Diciembre de 2017. Lucía casi vacío el auditorio donde se llevó a cabo la conferencia de prensa en Cancún, Quintana Roo. Había ocho reporteros. Muchos se negaron a entrar porque prefirieron irse a discutir sobre el sorteo mundialista para Rusia 2018 que depositó a México en el mismo grupo que Alemania, Suecia y Corea del Sur. Poco o nada les importó la presencia del Trío Fantasía en el sureste mexicano. “No es la primera vez que nos pasa. Pero mientras haya alguien a quien atender o a quien firmar un autógrafo, nosotros seguiremos aquí”, dijo Super Ratón.

Junto a él estaban Super Pinocho y Super Muñeco. Pese a ser futbolero, no presté atención al destino del Tri en la Copa del Mundo. La imagen de esos tres gladiadores abandonados por la prensa deportiva local, me pareció una grosería. Junto a mí, otros siete representantes de los medios, entre ellos cinco que ansiaban tomarse la selfie para subirla a sus redes sociales y no para otra cosa. Dio la impresión de que nadie tenía noción de las figuras que eran.

Ante el poco aforo, Super Pinocho propuso una dinámica de conversar con ellos, así que podíamos preguntar lo que quisiéramos. Total, no había premura, y su ética les dictaba no levantarse de la mesa hasta que ya no hubiera más por hablar. A la distancia observé que algo no andaba bien con Super Muñeco: le temblaba la pierna izquierda y volteaba hacia el lado contrario de dónde provenía la voz de su interlocutor.

Luego de una hora que duró la sesión que pasó de ser una conferencia de prensa a un conversatorio, Super Muñeco se incorporó con dificultad de su asiento. Incluso tuvo que ser asistido para sostenerse porque se tambaleaba. No lo dudé, me acerqué a preguntarle cómo estaba, si necesitaba algo. “Vengo saliendo de una lesión, traigo afectada la espalda y me duelen las piernas. Así es esto, son consecuencias de la lucha”, me respondió. Sin embargo, lo hizo mirando hacia otro lado. Por esa forma de actuar pensé que estaba ciego.

Fue impactante verlo así. Su voz también nos hizo saber que sus mejores años habían pasado.“Mientras el cuerpo me lo permita, Super Muñeco seguirá luchando”, le dijo a un señor que se acercó a él para pedirle una foto. Se notaba cansado, no por agotamiento físico sino por el estrago del tiempo en su cuerpo. Visualizarlo arriba de un ring en esas condiciones era un crimen, era como matarlo en vida. No obstante, él quería continuar activo como luchador: “Tendrán que amarrarme para que me quede quieto”, pronunció a manera de broma.

Vino rápidamente a mi mente el Hijo del Perro Aguayo, quien había fallecido dos años atrás en un cuadrilátero abrazándose a ese amor inexplicable que siente un gladiador por el ring. Le pregunté entonces a Super Ratón si no era imprudente que un hombre en las condiciones de Super Muñeco siguiera pisando arenas. Nunca olvidé su respuesta: “Tendrías que ser luchador para entendernos. Mientras el cuerpo aguante, seguiremos. Y el corazón es parte del cuerpo”.

Después de esas palabras vi cómo aquellos reporteros que se marcharon para debatir acerca del futuro mundialista de México regresaron para pedirle selfie y autógrafos a Super Muñeco, un luchador que no se movió hasta que todos y cada uno de ellos recibiera la cortesía de su parte.

*Tenía razón Super Ratón: el corazón es parte del cuerpo. Y hoy uno de esos cuerpos, el de Super Muñeco, se transformó en algo más que habrá de luchar en el escenario que ha elegido para que eso suceda*