“Hubo un accidente en Monterrey. Se llevaron a La Parka en ambulancia. Parece que es grave, checa el video en Twitter”, me escribió un amigo por WhatsApp el 20 de octubre de 2019. De inmediato fui a la red social mencionada para saber de qué se trataba. Vi la imagen de la aparatosa caída tras lanzarse en vuelo hacia Rush fuera del ring, así como una secuencia donde el luchador era trasladado en camilla a una ambulancia. Era una escena realmente alarmante por una razón: la inmovilidad del gladiador.

Al mismo tiempo que se escribían mensajes de aliento, fluían comentarios de preocupación, por no decir que de resignación. Estaba fresco en la memoria de muchos aficionados el fallecimiento de Perro Aguayo Jr. cuatro años atrás. Una de las tantas publicaciones retomó el caso de Aguayo y aludía al pronóstico poco alentador que hay cuando un luchador prácticamente no se mueve mientras es trasladado a un hospital. Fans de la vieja guardia incluso se remontaron a lo sucedido con Oro en 1993.

 

Conmocionó la ausencia de movimiento en su cuerpo. Pese a que recibió intervención quirúrgica tras una grave lesión cervical, La Parka casi no tuvo mejoría. Después de estar conectado a un respirador artificial, su cuerpo no pudo más ante la insuficiencia renal y pulmonar que padeció luego de la caída. Murió el 11 de enero de 2020.

La noticia de su deceso me obligó al silencio por unos momentos. Era inevitable no sentirme cabizbajo. Y es que La Parka me concedió tres entrevistas a lo largo de su carrera, una de ellas fue muy emotiva e incluso se viralizó. En 2014, previo a presentarse en Triplemanía, la empresa Triple A me autorizó una conversación con él. 

En esa charla, pese a tener la máscara puesta, habló Jesús Escoboza Huerta, el hombre que se ocultó debajo del personaje huesudo. Recapituló lo doloroso que fue vivir en la calle y dormir afuera del Metro Insurgentes cuando decidió dejar su natal Hermosillo para probar suerte en Ciudad de México dentro de la lucha libre.

Con un nudo en la garganta narró cómo fueron las madrugadas en que debía caminar de Metro Eugenia a Metro Insurgentes y de allí a la Arena México para pedir una oportunidad en el Consejo Mundial de Lucha Libre. Esa rutina se acompañó de proteger con todo su ser las pocas monedas que tenía para comer; se alimentaba de una torta callejera diaria para llenarse y no quedarse con hambre.

Esas monedas las ganaba como propinas de un “trabajo” que le dieron en la arena: cargar las maletas de las grandes figuras. Tipos como Jerry Estrada, los hermanos Dinamita y Konnan fueron algunos de los que lo ocuparon para esa “chambita”. A Jesús eso no le afectaba del todo porque le permitía acercarse a su objetivo.

Toda vez que logró introducirse a la lucha con gimnasio, entrenamiento continuo y lecciones con maestros como el propio Jerry Estrada, se empeñó en ser un profesional. Sin embargo, su sueño implicó muchos sacrificios que le partieron el alma. Por ejemplo, haberse alejado de su familia. Cuando visitó a los suyos, se llevó la sorpresa de que su padre había muerto. Ese pasaje de su vida estuvo a punto de retirarlo, cayó en una severa depresión.

Salió del estado depresivo convenciéndose de que una grata manera de honrar a su gente era llegando lo más lejos posible en la lucha libre. ¡Y lo logró! Esa alegría de confirmarse a sí mismo que triunfó después de lo que vivió, lo hizo llorar. Recuerdo que hicimos una pausa de 30 segundos en la entrevista para que tomara aliento. “A veces soy muy chillón”, me dijo. Proseguimos entonces con sus alegrías.

¿Cómo se reacciona ante la muerte de alguien que no es cercano tuyo pero lo sientes como tal? A veces en el ejercicio periodístico es con el silencio, es decir, con una muda muestra de gratitud y respeto a quien te ofreció sus lágrimas, su ser. En todo caso, recordarlo así es una forma de hablarle. Donde quiera que esté, Jesús (La Parka) lo sabe.