Amenazas de boicot diplomático por violaciones contra los Derechos Humanos en China. Idas y vueltas. Da toda la sensación que la política se metió en el concierto olímpico dada la oposición de Estados Unidos y de Canadá a las intenciones de China para que el grupo de países que representan el 85% de la economía mundial, es decir el G20, se una a sus Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Pekín 2022 sin reparo alguno.
Sin embargo, los Jefes de Estado y de Gobierno fijaron su postura a través de la Declaración de Líderes de Roma: “Esperamos con interés los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Pekín 2022, como oportunidades de competición para los atletas de todo el mundo, que sirven de símbolo de la resiliencia de la humanidad”.
Y Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), un eximio nadador en estas aguas, su sumó y, a la distancia, dijo: “El COI acoge con gran satisfacción el reconocimiento y el apoyo de la Cumbre de Líderes del G20 a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Pekín 2022, con los atletas olímpicos demostrando la resiliencia de la humanidad contra el COVID-19″. Bach, un experto en la arena política que el COI dice no estimular, no viajó a Roma para mirar todo desde Lausana.
Así, a poco menos de 100 días para los Juegos de Invierno (del 4 al 20 de febrero, los convencionales; del 4 de marzo al 13 dearzo, los paralimpicos), China asistió a la reunión del G20, que se celebró en Roma, con una clara intención política. Su misión era claro: que el Grupo le diera un guiño respecto a la celebración de los Juegos, luego de las denuncias por violaciones contra los Derechos Humanos. El país oriental esperaba una referencia como: “Un símbolo de la resiliencia humana y unidad global para superar el Covid-19”, algo así como sucedió con Tokio 2020. Pero en el documento oficial figuró otra cosa: “Observaremos los Juegos Invernales de Pekín como una oportunidad para los atletas de todo el mundo para competir, lo que sirve como un símbolo de la resiliencia humana”.
Los líderes del mundo, en Roma (Getty)
Cambios importantes, miradas diferentes que se oponen como en una partida de ajedrez. Si en Pekín 2008, el fuego olímpico se apagó a mitad de camino como consecuencia de las constantes protestas políticas en diferentes ciudades del mundo a partir de la compleja situación de la minoría uigur (musulmanes que vive en la provincia china de Xinjian), ahora se espera que algo similar ocurra.
Pasaron (pasarán) poco más de 13 años entra una cita olímpica y otra. Sin embargo, expertos y organizaciones de derechos humanos calculan que hasta un millón de uigures, kazajos, hui y otros miembros de minorías musulmanas de la región autónoma de Xinjiang fueron internados en lo que Pekín llama “campos de reeducación”. Lugares en donde se intenta “alinear” a los uigures con el Partido Comunista y destinarlos a trabajos forzados. El Gobierno de Xi Jinping, por su parte, negó rotundamente esto y dijo que los centros son para erradicar el extremismo islámico y el separatismo.
En este contexto, Estados Unidos advirtió que no llevará diplomáticos al evento olímpico, pero sí permitirá competir a sus atletas. También, Gran Bretaña comparte esta idea y llamó a más países a unirse a la movida. Al igual que como hicieron en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi (Rusia), en 2014, luego de la invasión rusa en Crimea, Ucrania. Asimismo, el Comité Olímpico Sueco descartó el posible boicot y declaró que debe ser la ONU quien se encargue de los asuntos de Derechos Humanos en China.
A contrapelo del mensaje que sale de adentro del COI, política y deporte vuelven a unir sus manos. Una clara referencia indica que no será la última vez, claro.