recinto digno de ser llamado “Gigante” ese es el estadio de Rayados. Porque impone, porque pesa, porque luce poderoso como pocos, porque su gente hace que parezca invencible. Con alma, con más de 50,000 corazones latiendo por un mismo sueño, una misma ilusión: la quinta estrella.
Lleno, como era de esperarse, como lo logra siempre la afición rayada jornada tras jornada, porque es la exigencia de una afición que presume de ser la mejor de México, la de las mejores entradas, la de la fidelidad intacta, aunque en esa cancha se hayan derramado ya muchas lágrimas en otras finales, a pesar de sus apenas cuatro años de vida.
Y aquí está de nuevo, el tercer mejor equipo del mundo y su pandilla. Y su Turco en busca de hacer historia. Los fuegos artificiales en el cielo, antes de que ruede la pelota, predicen algo bueno, un ambiente de fiesta, de alejar “maldiciones”, de recuperar la mística ganadora del mítico Tec.
Hasta las campeonas de la Liga MX, a modo de cábala y homenaje, se pasearon por la cancha del Gigante de Acero; las Rayadas presumieron su trofeo y lo elevaron al cielo acompañado de las súplicas de todos los fervientes, como todo un ritual, para que se repita la hazaña en el equipo de los hombres.
Y así comenzó la historia, con un equipo regio dominante, pero noble, porque perdonó de más a su rival y lo dejó vivir, tanto que hasta un autogol de Carlos Rodríguez le regaló la ventaja a los de enfrente al 45′.
Pero el Gigante no se apagó, enfureció y alentó cada vez más fuerte, apasionado, efusivo, reclamando un gol, hasta que llegó tan sólo un minuto después, eso sí, con una dosis de suspenso hasta que el VAR lo aprobara. Y lo aprobó. Gol de Stefan Medina: el templo estalló y la luces volvieron a iluminar el cielo y con él la esperanza de medio Monterrey.
A Antonio Mohamed se le veía angustiado, sus muecas lo evidenciaban, pero pensó, propuso su juego, movió sus piezas y en complicidad con la expulsión de Sebastián Córdova y una genialidad de Rogelio Funes Mori logró su cometido.
“Traemos la suerte del campeón”, advirtió el argentino, tratando de disfrazar su angustia, porque de no ser por el mellizo y su chilena de antología al último minuto, sabe que él y sus pupilos no lo hubieran logrado, a pesar de la ventaja númerica en la cancha y en las tribunas.
¿Y es que quién se animaría a desafiar al equipo más poderoso del país en su casa? Hay una respuesta obvia, otro poderoso, un histórico, un equipo acostumbrado a las hazañas, experto en volteretas y en conquistar estrellas: el América.
Si hay una “suerte de campeón” de la que habla el Turco, esa la conoce muy bien Ámerica y lo ha demostrado. “Confío en este equipo”, advirtió un Miguel Herrera furioso con el arbitraje, pero seguro de que en casa se firmará otro episodio heroico.
Y es que si hay un equipo en toda la Liga que puede darle la vuelta al marcador ese es América, en su casa, con su gente, donde se crece y se hace más poderoso, casi invencible y en donde Rayados, además, no gana desde hace 12 encuentros.
La quinta del Turco y su Pandilla o la décima cuarta del Piojo y sus Águilas. Increíblemente el sexto lugar del torneo contra el octavo. Choque de titanes. El Coloso de Santa Úrsula será testigo. No hay un claro favorito, dos amigos, ex compañeros de equipo, luchan por la gloria eterna. Lo único cierto es que cualquiera de los dos será más que digno de coronarse campeón, ya lo dejaron claro en este primer capítulo en el Gigante de Acero.