Por primera vez en un Juego Olímpico habrá dos abanderados, un hombre y una mujer. Hasta Río 2016 cada Comité Olímpico elegía un solo deportista por país que portaba la bandera en el desfile inaugural. En Tokio 2020, uno de los eventos más importantes del deporte mundial que por primera vez se realizará sin el entorno, el calor y el color que brinda el público en las tribunas, un hombre y una mujer encabezarán las delegaciones en la fiesta de apertura.
Y Uruguay no escapa a esta decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) . Los dirigentes uruguayos entendieron que el remero Bruno Cetraro (23 años) y la atleta Déborah Rodríguez (28) debían recibir este honor. Uno, Cetraro , porque es medallista panamericano (luego le quitaron la presea a Uruguay por un error administrativo) y abanderado en la clausura de esos mismos Juegos de Lima 2019. Además, logró tres medallas de bronce en los Odesur de Cochabamba 2018. Y Rodríguez fue elegida porque nunca había recibido esta distinción , según informaron desde el Comité Olímpico Uruguayo (COU) , y es una de las cuatro deportistas charrúas de la delegación de su país y va por sus terceros Juegos Olímpicos, tras participar en Londres 2012 (culminó en la 28° ubicación entre 43) y Río 2016 (41° entre 65). Asimismo, en una década en la elite del atletismo mundial, entre sus destacadas actuaciones tiene tres medallas de oro a nivel de Juegos Odesur (dos en dos en Santiago 2014 y una en Lima 2019), y dos medallas de bronce a nivel panamericano en Toronto 2015 y Lima 2019. Y en el reciente Sudamericano de Atletismo de Guayaquil se quedó con la única medalla dorada que logro Uruguay.
Sin embargo, detrás de la atleta (especilista en 800 metros) Déborah Rodríguez hay una verdadera historia de resiliencia. Rodríguez, especialista en pruebas de medio fondo, luchó por años para recuperar su identidad de mujer. Con la pandemia por Covid-19, decidió volver a su raíces. En sus propias palabras: “Me sentí liberada”. Así lo aseguró al diario El País para explicar los porqués de haber decidido un cambio radical en su imagen para dejar de laciarse el pelo y así permitir el crecimiento de su cabello mota al natural.
Para Déborah fue un largo proceso que se gestó casi al mismo tiempo que empezó la pausa que englobó al mundo por la pandemia de coronavirus, allá por marzo de 2020. “Las crisis son para crecer. Hace tiempo que hago terapia con mi psicólogo deportivo. Él me ayudó muchísimo para pasar el trago amargo luego de los últimos Juegos Olímpicos, cuando pasé un momento difícil a nivel emocional por no haber conseguido los resultados deseados”, dijo. Y agregó: “Después de eso mejoré pero seguí con la terapia y en esas sesiones donde uno revuelve un montón de emociones y experiencias, me di cuenta de que yo no manejaba mi pelo desde hacía muchísimo tiempo. Desde los 12 años, por imposición de la costumbre y la cultura, yo me laciaba el pelo o usaba extensiones. Me di cuenta de que eso tenía un trasfondo mucho más profundo que el pelo en sí. Así que resolví dejarme el pelo natural”.
Para la atleta, que en Tokio 2020 competirá en los 800 metros, “vivimos en una sociedad en la que si usás el pelo crespo o mota como el mío, es ´desprolijo´ porque queda parado. Pero pudo más la necesidad de volver a mi identidad. Así que dejé que me creciera mi pelo natural y corté las puntas que tenían laciado. Esta soy yo. Esto es lo que yo soy. No soy más Déborah Rodríguez que tiene el pelo lacio”.
La vida de Rodríguez no fue sencilla. De chica sufrió bullyiung. Fue tan cruel la discriminación que en la escuela “me decían negra de mierda -detalló-. Los niños son crueles pero en esa crueldad reflejan lo que aprenden de sus padres. Yo llegaba a mi casa llorando”. La enseñanza de sus padres (un ex jugador y actual entrenador de fútbol y una ex atleta) fue radical. Le decían que tenía dos caminos: llorar y quedarse en penitencia o seguir adelante para mostrar el orgullo por su origen y sus raíces. “Hoy agradezco porque de ese modo mis padres me ayudaron a aceptarme tal cual soy. Esas situaciones me ayudaron a crecer”.
Como un refugio, como tantas veces sucede, el deporte significó una protección, un lugar de escape y superación. Un espacio de verdadera igualdad donde Déborah se sintió contenida e importante porque el atletismo suele tener y brindar posibilidades a todos. Un área donde los supuestamente diferentes son aceptados y vistos como imprescindibles. Allí, en el atletismo, forjó su carácter y su impronta. Allí, donde hace poco decidió recuperar su libertad y su verdadera fisonomía.